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La manta

Era mi primer día de terapia en grupo. Allí, sentada frente a rostros desconocidos, me pareció que el tiempo se deshacía infinito entre mis manos sudorosas y mi expresión inconclusa. Situados en un círculo deforme, como mis pensamientos alborotados y el desacompasado latir de mi corazón, esperábamos la señal para empezar no sé qué ritual de confesiones.
La espera se hacía larga…silencios… gimoteos internos… el reloj paseaba por la habitación rellenando las esquinas convertidas en refugios deseados en los que hubiera querido habitar todo el tiempo.
De repente, empezó la cháchara. Mis ojos descarrilados bailoteaban entre sus nombres y escuchaba con sordina un murmullo lejano recostado en un horizonte pesado, vacilante…
Mi turno. Mi boca se desdibuja en una sonrisa complaciente. Emito palabras que no atiendo.
Estoy tendida en el suelo, escondida entre mis brazos. Cierro los ojos. Silencio. Un tejido invisible me cubre hasta las entrañas. Siento las miradas asentadas firmemente sobre mí, a la espera… y espero.
Los minutos se convierten en pasta pegajosa que me embalsama. Quiero gritar. Y espero.
Bajo la manta permanezco inmóvil. Mi cuerpo se agarrota. Necesito respirar. Y no grito. Y espero.
El terapeuta toma cartas en el asunto ( no es cuestión de hacer del tiempo un juego de cartas en solitario), me cubre con dulzura y una manta y me invoca. Y evoco.
¡Cuantas jornadas de mi vida cubierta con una pesada carga hicieron su aparición espectral en segundos! ¡Cuántos gritos enmudecidos por el miedo golpeaban mis labios sellados por la huída! Espectros y gritos danzando en la oscuridad al son de una melodía que sólo yo podía entonar. ¡Nadie más!
La oportunidad de liberarme se contoneaba ante mí haciendo guiños a mi silencio y luciendo artes de nomonista. Y la luz sin sombras acarició por un instante mis pies y mis manos y mi estómago, hizo cosquillitas en mi nuca.
Pero no me deshice de la manta en un brutal gesto de rotura, no. Lentamente, me deslicé bajo ella y salí del desafío de puntillas para no despertar las palabras dormidas.
Y el reloj me acompañó hasta una esquina…

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 187 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-11-2005 Prosa pulcra, bien dicha, ¿quizá el conflicto más claro?... aukisa
 
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