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Cuenta la historia que en el Caserío de San Sebastián lindero con la llanura litoraleña donde se encuentran la Cascada de Fermín, otrora en tiempos pasados se dio una lucha entre clanes rivales por una criolla del lugar.

Los lugareños de la zona del mismo nombre que el caserío cuentan que en las noches se escuchan golpes en las puertas del poblado y, a cierta hora el campanario de la única iglesia que posee el pueblo suena como un lamento. Es en ese preciso instante se da un viento arranchado que arremete contra los tejados del caserío.

Doña Nicanor se encontraba en el portal de su casa tejiendo, cuando un forastero con un nombre extraño y acento de otro lugar se presenta por San Nicolás al mediodía.

El caballo negro y grande, tan grande como el tamaño de un adulto de estatura normal, realiza un resoplido y se para en dos patas frente al portal de la aldeana. De complexión grande, mirada que parecía penetrar el alma, con una cara de color cetrino pálido donde los pómulos sobresalían, vestido de negro, poncho negro y un sombrero de paja todo andrajoso de el mismo color, asi se presenta ante Doña Nicanor y de un salto se apoya sobre la baranda de la casa.

En ese momento las nubes se tejieron de negro y una ventisca se formó inesperadamente sobre la calle sin empedrar.

Con los ojos vidriosos y penetrantes mira a Doña Nicanor que casi se cae de la mecedora donde estaba tejiendo un abrigo para su hijo menor.

El tiempo pareció detenerse. El hombre de negro que se posaba sobre el terreno rojizo de la calle, girando su cabeza en busca de Doña Nicanor.
Los utensilios de tejer que ésta poseía cayendo al piso mientras el codo de la mujer golpeaba el vaso de agua que se encontraba en la mesita.
El forastero que acomodaba el sombrero mientras el caballo tiraba una patada al aire y emitía un resoplido que perforaba el alma de la aldeana.

Doña Nicanor que trastabillaba mientras que con la otra mano se aferraba al pretil de su casa, sus ojos parecieron por un instante salirse de su órbita.

El forastero se detiene frente a ella y dice "Vendré por ti de noche".

De un salto sube al caballo, que al sentir de nuevo el peso del mismo se para en dos patas y con un relincho sale al galope.

El sol del mediodía se hizo presente luego, las nubes desapareceron, y la calle sin empedrar de vuelta quedo sola.

Doña Nicanor prendida al pretil de su casa, y con el corazón en la boca la vieron sus hijos Don Pancracio y Lucrecia murmurando como poseída "Viene por mi, viene por mi, ohh señor, viene por mi"

Texto agregado el 28-05-2005, y leído por 148 visitantes. (0 votos)


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