En la ciudad de Resistencia, sobre una calle con el nombre de uno de los mayores asesinos de aborígenes de la Patagonia, a menos de una cuadra de la plaza central, en la vereda de enfrente de la catedral y a poquísimos metros de la biblioteca más popular del lugar; hace dos años, estaba uno de los bares que recordaré cuando tenga 50 años –ahora tengo 22. El bar se llamaba El Sub e incluso tenía, cerca del baño, un cartel en el que se dejaban asentadas muchas de las connotaciones de su nombre, más allá de ese tal Marcos que anda por los rincones de México. El bar se llamaba El Sub, sus dueños eran dos miembros de la agrupación H.I.J.O.S. –Hijas e Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Perdón- que perdieron sus padres durante la última dictadura argentina. El bar se llamaba El Sub y yo, que por ese tiempo trabajada en un diario que aún queda a la vuelta del lugar, siempre me sorprendía de que, pasara a la hora que pasara, las ventanas de la parte de arriba del bar siempre estaban abiertas.
El bar ya no está. En su lugar, en ese mismo local que está sobre calle con nombre de asesino y que queda cerca de la plaza y la iglesia catedral, ahora hay un negocio de venta de insumos para realizar artesanías. El dueño del negocio es el nieto de un hombre de apellido Thomas que actualmente, finalmente, está siendo enjuiciado acusado por responsable en el asesinato de al menos 23 personas durante la última dictadura argentina. No sé por qué, no soy capaz de recordar el nombre del negocio. Ya no trabajo en el diario que queda cerca del local, pero siempre paso por allí en colectivo y mis ojos se escapan hacia las ventanas, que ahora siempre están cerradas.