| LOS DANZANTES DIURNOS
 Por la mañana, dentro de la casa vecina
 gigantes llenos de diamantes
 bailan sin trajín la danza exaltada
 de los que difunden la buenaventura del dominio cotidiano.
 
 Sus trajes, cubiertos de plumas selectas,
 adornan una coreografía acompañada de arrogantes pasos:
 Tres en línea, descalzos, hacen una venia
 y los tres de la zaga, con mirada orgullosa,
 dan en pequeños pasos un salto ligero.
 
 Los veo y no los escucho, ellos no me ven
 ni me escuchan, su baile no tiene propósito,
 pero en preciosa pomposidad sonríen,
 disfrutando de una melodía
 naciente en sus propias cabezas,
 acordes sordos, que sólo
 coordinan con los latidos del ritmo.
 
 Al final, imaginan aplausos agradecidos,
 sonríen dichosos, envenenados en su
 placentero baile.
 
 …en cambio, en mí, no hay danza,
 sólo un arduo y calculado andar de piernas cansinas, que sin dar un sereno paso
 ya cojean, sin son ni gracia.
 
 ¡Nunca más vuelvo a bailar frente al espejo!
 
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