Conversaban varias mujeres de edad más que madura sobre lo fundamental que había sido el hombre dentro de sus vidas.
-Mi esposo- decía una de ellas, -ha sido un dechado de virtudes, me lo ha dado todo, casa, status, comodidades de todo tipo, amor, mucho amor y puedo decir con toda seguridad que todo lo que soy ahora se lo debo a él.
-El mío ha sido el más grande cornudo que he conocido y ese galardón me lo debe nada más que a mi- dijo otra y con la mayor desvergüenza lanzó una tremenda carcajada que encontró tibio eco en sus interlocutoras.
-Creo que la cornuda he sido yo desde siempre pero como Rubén ha sido tan cariñoso conmigo y nunca me ha fallado cuando lo he requerido, no tengo mayores reclamos que hacer.
Una de ellas, la más encorvada y canosa del grupo, las miró de hito en hito antes de lanzar la siguiente perorata:
-En mi caso, Juvencio ha sido fundamental para mí. Gracias a sus borracheras, pude forjar mi carácter. Cuando él no se levantaba para ir a su trabajo por estar muerto de curado, entonces era yo la que me las tenía que arreglar y lavaba ropa ajena y ayudaba en lo que fuera para ganarme algún dinero porque mis hijos tenían que comer. Sin mi marido yo nunca habría tenido que acarrear sacos de cemento y preparar mezcla para levantar mi casa ya que el desaparecía semanas enteras y la casa tenía que levantarse antes que lloviera. Y sin su permanente estímulo, puesto que siempre me decía que sin él yo no iba a lograr nada, luché el doble por conseguir un trabajo para pagar mi casa y educar a mis chiquillos. Y cuando mi hombre se murió envenenado por todo el alcohol consumido, me dejó tantas deudas y problemas que para mi sólo fueron nuevos desafíos. Ahora, mis hijos son todos profesionales y gracias a la no presencia de mi marido, hoy él está más presente que nunca en mis recuerdos.
Las mujeres se miraron unas a otras y ninguna atinó a decir nada…