Fue inevitable matarla... tenía que hacerlo, la quería tanto, su mirada me lo pedía a gritos.
Estaba tan cansada de sufrir, sus lágrimas se secaron tanto llorar. No aguanté verla así con ese rostro demacrado y aquellos tres hilos de pelo en su cabeza, que peinaba delicadamente con su mano raquítica mas blanca que la luna.
Ella... toda recostada entre almohadones, hundiéndose en el delirio interminable del tiempo, repitiendo a cada instante la misma pregunta que aprisionaba su alma agonizante: “¿ Porqué ? ”, el hilo de voz con que lo decía me rompió el corazón.
Tuve que matarla y ahora me sobra tiempo para pensarlo bien, son veinte años y un día que tendré que esperar para visitar a mi madre en el cementerio, y preguntarle otra vez con voz entrecortada...
“¿ Porqué ? “