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Inicio / Cuenteros Locales / eme / Aristo, la Cucaracha feliz

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En la aldea de Aristo, todo marchaba como de costumbre. Los papás cucarachas trabajaban en el campo y las mamás enseñaban a sus pequeños hijitos en casa y les alimentaban.

Aristo repartía temprano por la mañana, el periódico que editaba en su casa, a toda la aldea para informarles de las novedades y noticias y luego se dirigía a la escuelita cercana para aprender y jugar con sus amigos. El periódico era una idea que se le había ocurrido a Aristo, para cooperar con la comunidad y sin ayuda de nadie había conseguido de entre unos cachureos abandonados, una impresora vieja y papeles, que estiraba y arreglaba con suma paciencia para que su diario luciera como nuevo.

Uno de los amigos que más apreciaba Aristo era Terg, un gusano verde gordinflón y aficionado a la lectura, que vivía en su misma cuadra. Era el primero en leer las noticias del diario de Aristo por las mañanas, y cuando se juntaban en el colegio, éste le comentaba o corregía las noticias que había leído con gran concentración.

Después del colegio, Aristo y Terg, salían a recorrer el campo en busca de aventuras.
Una de las favoritas, era ir al estanque donde vivía el sapo Sapón, quien estaba siempre al acecho de algun despistado y ¡Zap!, lo atrapaba con su lengua larguirucha en un santiamén. Pero Aristo y Terg ya conocían el truco y se arrastraban despacito y lentamente por el pasto circundante del estanque y se quedaban observando desde la orilla, agazapados bajo las hojas, sin que el sapo los viese. Allí podían estar horas de horas viendo cómo el sapo engullía con su lengua, todo tipo de insectos, que pasaban sin darse cuenta justo por el frente de su bocaza.

Entonces Aristo tomaba una pequeña piedrita desde la orilla arenisca y la lanzaba al otro extremo del estanque por encima de la cabeza del sapo, y Terg hacía lo mismo hacia el lado contrario. Con ello conseguían confundir al sapo y hacían que este se molestara muchísimo y se sumergiera debajo del agua, apareciendo al poco rato al nivel del agua, solo un par de ojos que se movían de lado a lado: Luego Aristo y Terg lanzaban cada uno una piedra más grande directo al par de ojos y salían corriendo dejando atrás al sapo furioso.

Así pasaban el tiempo, mientras se avecinaba el verano en todo su esplendor. Las clases estaban por terminar y se anunciaba un verano caluroso y seco por lo que los habitantes de la aldea estaban empezando a preocuparse.
–No importa–, decía Terg, –encontraremos la solución antes de que cante un gallo, ya lo verás–, le dijo muy seguro a Aristo mientras regresaban a casa caminando por el sendero de las colinas que rodeaban al estanque.

El Padre de Aristo trabajaba en la fabrica de Buenos Deseos junto a otros vecinos de la aldea y estaban empezando a preparar un plan de buenos deseos para paliar el verano caluroso que se avecinaba. Aristo apenas llegó a casa subió hasta su habitación en el rellano del entretecho y se puso a escribir la noticia de que se estaba preparando un plan de “buenos deseos” para paliar el calor del verano. –Es muy importante motivar e involucrar a toda la comunidad en este plan–, le decía luego a su madre-, mientras tomaba una taza de leche en la cocina. –Tienes toda la razón hijo mío–, le decía ella atareada con la limpieza, –si no participamos todos, este verano, tal como viene, podría acarrearnos muchos problemas–, agregó. –Recuerdo que años atrás, antes de que tu nacieras, hubo un verano parecido y murió la mitad del pueblo de calor y sed. Fue horrible–, terminó diciendo.

–Esta vez no será así–, le respondió Aristo, –tenemos un plan infalible que vamos a comunicar a la fábrica de Buenos Deseos para que lo ponga en práctica, ya verás como resulta–, dijo, y salió corriendo al patio para jugar un poco más con Terg.

