LEYENDA DEL MURCIÉLAGO

Leyenda tradicional mexicana - Oaxaca

Reeditada por Sendero ( Rubén García García )



Hace tanto tiempo que sólo Dios lo recuerda, hubo un ser que fue el ave más bella de la creación. Pero fue bella porque Dios lo permitió. En realidad lo llamaban Biguidivela, que significaba en el viejo lenguaje, Mariposa desnuda. Un día, hizo tanto frío que los árboles se arremolinaban para calentarse del viento helado que soplaba del norte y del sur. La mariposa desnuda tiritaba, pues sin ropaje alguno la carne estuvo cerca de hacerse hielo. Días después, cuando el temporal había amainado emprendió un largo viaje. Llegó al cielo y paciente esperó.

Dios en su grandeza le digo:

—¿Murciélago que deseas?

—Señor necesito plumas como cualquier ave, pues hace unos días casi me congelo.

—Yo no tengo plumas, pero puedes pedirle a tus hermanas aves que te regalen una y de esa manera puedes obtener el abrigo que deseas.

El murciélago contento regresó a la tierra; pero sólo pidió plumas de intensos colores y despreció las sepias y las pardas. Tiempo después la mariposa desnuda gozaba de un plumaje hermoso y aleteaba orgullosa por cualquier lado con aire de prepotencia. Era tan bello el ropaje que en un vuelo celestial hizo aparecer el arco iris.
Iba a los espejos del agua a admirarse y la humildad la transformó en soberbia, veía a las demás aves con desprecio sin que le importase que otras cualidades tuviesen. Un día le reclamó a gritos al colibrí por no tener ni la décima parte de su belleza. Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde se pavoneó feliz mostrándole al creador su colorido de espejos y de rayo. Aleteó y aleteó, sin poder contenerse, mientras sus plumas se desprendían una a una, quedando desnudo como era en principio.

Las gentes de antes dejaron escrito que del cielo llovieron plumas por más de un día y una noche de colores sublimes. Desde entonces el murciélago permanece hasta nuestros días desplumado y obligado a vivir en cuevas. También lo hizo perder la vista, para que no distinga los colores que la naturaleza despliega cada vez que el sol aparece y nunca recuerde el plumaje espléndido que alguna vez tuvo y perdió.