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En mi pandilla las cosas son así. Si se dice de hacer algo, se hace. Si Julián te acusa de no tener huevos de tomarte la caña de un solo trago, tienes que tomártela. Eso o aceptar que no tienes pelotas. Si Marcos pide una ronda de chupitos para los cuatro, tienes que beber. O admitir que eres un mierda. Y si a Pedro le da por liar diez canutos, se fuman todos. Somos gente de palabra. Sea lo que sea, se hace. Por el bien del grupo. Por compañerismo.

La apuesta de anoche estaba clara. La suerte me eligió a mí y no había nada que discutir. Objetivo: David.

Cuando llegamos a la plaza busqué a David con la mirada, rezando porque no estuviera. Pero David siempre estaba allí. Mis amigos no paraban de bromear, completamente ajenos a mi tensión. Yo, sin embargo, sentía el pulso en la sien. Por un instante pensé en desistir. Al fin y al cabo era una salvajada. Aunque al ver la cara de emoción de Pedro, Marcos y Julián lo tuve claro. Se hace.

Serían las 8 de la mañana. Al menos, había unas cincuenta personas en la plaza: yuppies con prisa, un equipo de limpieza, turistas desayunando en una terraza... Me llamó especialmente la atención un grupo de orientales que parecían patrocinados por Nikon.

Había llegado la hora. Me alejé de mis amigos con una sonrisa. Pura apariencia de seguridad.

- Caballeros... ¡Va por ustedes! –les dije con tono solemne–.

Observé a David. Parecía distraído. Me quité los zapatos. El suelo estaba frío. Adiós camiseta. Adiós pantalones. Me desnudé a toda prisa y corrí hacia él dispuesto a cumplir con mi apuesta. Se hace. No le di tiempo a reaccionar. Diez segundos después de quitarme los calzoncillos ya tenía su enorme polla en la boca. David quedó totalmente paralizado. Empecé a chupársela. Estaba durísima y tenía un tacto difícil de definir. La gente empezó a hacer corro y se dispararon algunos flashes. Seguí lamiendo, besando, repasando con los ojos cerrados para no perder la concentración. A lo lejos, me pareció oír a Julián y me sentí algo mejor.

Mi felación se prolongó un par de minutos. Hasta que alguien me golpeó en la espalda y caí de bruces. Vi de reojo a David. Seguía absolutamente inmóvil, como si la cosa no fuera con él. Un agente de policía con cara de pocos amigos me gritó algo que no entendí y me esposó. Los flashes se multiplicaron.

Me arrastró unos metros por el suelo de la Piazza della Signoria abriéndose paso entre el sorprendido público y me metió en un coche patrulla justo delante del Palazzo Vecchio. Por el rabillo del ojo pude ver a mis amigos descojonándose y aplaudiéndome a rabiar.

Y es que en mi pandilla las cosas son así: si se decide que uno de los cuatro tiene que chupársela al mismísimo David de Miguel Ángel, se hace. Sin excusas, sin peros que valgan. Se hace.

Texto agregado el 20-05-2005, y leído por 950 visitantes. (33 votos)


Lectores Opinan
29-07-2008 No son sólo las historias que imaginás (y escribís) lo que te hace un escritor de los buenos, sino eso otro, "eso" que no se puede describir y que está presente siempre en la forma de ir acomodando las palabras. Nuevamente mis felicitaciones. Y mis 5 estrellas. vaerjuma
02-04-2008 jajaja que buen cuento kalebcillo
12-03-2008 Ja, ja. ¡Qué locura! Y que bien contada. Jjajaajaj. Un beso. Sofiama
16-03-2007 Me encanta la sinceridad del ambiente entre colegas, lo natural de su comportamiento. Un relato cojonudo!!! xung0
06-03-2007 jajaja tu siempre me sorprendes con tus finales, pero reflejas una gran realidad, sobre el llamado "compañerismo" de los grupos. Un saludo. Gracias por la risa. Aheri_ireth
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