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Esa noche, como todas las noches desde que ella decidió dejarlo, él la fue a visitar con la excusa irrefutable de "ver a su hijo".
Y ella le abrió las puertas, con esa mezcla de odio y temor que lo venía haciendo día tras día.
Sabiendo que una vez más, él, totalmente ajeno a sus sentimientos, le propondría "hacer el amor", y que ella accedería simplemente a tener sexo con él para no enfurecerlo.
No había sido una ni dos veces, sino muchas más, las que su cuerpo había sufrido las consecuencias de una negativa al respecto, y eso la había anestesiado, al punto tal de acceder a ser manoseada, humillada y penetrada en un acto mecánico y repulsivo.
Esa noche, él se comportó con demasiada corrección.
Demasiada gentileza, demasiada amabilidad.
"¿Será posible que haya entendido de una vez por todas?", pensó ella, mientras una sonrisa de esperanza se le dibujaba inocentemente en la cara.
Y él lo notó.
Vio esa sonrisa.
Y le respondió de la misma forma.
Y ella creyó entender, y se sintió feliz al imaginar que al fin, tantos sacrificios, tantos esfuerzos de su parte, estaban dando resultado; por su propio bien, y fundamentalmente, por el bien de su hijo.
"Valió la pena", pensó.
Como percibiendo el clima distendido, el pequeño se durmió temprano y plácidamente esa noche.
Y su padre, lo miró con ojos tiernos, y decidió retirarse.
Ella estaba radiante; tanto que lo acompañó hasta la puerta para agradecerle su cambio de actitud y poder, después de mucho tiempo, hablar con él de varios temas inherentes a su hijo, que había venido dejando de lado por temor.
Cuando él se le acercó sonriente, ella, inocentemente, avanzó hacia él.
Y la respuesta fue un beso robado bajo la luz de la luna, lo que la sorprendió.
Pero viéndolo de tan buen humor, se animó a aclararle cortésmente que ese beso no encajaba, no correspondía, que de allí en más lo que sí podrían hacer sería recomponer una sana relación de respeto mutuo, por ellos, y por su hijo.
El segundo beso no fue tan gentil, y menos aun las manos que comenzaron a tocarla.
Cuando él pretendió recostarla contra el muro para "hacerle el amor", ya una lágrima rodaba por su mejilla.
Y la palabra "no" surgió de su boca.
Y fue esa su última palabra.
El velorio debió hacerse a cajón cerrado: un rostro con 37 cortes de sevillana no era algo precisamente estético.

- ¡Abuela, abuela! ¿Verdad que mami era muy hermosa?
- Sí amor, era la más hermosa.
- ¿Iremos a visitar a papi este fin de semana a la prisión?
- Sí, dos horas, como siempre.
- ¿Puedes pedirle algo a papi por mí?
- Claro amor, dime.
- Dile que no llore cuando hablemos de mami, porque me pongo muy triste...

Texto agregado el 26-05-2005, y leído por 184 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
26-05-2005 Por dios, qué mal cuerpo me acabas de dejar. Muy bueno. Ereius
 
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