Le era imposible esquivar esa piedra con la que tantas veces había tropezado. Estaba en sus genes, era parte de su idiosincrasia dirigir sus pasos poco cautelosos a las inmediaciones de ese obstáculo tan visible y por ende tan fácilmente superable. Mil veces intentó salir indemne y siempre terminó con algún tobillo fracturado, con una pierna a la miseria o con cualquiera parte de su humanidad maltrecha. Sabía que nunca traicionaría a su naturaleza, que lloriqueando tendido en el piso, aún tendría fuerzas para contemplar a esa que nunca le perdonaba y que ni siquiera parecía condolerse de su tozudez.

Un buen día alguien pavimentó aquel camino, dejándolo liso y expedito y desde entonces aquel hombre busca algo que le de sentido a su existencia. Sabe muy bien que sin ese desafío delante de sus ojos, su vida amenaza con transformarse en un verdadero infierno…