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Los ojos de Lola

Mi nombre es Juan Gómez. Mi nieto, al que nunca conocí, me ha permitido volver durante unos minutos para explicar mi muerte. Verán, yo me quité la vida. Yo me ahorqué. Para ustedes puede ser una locura pero aquella tarde, para mí, fue la salvación.

Ahora descubro que no tuve suerte. Erré el camino. Por obligación y sin querer combatí contra Cristo en la Guerra Civil. Los rojos me llevaron al frente a punta de pistola y tomé la tricolor por bandera. Lo peor de aquel día en el que entraron en casa y me llevaron fue la sensación de que jamás volvería a ver a mi mujer. Lola lloraba. Sus ojos brillantes desaparecieron tras las lágrimas y apenas pude despedirme de ella. A mis niños tampoco les pude decir adiós. Nadie me dijo para quién luchaba, sólo tenía que avanzar y matar a los verdugos de España. El ideal era la meta. ¿Qué ideal, malditos canallas? A orillas del Ebro fuimos derrotados. Crucé aquel río interminable a nado y al otro lado me esperaban los que terminaron ganando. Mi uniformé me delató.

La crueldad, estancada en ambos bandos, se cebó en mí. Los fascistas me hicieron prisionero y me encarcelaron. Dicen algunos que tuve suerte. A los dos meses, don Jesús Iniesta, el propietario del cine de la calle Correos, en el que trabajé muchos años, me reconoció. Su influencia bastó para liberarme y llevarme a Murcia, junto a Lola, junto a mis hijos. Ya en casa, volví al trabajo. Lejos de la guerra pero no de las pesadillas. En mis recuerdos brotaban los muertos, la sangre, los cánticos, la pólvora, las sonrisas podridas, el fango y el hedor insoportable del odio. Nunca jamás me liberé de aquella sensación.

Al poco tiempo de la victoria de Franco, me surgió la posibilidad de viajar a Alemania. Nuestros aliados del III Reich requerían mano de obra. Siempre fui bueno como electricista y logré un gran contrato en la aviación militar de los alemanes. Lo peor fue dejar de nuevo la tierra amada. Murcia quedó tras mis pasos, y en ella dejé a Lola y a mis hijos. ¿Cómo vivir de nuevo sin esa mirada de amor? Respiré hondo en la estación, antes de besarla por última vez en dos años, y subí al tren. Jamás imaginé que mis manos contribuirían a formar parte de la poderosa Luftwaffe. Nadie me lo diría. Lo supe después. El trabajo era duro, pero aprendía mucho. Al comienzo, hasta lo pasaba bien.

Pronto, al entender el idioma y aprender los nombres de las gentes, empecé a percatarme de que en Alemania las cosas no eran del todo normales. Un día, de camino al trabajo vi como un guardia paraba a un anciano. Sólo entendí tres palabras “judío, viejo, inservible”. El ensordecedor sonido de la pistola descargando su plomo letal sobre los sesos de aquel hombre retumbaba noche tras noche en todos mis sueños. Jamás creí que un hombre pudiera matar de esa forma a otra persona. Jamás, hasta ese día.

Con el paso de las semanas lo fui comprendiendo todo. Alemania estaba en guerra contra el mundo. Si alguna vez estuve contra la Cruz, ahora estaba de su lado. Pero esta Cruz no era la de Cristo. Era la Cruz Gamada. La Cruz de Satanás. En las interminables y heladas noches de Alemania sólo el recuerdo de los ojos de Lola me daban tranquilidad y calor. Los ojos de Lola, los ojos de Lola…

Hablando con uno de mis compañeros alemanes, descubrí que se trataba de un problema enquistado. “Los judíos vinieron a Alemania en busca de refugio y ahora quieren quedarse con nuestro país. Esa escoria ni siquiera es humana, me lo enseñaron y me lo demostraron en la escuela”. Si no son humanos, qué serán los judíos pensé yo. Un ruido interrumpió el trabajo en la fábrica. Cuando salimos, clasificaron a los trabajadores en tres grupos. Por un lado los alemanes, por otro lado los extranjeros como yo y por último los judíos, a los que nunca había visto en la fábrica. Los diferenciaba por las estrellas que estaban obligados a lucir en sus brazos. Se llevaron a los judíos, pero uno de ellos, no mayor de quince años, se resistió. “Quiero vivir. Quiero trabajar” gritaba. Entre dos soldados (eran soldados y no guardias), acabaron con su vida. Cinco disparos a bocajarro silenciaron su voz para siempre.

