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El Martínez lleva más de 20 años trabajando en una multinacional del sector del automóvil radicada en la Zona Franca de una ciudad portuaria.

Entró en la empresa porque un directivo de los de entonces, que ya ha abandonado la empresa hace muchísimos años, obnubilado por un curso de de dirección de empresas avalado por la prestigiosa Universidad de Cambridge que efectuó a distancia, decidió que era imprescindible contar con una persona que se encargara de elaborar mensualmente unos informes pormenorizados con el fin de poder analizar los vaivenes de la empresa.

El Martínez resultó ser la persona adecuada para cumplir dicha función. Sus informes rozan el virtuosismo. Tienen tanto detalle, lujo y precisión que diríase elaborados por un monje amanuense. Los informes del Martínez circulan por más de diez departamentos de la multinacional, y son visados por un montón de directores de área, de zona, de proyecto… antes de ser convenientemente archivados.

Únicamente una vez durante estos veintipico años el Martínez no entrego su informe. Sucedió en febrero de hace tres años cuando una angina de pecho, que por suerte no derivó en nada más grave, mantuvo hospitalizado al buen y circunspecto señor Martínez durante quince días. Durante ese mes los cimientos de la empresa temblaron. Todo el mundo, a parte de preocuparse, claro está, por la salud de nuestro personaje, se mostró preocupadísimo por la falta del informe del Martínez.

Se decidió que un contratiempo de esta magnitud no podía volver a pasar y al Martínez le colocaron un becario, un jovencito que estudiaba el último curso de empresariales, como ayudante, para que pudiera empaparse de toda la ciencia infusa y sabiduría que emanaba de ese hombrecillo gris con un corazón delicado.

Dos meses más tarde, en la cama de sus ausentes padres y mientras fumaba un cigarrillo tras haber practicado el tercer coito anal de su vida, pero el primero con su novia oficial, la de toda la vida, el becario le confesaba a su novia que su trabajo era una puta mierda, que estaba quemadísimo y que no entendía que era lo que pretendían de él, porque por más que se esforzaba no conseguía entender nada de nada de lo que hacía y le explicaba el percebe de su jefe, el Sr. Martínez. Su novia, todavía dolorida por la experiencia, pero sin que ésta influyera para nada en su consejo, le recomendó que era mejor dejarlo, el trabajo, no la relación (aunque esta también finalizaría abruptamente sesenta y siete días después cuando ella se prendara de un chulo de discoteca que la sedujo gracias al tintineo incesante de un llavero con el logo de BMW y mil promesas luego jamás cumplidas). Él se lo tomó al pie de la letra y al lunes siguiente ya no apareció por la multinacional.

La empresa no contrató a otro becario, total el Martínez se había recuperado perfectamente e incluso ahora hacía esfuerzos por parecer un poco más sociable con sus compañeros, dado que tras haber visto las orejas al lobo había decidido a modo de propuestas de buena voluntad de inicio de año intentar clarear sus puntos negros. La situación de peligro inminente quedó definitivamente olvidada.

Hace tres meses un cambio de accionariado en la empresa propició la entrada de un grupo americano que lo primero que hijo es contratar los servicios de una prestigiosísima multinacional de la consultoría.

Un tipo joven, guapísimo, con una sonrisa de hiena y un traje de Armani de por lo menos 1000 euros estuvo dos meses mirándolo todo. El joven consultor era un hijo puta sin sentimientos, al menos sin sentimientos altruistas para con los pobres trabajadores de la multinacional y concluyó su tarea llevándose por delante a cuarenta y siete cargos intermedios de la multinacional. En realidad el joven consultor si que tenía sentimientos, prueba de ello era que encabezaba una furibunda campaña contra los cazadores de focas canadienses a través de reenviar correos electrónicos a todos sus conocidos, pero tan beática actividad era desconocida por los trabajadores de la multinacional.

Uno de ellos fue el Martínez. El joven consultor, que no tenía ni un pelo de estúpido comprobó que el importantísimo “informe Martínez”, circulaba cada mes de mesa en mesa sin que nadie entendiera ni de que iba ni porque le enviaban ese galimatías a él, aunque, eso sí, creyendo que el resto de directivos si que lo analizaban con verdadero interés y lo utilizaban para tomar sus ulteriores decisiones. Incluso podían jurar, que en más de una ocasión alguien había defendido su postura, en las reuniones ejecutivas, amparada en los datos que ofrecía el hasta entonces trascendental “informe Martínez”.

El Martínez, que ya tenía 47 años y no sabía hacer otra cosa que no fuera su enrevesado informe se fue directo al paro y no volvió a encontrar nunca más un trabajo. Se convirtió en un parado de larga duración y fue su mujer la que tuvo que sacar adelante la familia mientras el Martínez se hundía irremisible e inmisericordiosamente en su sofá comprado en el IKEA durante la época de vacas gordas.

El “informe Martínez”, Martínez incluido, era un simple placebo.


Vuestro, Placebo y yo;

Dolordebarriga

Texto agregado el 06-06-2005, y leído por 169 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-07-2005 ¡Buenísimo! 5 estrellas de realidad cotidiana, diaria... Saludos duckfeet
 
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