El sol aun no se ponía y quedaban un par de horas todavía para aprovechar. Hacía calor y Aristo dirigió sus pasos calle abajo en busca de su mejor amigo.
–!Ajá!, –miren quien anda por estos lados–, escuchó de improviso, y volteó rápidamente para ver de donde salía esa desagradable voz. Era Hupper el más envidioso de todos los niños-cucaracha de la aldea.

Hupper se dedicaba todo el tiempo a molestar a los más pequeños y no iba nunca al colegio. Se entretenía molestando, nada más. Su padre era un pendenciero que no trabajaba y estaba todo el día echado en la cama esperando la oportunidad para salir a robar. Lo mismo su madre, que se pasaba todo el día cuchicheando con las cucarachas más aburridas y tontas de la aldea. Hupper era vengativo y odiaba a Aristo porque no soportaba que éste fuera más inteligente y querido que él.

Se ponía rojo de envidia cuando veía a Aristo repartir su diario por el pueblo o cuando jugaba con sus amigos. Más se ponía, cuando escuchaba que todo el mundo hablaba bien de Aristo. De lo preocupado que era por los demás y de lo buen hijo que era. Definitivamente no lo soportaba.
–¿Qué haces por estos lados?, so penco–, le gritó a Aristo, quien ya estaba en posición de repeler la agresión: –No te tengo miedo tonto–, le respondió de inmediato poniéndose en guardia. –No te temo y es mejor que vengas a mi y conozcas lo fuerte que son mis patas. ¡Atrévete si eres tan hombrecito!–, le dijo mientras apretaba con fuerza los puños.

Hupper no soportó tamaña soberbia y se le tiró encima de un salto, sin embargo al instante era suspendido por sobre la cabeza de Aristo quien ya lanzaba certeros golpes de puños y pies al aire. –¿Que tal si ahora peleas como hombre?–, le dijo en la cara Terg, quien lo sujetaba firmemente en una de sus patas delanteras y lo mantenía en vilo colgando de los pies. –¡Pégale a uno de tu tamaño ahora!, si puedes, idiota engreído–, le dijo nuevamente soltándolo desde una altura considerable.

Hupper sintió cómo su cara se hundía en el polvo reseco del camino y cómo una de sus patas sonaba ¡Crackk! Quedó tendido en el suelo semi aturdido y Aristo remató por el costado con una certera patada en el trasero. –¡Toma! tonto, esto es por anticipado, por si se te ocurre seguir molestando– y siguieron caminando como si nada, pero interiormente ambos sentían un gran regocijo por la pequeña victoria obtenida.

Al día siguiente, de madrugada, Aristo salió corriendo a distribuir su periódico con la noticia del “plan”, para paliar el calor, que habían propuesto a la fábrica de Buenos Deseos donde trabajaba su padre. El plan básicamente consistía en que, aprovechando que las mariposas Marquesas pasarían por sobre la aldea, en su viaje de migración, a Terg se le había ocurrido invitarlas a pasar unas semanas con ellos y así, con el constante aletear de sus alas, disiparían el calor reinante y refrescarían el ambiente.

En la fábrica de Buenos Deseos, la idea fue acogida de inmediato y esa misma noche se organizó una comisión de vecinos honorables que irían a proponerle el plan a la reina de las mariposas, que pernoctaba en el bosquecillo cercano. La aldea, al conocer la noticia, se alegró y encontró genial la idea de Terg y la iniciativa de Aristo, por lo que fueron nombrados inmediatamente “Hijos Ilustres” del pueblo.

Cuando esto llego a oídos de Hupper, no lo soportó y fue cojeando al estanque del sapo Sapón a rumiar su rabia y envidia.
–No te preocupes–, le dijo el sapo desde el centro del estanque. –Ven aquí conmigo y te enseñaré como vengarte de ese insoportable Aristo–.
Hupper avanzo unos pasos hasta el borde de arenisca del estanque y cuando iba a meter una de sus patas al agua, se dio cuenta de la trampa y hechó pie atrás.
–Mentira, estas tratando de engañarme para así comerme, no creas que soy tan tonto como para no darme cuenta–, le dijo, haciendo énfasis en su habilidad e inteligencia suprema.
–No, no pienses eso–, le respondió el sapo Sapón, mientras se sumergía y dejaba solo los dos ojos fuera, a ras del agua.
–¿Cromo priensras qure tre pruedo cromerr si trengroo mi brovrcaa brappjroo el aagruaarerpp –le dijo hablando debajo del agua como para convencerlo.
–No te creo–, respondió Hupper malhumorado. –¡Maldito Aristo! ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Te odio!–, gritaba mientras pateaba furiosamente la arena.

