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Después del entierro tomamos cada cual su rumbo.
Los jardines del cementerio estaban todavía húmedos, así que confundí la pesadez de la tierra húmeda en mis zapatos con la tristeza de tu pérdida.
Caminando llegué al edificio que habitabas, mientras recordaba la tarde (curioso: también era lluviosa) en que te conocí, en aquélla solitaria alameda. Tú estabas sentado en una banca y tenías en el regazo a tu gato, un común gato pardo de ojos amarillos y regordete. Todo en el era predecible. Su apacible mirada de satisfacción, de glotón que vive en el paraíso, bien alimentado, mejor tratado. En cambio tú eras siempre un enigma.
Nunca entendí porque lo amabas tanto. Un par de veces te vi acariciarlo y a él responderte con un impredecible rasguño. Según mi sentido común era una animalejo egoísta, frío e intolerante. No dejaba de maullar con esa vocecilla ronca y reclamadora de la que era dueño cuando por descuido le dejabas sin alimento, o cuando olvidabas abrir la puerta del departamento para dejarlo escapar a su capricho.
Como dije, tu gato era predecible, pero tú no. Totalmente despegado de las cosas materiales no te importaba olvidar el rastrillo un día, o planchar tu camisa. No he de negar que eras muy limpio, pero los afeites que hacemos para las otras personas no formaban parte de tus hábitos.
Luego esos libros... ¡Qué mezcla de temas y autores tan extraños!
Baudelaire y la moralista Jane Austen, Marcel Proust y Alexandre Dumas.... tantos extranjeros y tan diferentes entre sí. Recuerdo muy bien que nuestra primera conversación sobre autores fue fabulosa, pues ambos coincidimos en que Dostoievski era el privilegiado.
Sin embargo, saber que eras tan culto no te hacía pedante. Me gustaba escuchar tus relatos de novelas, de ensayos, de cuentos, de poesías, todo con el entusiasmo del mejor chismoso, con la sencillez del conversador más espontáneo. Sé que extrañaré esas pláticas, sobre todo porque en los tiempos que vivimos no hay renacentistas como tú.
En muchas cosas fuiste mi maestro, pero eras más valioso para mi como amigo.
Y todo eso me llevó a recordar de nuevo a tu gato... Qué sería de él si ya no estabas.
A quién miraría con tanta fijeza durante horas como cuando en tus piernas se erguía y ambos entablaban ese diálogo silencioso, donde reflexionarías tantas cosas mientras él... ¿qué sería lo que hacía?
Así que en esas cosas pensaba cuando abrí la puerta de tu casa. El olor a felino ya era familiar para mí, pues desde tu repentina enfermedad no salíamos de ese lugar. Otra cosa curiosa es que en ese tiempo nos vimos más que en todos los años que llevábamos de conocernos, y compartimos más ideas.
Quisiera en este momento decirte “Recuerdas cuando...”, pero estoy demasiado enterada de que no habrá respuesta.
Busqué al minino por la casa y lo hallé en tu cama dormitando. También se habrá habituado a estar en ese sitio, como cuando no podías levantarte más y lo tenías a tu lado, lamiéndote las manos. En su caricia felina pensaría devolverte la salud y hacer que le atendieras. Ciertamente era tu consentido, disculpa si manifiesto algo de celos.
Recogí al gato, lo llevé a la sala y le di un plato de leche. Él me miraba perezosamente.
Pensé mil cosas: limpiar el departamento, acomodar tus libros, recoger tus notas, meterlas al ordenador... Nada de todo eso tendría sentido, pero no sabía que hacer, la decisión que me dejaste en el último momento de tu vida me pesaba tanto en ese momento que rehuía examinarla.
Tu rostro generoso apareció entonces frente a mi, reflejado en tu gato quien jugueteaba en la alfombra maullando placenteramente, mirándome con fijeza y desenfado.
De pronto no lo vi desvalido. Tuve la certeza de que podía dejarlo solo, que debía dejarlo solo, pues eso era lo que él deseaba.
Entendí por un breve instante como te comunicabas con él, y casi pude escuchar sus pensamientos.
Presa de la nostalgia lo alcé del piso para contemplar su rostro más cerca, a la altura del mío. Algo de esa libertad que anhelaba el animalito se me antojaba similar a tu deseo veinte veces expresado de morir para ser enteramente libre. Entonces me pareció si en aquel determinante momento tuviese un extraño poder que ejercería sobre ti y tu esencia, esparcida por las habitaciones como tus notas apresuradas, las cuales permanecían regadas por la alfombra, así que lo decidí de inmediato.
Lo coloqué en el piso y abrí la ventana más próxima. Le tomó un segundo comprenderme y salió de tu hogar -tal vez para siempre-, bajando por las tuberías, y saltando a la calle con el vigor de su felina existencia.
Sólo él podía cuidarse, no necesitaba de nadie.
Al alejarme definitivamente de tu casa sabría que cada vez que viera a uno de su especie pensaría en ti y me entristecería.
Ahora sé que cuando perciba el olor a gato, cuando se cruce alguno en mi camino, entonces meditaré sobre todo lo que no hicimos juntos, sobre lo que planeamos aún cuando tus horas estaban contadas.
Mi confusión era tan grande que no supe las horas que pasé ensimismada después de que se marchó tu mascota, pero tenía la certeza de que no regresaría más, y sabía que yo misma seguiría su ejemplo, así que te despedí de noche, con una maleta que hice de un par de libros y tus diarios, no tomé nada más que unos minutos para observar el último recuerdo de ti: tu hogar completamente vacío.
Después salí de allí y regresé a casa.

Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 231 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
01-02-2009 aaaaa amo a los gatos me encanto neta esta super eres buena lo atmito amor_del_99
12-06-2008 es hermoso como haces ver al felino bonito, ser el simbolo de tantos sentimientos, sinceramente es algo triste por eso mismo refleja el estado de animo que tenias en ese momento , jefa emisariodelalocura
12-07-2005 Gracias por invitarme a leerlo, es muy triste, pero bello, hermoso, lleno de significancia... me encantó... flancito
17-05-2005 nuevamente debo felicitarte,este cuento me entristecio,pero me dejo un sabor de amor y alegria,es un don el poder entrelazar sufrimiento y satisfaccion y llevarlos unidos hacia un quizas final feliz. surenio
16-05-2005 Qué triste! Enhorabuena por este texto, es el que más me ha gustado de los tres. Yo tengo una gata que es la reina de la casa y mis brazos están llenos de cicatrices de arañazos. Dígamos que ellos quieren a su manera. :) Estrellas, claro. Selkis
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