Si mis tareas en la aviación alemana iban bien, el resto de mi ser se iba descomponiendo. Era como si hacer bien mi trabajo fuera la vía de escape para tanto horror. Sin tener nada que temer, estaba aterrado.

Mis jefes se mostraron satisfechos. Invitaron a mi mujer y a mis hijos a vivir en Alemania, pero ella no quiso. Salir de España y vivir en otro país. Demasiadas aventuras. Conjeturé que la mejor decisión era volver a la patria. Volver a Murcia. Volver con mi viejo proyector del cine Rex. Sí, era lo mejor.

Me pusieron muchos impedimentos al principio. Los alemanes saben ser persuasivos. Pero en aquellos tiempos, la guerra ya se les estaba complicando y decidieron que un español más o un español menos no sería importante. Me dejaron volver al abrigo de Franco que, a fin de cuentas, era amigo de la causa.

Volví. Murcia presentaba muchos cambios pero me seguía pareciendo pequeña en comparación con lo que había visto en Alemania. Por entonces, la alejada Germania era un ejemplo a seguir. Si algo era alemán, era bueno. Vi de nuevos los ojos de mi Lola. Cómo los echaba de menos. Y sentí otra vez el calor de mis hijos.

El castigo llegaba por las noches. Cada vez que cerraba los ojos venían a mí todas esas imágenes. La sangre en las trincheras, la Cruz de Lucifer, niños muertos, odio, rabia, muerte y más muerte. Me di a la bebida.

Durante varios años no hice otra cosa que beber. Las imágenes seguían ahí pero ya no les daba importancia. Una cálida tarde aventuré que lo mejor era terminar con mi vida. De esa forma desaparecerían todos los miedos y todos los fantasmas. No hubo día de descanso. Las pesadillas no me dejaron jamás. Estaba muy bebido.

Lo preparé todo. Até bien una cuerda sobre las maderas que había en el techo del salón y me lié la soga al cuello. Respiré profundo y justo cuando me deshice de la silla para caer con todo mi peso hacia la muerte recordé algo.

Recordé a Lola y el día que me casé con ella. La recordé el día que la conocí, con aquellos ojos brillantes y llenos de vida. Su sonrisa, su alegría, el perfume de su cuerpo y el amor que despedía en todo sus ser. Días y días de amor eterno y sin fin. La vi paseando de mi brazo. La vi amando. La miré, de frente, a un milímetro de mi cara, pidiéndome un beso para siempre.

Recordé a mis niños. Alegres y risueños. Las penurias de la vida no eran para ellos. El hambre no podría jamás con sus ganas de jugar. Caras lindas que lograban arrancarme una sonrisa. Cuerpecitos menudos que me buscaban y me abrazaban. Son mis niños.

Recordé a los amigos de la infancia, a los de la juventud, a los pocos que pude hacer en el frente, recordé las vistas de Murcia desde la montaña y la magnitud del color verde cuando el sol cae sobre la huerta. Viajé de nuevo por todos los rincones de mi ser y exploré. Mis nietos. A ellos no los conoceré. Se perdieron para mí. No existen porque yo ya no existiré. Para ellos seré un nombre, una imagen. Y por último, volví a recordarla. Los ojos de Lola. Para siempre.

El peso de mi cuerpo cayendo hizo que se me partiera el cuello. La muerte fue inmediata. No recuerdo haber sufrido.

A mi abuelo Juan

Murcia, 29 de noviembre de 2004. Francisco Javier Moñino Gómez

• Siento de corazón, abuelo, la impericia de mi mano y la vulgaridad de mi escritura. Desde este rincón del Universo, plasmo, para ti, un recuerdo que se me hace imborrable. Gracias por venir a mis sueños y contarme tus aventuras. Muchas gracias.

Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 167 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-12-2006 Que emocionante poder dedicarle a quien amamos lo que hacemos!! Muy subjetivo. kaamla
06-11-2005 ¡muy bonito regalo el de tu abuelo! Bien escrito, muy sentido!. Abrazos!!! ulala
26-06-2005 ¿Cuántas historias tristes encerrará la historia? lo triste de la guerra no es que se llame así, que empiece por -g y acabe en -a es lo que conllevo, las vidas que sesga, tanto las de quienes mueren como las de quienes se ven forzados a actuar en contra de lo que creen. Un texto duro, pero muy real, me gusta como lo enfocaste y el recuerdo constante de esos ojos mi_mundo_paralelo_y_yo
 
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