–Escuchame–, volvió a decir el sapo con una voz arrastrada y melosa. –Tengo una idea que podrá ayudarte. Dile a ese Aristo, que estás arrepentido de lo que has hecho y que quieres reconciliarte con él y lo instas a que se meta al agua para bañárse contigo. Yo estaré escondido en el fondo y cuando llegue cerca de mi lengua ¡Zuam!, me lo trago y se acabaron tus problemas. ¿Qué te parece? ¿eh?–.

–Si, me parece buena tu idea, pero no se si ese tonto se la tragará–, le respondió incrédulo Hupper, quien ya a esas alturas lo único que tenía en mente era vengarse de Aristo a como diera lugar, sin embargo quedó con la sensación de que la propuesta del sapo contenía una trampa para él también.

La noticia corría como un reguero de pólvora por toda la aldea: !Las mariposas Marquesas habían aceptado la invitación para quedarse una temporada en el valle! y todo el mundo corría hasta el Árbol Sonriente para recoger brotes de chocolate azul-plata.

Los niños-cucarachas se arrimaban al tronco y con sus antenitas le hacían cosquillas al Árbol Sonriente, quien sin dejar de reír se estremecía cada vez más y con el movimiento caían al suelo los brotes de chocolate azul-plata que las mamás recibían en sus regazos muy contentas. Luego se devolvían a sus casa para preparar el delicioso postre a base de chocolate.

El único problema de esto era que el Árbol Sonriente, cada vez que lo niños-cucarachas le hacían cosquillas bajo sus ramas, crecía un poco más y está vez ya superaba la altura de los niños, por lo que había que pensar en cómo conseguir otro árbol sonriente para tener abastecimiento de este rico dulce que solo utilizaban en ocasiones muy especiales ya que mientras más cosquillas le hacían, el Árbol Sonriente más rápido crecía y menos brotes de chocolate tenían.

El sábado por la tarde, la aldea entera estaba afanada en preparar el delicioso postre a base de chocolate del Árbol Sonriente, para el banquete oficial del domingo, en donde se homenajearía a la reina de las mariposas Marquesas por haber aceptado la invitación para quedarse. De hecho ya el calor se estaba disipando con el aleteo de las miles y miles de mariposas que revoloteaban por todo el valle y las colinas, ventilando efectivamente el calor reinante.

Aristo dejó de escribir las últimas notas en su diario y salió en busca de Terg para jugar y caminó hasta la casa de su amigo despreocupadamente mirando a las mariposas que volaban en todas las direcciones.
–¡Terg! ¡vamos a molestar al sapo Sapón y a divertirnos un rato! –gritó por la ventana de la pieza de Terg apenas llegó a la casa. –Ya voy–, le respondió de inmediato Terg, –estoy limpiando mis zapatillas y salgo luego–.

El pobre de Terg tenía unos padres muy educados y siempre le estaban riñendo por que andaba sucio o desordenado. A Terg le fascinaba la tierra y siempre que podía se revolcaba en ella e incluso hacía orificios por donde se metía de cabeza y Aristo lo perdía de vista sin darse cuenta. Esta vez había ido demasiado lejos; se había introducido en un fangal y apestaba. Su madre lo mandó a bañarse prolijamente y a sacar todo el barro de sus zapatillas. No era un trabajo fácil ya que Terg usaba normalmente doce zapatillas en sus seis pares de patas.

