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Uno.

Pasaron siete días desde la última vez que se vieron. No podía determinar con precisión cuándo ni dónde. Sin embargo su voz resonaba prístina y aún la podía oír. El anuncio fue sorpresivo y le afectó tanto, que debió recurrir a los relajantes. Se sentía, como cualquiera en esa situación, muy inquieto y descompensado.

Enterado del deceso de su único amigo, dejó de lado lo que hacía y corrió a casa en busca de una muda de ropa. Sin tanto trámite, ya iba camino a la terminal. En el taxi sintió la angustia subiendo como espuma. Llevaba el pecho comprimido y le costaba un mogollón respirar.

Con la espalda abatida sobre el asiento trasero, bajó el vidrio y dejó entrar el aire. Miró al chofer por el espejo retrovisor y reflexionó -"él también morirá tarde o temprano"-. Al tornar la vista hacia el borde de la autopista pensó en la tosca apatía del chofer. Rememoró la infancia; a su gran amigo del cuadro y sonrió. No encontró mucho sentido en el presente -"¿Respirar y morir para qué?"-.

Dos.

No tuvo forma de recordar el cómo ni el cuándo, pero al abrir los ojos ya estaba en uno de los asientos del autobús. La clona siempre le generaba desorientación. Los intervalos lúcidos eran cada vez menos frecuentes. Anochecía y en el horizonte se apreciaba la témpera púrpura del crepúsculo.

Hizo un paneo general y tragó saliva para destapar los oídos. Caminó con dificultad por el pasillo hasta el maloliente baño. En el corto trayecto se sorprendió con la mirada fija y penetrante de una tipa rarísima que iba dos asientos más atrás. Le parecía alguien familiar, pese a no recordar con suficiente claridad. Pensó en hablarle pero la urgencia se antepuso.
De regreso la mujer ya no estaba.

En la butaca del asiento se cubrió con una pequeña frazada; la escarcha empañaba el vidrio. Diez kilómetros más allá entrecerró los párpados y se puso a soñar. El autobús continuó la marcha bajo un escandaloso manto de estrellas.

Tres

Inusualmente desde aquel episodio con la extraña pasajera del autobús, poco a poco comenzó a notar la presencia de extraños que lo observaban y seguían a poca distancia. Al enfilar en dirección al velatorio, distinguió a lo lejos un puñado de parroquianos en la entrada de la iglesia. Un nudo se tensó en la garganta cuando se acercó y notó la inconfundible silueta de sus padres. Permanecían deshechos a un costado de la imponente nave de madera.

De tal manera se sentía el desconsuelo en el ambiente que salvo la mirada fugaz de uno que otro que no conocía o no recordaba conocer, parecía que nadie notaba su presencia.

Envalentonado caminó por el pasillo hasta los pies del altar. El ruido se puso blanco y el afecto plano. A medida que avanzaba el corazón se comprimía como un puño apretado. No imaginaba al amigo muerto, siempre tuvo una imagen vívida de él. Tan viva que todavía escuchaba su eco dando rebotes en las paredes de la enorme bóveda.

Frente a la urna, la imagen que se reveló tras el vidrio, desataría otra crisis; tal vez la más importante de todas las crisis.

Abruptamente la absurda película quedó congelada.

Cuatro

Ya no había dolor ni culpa por todas las veces que los padres tuvieron que padecer sus locuras. Alucinaba, escuchaba voces y paranoiqueaba con mucha frecuencia. Deliraba con el amigo imaginario. así, insistentemente desde los primeros brotes de pre adolescente. Era tal la obsesión con aquello que en casa el supuesto compañero era tratado como uno más para evitar el lastre de otra crisis.

Así hasta que encontraron el cuerpo penduleando en una viga de la cochera.

El flequillo blanco de satín bordeando su rostro maquillado, dieron el golpe final.

Era él y la muerte seguiría siendo la continuación de su vida pero sin él.

Texto agregado el 10-09-2003, y leído por 661 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
08-02-2005 Muy bueno. Mis estrellas para vos. Saludos peinpot
22-06-2004 Es una narracion explendida se la ha comido usted. felicidades el final me sorprendio aun esperandolo. nuevamente le reitero mis mas fervientes felicitaciones. att.Beto Garcia els
03-06-2004 Extraordinario Cao!! te pasaste, este cuento podria ganar cualquier premio, por ejemplo el Rulfo. me encantó. janine
27-10-2003 Lo macabro de la situacion del personaje y el análisis posterior del lado "psicológico" del texto, no empañan para nada la grata sorpresa de leer un "señor cuento"..como les llamo yo a esos textos que desintegran el tiempo en gotitas de placer y que conducen al lector, velozmente en busca de otro manjar del mismo autor....mis 5* y piquitos al corazon gaviotapatagonica
12-09-2003 Amigo Cao, no debería pero sigue sorprendiéndome la estupenda calidad de su pluma que solo refeleja el genio que va descubriéndose con mayor firmeza cada vez. Felicidades, un abrazo. FALCON
10-09-2003 Todos los grandes jugaron con la muerte. Borges, Sabato, este dice: todos somos cadáveres, en el mientras tanto. Este es una pieza, que encierra la riqueza del texto, mas la lateralidad de un subtexto estupendo. Ha ud. jugado aqui en las ligas mayores de la literatura. Felicidades Cao. hache
10-09-2003 es increíble la versatilidad de tus textos, puedes hacernos un recorrido desde la infancia, la historia y el subrealismo mismo de la locura. Tus descripciones, la formas en que plasmas los lugares del paisaje y de tu mente (o la mente de tus personajes), son gloriosas. Un cuento loco como usted, pero que habla simplemente de su genialidad. Mis estrellas y saludos. CaroStar
10-09-2003 Me caí de espaldas, de nuevo muestras tu facilidad para crear, me encanta como vas dejando caer los detalles que solo se muestran claros al final. Hubo un momento en que me pareció ir recorriendo el desierto en autobus. Abrazos y estrellas burbuja
10-09-2003 Siempre te percibo como un maestro de letras; un ente que nos ayuda a exorcisar nuestras propias desgracias y ezquizofrenias. Este cuento lo recordaremos como uno de los que compartias antes de ser famoso. Tus letras te llevaran lejos. Gabrielly
10-09-2003 Monumental. En forma y fondo. Jodida cosa es la muerte Cao, aquí está dibujada como en poco lugares de la literatura. Un abrazo maestro... cala
 
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