–Aquí estoy–, le dijo a Aristo apenas pisó el patio–, ¡vamos rápido! me muero de ganas de tirarle piedras a ese tonto sapo.
–Tengo una idea–, le dijo Aristo a Terg cuando habían llegado a la calle. Por que no te enrollas como una rueda y te hago rodar calle abajo empujándote con mis patas y llegamos al estanque de un tiro.
–¡Estoy listo!–, le dijo Terg, enroscado y sujetándose apenas con sus dos pequeñas patitas delanteras, haciendo equilibrio y enfilando directo al bosquecillo en cuyo centro se encontraba el estanque del sapo Sapón.
–¡Huijuuuu, yupi, yupi!, gritaba Aristo corriendo como un loco detrás de Terg “el gusano rueda más veloz del mundo”, que giraba cada vez más rápido calle abajo y con Aristo pegado atrás empujándolo con sus patitas delanteras y corriendo como un desquiciado, afirmado apenas en sus cuatro pares de patas de tracción trasera, que ni se veían de la velocidad con que se movían.

Las mariposas Marquesas entretanto revoloteaban alrededor del estanque y subían y bajaban tocando apenas el agua para beber unas, y para refrescarse otras. Desde el aire vieron como una “rueda” de color verde y con patas de color café, que giraban a una velocidad incontrolable, bajaba por la ladera de la colina y se dirigía hacia el centro del estanque donde ya el sapo, se preparaba para recibir en sus fauces al gusano rodante apenas éste cayera inevitablemente al agua.

Detrás del gusano rodante venía corriendo, con la lengua afuera de tanto cansancio, Aristo, quien finalmente no pudo alcanzar a su amigo corredor y se tuvo que sentar a observar, sin poder hacer nada, cómo Terg, dando un bandazo en una roca de la orilla, salía disparado directo al centro del estanque, con tan buena fortuna que justo en el momento en que iba a chocar contra el agua, el sapo Sapón emergió en el mismo lugar donde venía cayendo el gusano bala, impactándolo estrepitosamente en la cabeza y atontándolo de inmediato.

Terg, al rebotar en la cabeza del sapo, tomó mayor impulso del que traía y fue a dar al otro extremo del tranque.
¡Paff!, sintió Aristo cuando llegó jadeando a la orilla del estanque y vio que su amigo corredor estaba incorporándose todo adolorido, en la arena del otro lado.
Volvieron muertos de la risa y recordando cada detalle de la carrera, de los cototos en la cabeza del sapo y de la afortunada caída de Terg en la otra orilla del estanque.

El domingo en la mañana, la aldea se reunió en el valle para homenajear a sus amigas, las mariposas Marquesas, quienes habían mitigado el calor de ese varano infernal. Los ancianos honorables llevaban los dulces de chocolate preparados por las mamás de la aldea y se reunieron con gran pompa en el estadio preparado para la ocasión.

El más anciano y sabio de los honorables, le pidió a Aristo y a Terg, que los escoltara e hicieran entrega de los presentes a la reina de las mariposas Marquesas. Terg avanzó con sus manos llenas de dulces y Aristo cuadrado a su lado hizo lo mismo. Cuando la mariposa reina se posó delicadamente delante de ellos, el pueblo estalló en vivas y aplausos y una corte de mariposas de la realeza, formó un círculo revoloteando sobre sus cabezas, reflejando el sol anaranjado en sus brillantes alas multicolores.

Todos estaban contentos y felices con el espectáculo y la aldea se dedicó a compartir sus regalos con el resto de las mariposas, que en perfecta y armónica formación, aterrizaban graciosamente en el valle. El festejo se prolongó hasta bien entrada la tarde y poco a poco los vecinos empezaron a regresar a sus hogares con los pequeñitos tomados de las manos y éstos con sus caritas todas embadurnadas de chocolate.

En el estanque de agua, estaban con cara de amurrados, el sapo Sapón y Hupper, quien no aguantaba sus ganas de ir a reventarles en la cara a Aristo y a Terg, todos los postres de chocolate que quedaron en el campo.

(Continuará)


Texto agregado el 07-07-2005, y leído por 176 visitantes. (1 voto)


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