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-¿Nombre? –le preguntó el policía.
-¿Otra vez? –se quejó.
-¡Eh! No lo pague conmigo: le estoy rellenando la denuncia. Esto es oficial.
-Ufff, José Luis... –dijo cansinamente.
-¡Déme el DNI! Acabaremos antes. –El policía tecleó en el ordenador los datos del DNI, además, le preguntó otros datos como teléfonos y trabajo–. Bueno, pues espere ahí un momento y pasará a declarar ante el Juez de Guardia. Y no me fume aquí, vaya a la cafetería si quiere, que ya le buscaré allí.
-O sea, que la cosa tardará, ¿no?
-No, es el siguiente, pero no se sabe cuanto tarda cada caso –y el policía dio por cerrada la conversación: se giró y se dedicó a leer otros papeles.
Asumió que debía esperar y optó por hacer caso al agente y hacerlo en la cafetería.
Pidió una botellita de agua y se sentó a fumar en un taburete de una esquina de la barra. Agentes de policía de ambos sexos, y personas de todas las clases, entraban y salían de la cafetería. La mayoría venían a fumar, no a consumir, y apagaban los cigarrillos nerviosamente para salir y volver al poco a repetir la acción.
Desde su situación, casi al fondo de la cafetería, podía ver la neblina de humo que ocultaba el techo. Tendría que dejar de fumar, pensó. Una pareja de policías se acomodó en la barra junto a él. Era una pareja mixta. Jóvenes. Sin quererlo, oyó su conversación.
-... pues como me toque mucho las pelotas, le meto la placa por el culo y que le den... –gritaba cabreada la agente femenina.
-Cálmate Cristina. Es un bocazas.
-Me tiene hasta los huevos, el machista ese...
-Es de la vieja escuela, ya sabes...
-Un hijoputa y un viejo verde, eso es lo que es.
-¿Se ha pasado contigo?
-Ojalá. Ojalá me diera la oportunidad de denunciarle... No le harían nada, pero la hostia que le iba a dar no se la quitaba ni Dios...
Su compañero estalló en carcajadas al oírla con tanta furia.
-¡Vaya boca que tienes, Cristina! ... Sí que estás de mala hostia...
-Es que me jode, Andrés, me jode esta gente. Estamos aquí haciendo más horas que la guardia de Cristo y el cabrón encima metiendo cizaña y dando por culo.
-¿Y qué pasó con el tipo aquel?
-¿El pederasta? Otro hijoputa. Que sólo les hacia fotos a las niñas, que no las tocaba, que les hacia fotos en la calle, y que nada, que le entró ganas de mear y se fue a una esquina, pero que no les enseñó nada.
De nuevo reía con ganas Andrés, no por lo dicho por Cristina, sino por la forma y la rabia con que lo decía.
-Menudo cabrón. –Continuó Cristina-. Le tocó el juez Martínez, así que estará ya en la calle; hasta que haga alguna gorda y se pase y le podamos dar bien por culo.
-Desde luego se ve cada uno... Cuando le cuento algún caso a Carmen, se queda a cuadros.
-¿Qué tal está Carmen y los niños?
-Bien, el pequeño ha pasado el sarampión. Ya sabes, nervios de Carmen, pero ya está mejor. Rompiéndolo todo. ¡Que niño! Todo lo rompe.
-Es majísimo.
-¿Sí? Pues te lo regalo, hija. No sabes que terremoto de criatura. ¿Y tú, qué? ¿Cuándo te casas?
-¿Casarme? Para eso primero necesito un novio y como no lo coja al azar... Mira, a ver, voy a pillar novio entre toda esta gente. Ése... no, es muy feo; ése no, es un enano... aquel... no, tampoco, tiene pinta chorizo... –la agente Cristina iba oteando a la gente de la cafetería, bromeando con su compañero. Giró la cabeza y se encontró con la mirada de José Luis y una gran sonrisa en su cara. Al verle, se cortó.
-¿Te valgo yo? –le dijo divertido José Luis. Ella reaccionó poniéndose colorada. Su compañero soltó una carcajada.
-Perdona. Estaba bromeando –se atrevió a decir Cristina tras un rato de gran corte.
-Vaya. Yo ya estaba pensando a que restaurante llevarte a cenar esta noche. –Andrés le dio un visible codazo a Cristina incitándola a enrollarse con el desconocido. Los tres con sonrisas y complicidad en el flirteo surgido.
-Gracias, pero esta noche tengo guardia. En otra ocasión –le contestó Cristina, y, recogiendo su gorra, señaló a su compañero para irse, mientras se esforzaba por poner un semblante muy serio y oficial.
-Lastima. Pero no te pongas seria. Disculpa si te he molestado –le dijo José Luis.
-No, no pasa nada. Adiós.
Mientras volvían a sus puestos, Andrés la recriminaba.
-Joder, Cristina, siento tan antipática nunca encontrarás novio.
-Vete a tomar por culo, Andrés.
-Ja ja –Andrés le reía su enfado-. Pues parecía majo. A lo mejor es del cuerpo...
-Andrés, no te pases, rico. Vale ya. –Este aviso provocó más carcajadas en Andrés.
-¿Qué pasa? –Les preguntó uno de los compañeros a quien iba a relevar y con quien se cruzaron en el pasillo.
-Nada, este, que es muy gracioso. ¿Cómo está el patio? –le respondió Cristina.
-Nada, poca cosa, sólo quedan tres. Voy a buscar a uno ahora y os dejo, es mi hora.
-Vale. ¿Qué juez está hoy? –le preguntó Andrés al colega.
-La Dolores.
-Bien. Me gusta esa juez –alegó Cristina.
-Claro, como es tía... -le pinchó Andrés.
-Sí, es tía y es una buena Juez.
-Bueno, iros para allá, que os envío a este y me voy para casa.
-Vale, Gus.
El agente Agustín localizó en la esquina del fumadero a José Luis y le llamó. Se limitó a decirle que fuera al despacho porque ya le tocaba a él, que estarían unos compañeros pues él acababa el turno y se iba para casa.
Al entrar de nuevo en el despacho del juzgado numero 7, se encontró con los agentes Andrés y Cristina. Se miraron, se reconocieron y se rieron, sobre todo Andrés. Cristina intentó oficializar el ambiente.
-¿Es usted don José Luis...?
-No me llames de usted, me haces viejo.
-... -al silencio de Cristina le siguió la risa de Andrés–. Bueno, tengamos la fiesta en paz, ¿vale? Y tú, déjate de reír, coño. Venga conmigo.
Entraron al despacho del juez. Una taquígrafa y la juez lo ocupaban.
-Buenas tardes. Siéntese por favor –le indicó la Juez mirándole brevemente por encima de sus gafas y volviendo a sus papeles.
-Gracias –José Luis se sentó en una silla y la agente Cristina se apoyó contra la pared, en un tercer plano.
-¿Es usted el señor don José Luis...?
-No me llame de usted, me hace más viejo...
-¿Eh? –se sorprendió por un instante la Juez-. Esto es un despacho de un Juzgado de Guardia, no una cafetería –le dijo seriamente la Juez levantando una ceja y señalándole con las gafas.
-Está bien, no me pegue.
-Oiga, las bromas afuera, viene usted a poner una denuncia, no a hacer el payaso.
-No tengo vocación. Las cosas son como son, tomándolas muy seriamente perdemos objetividad. Las veremos asépticamente y los sentimientos no podrá escribirlos la secretaria...
-¡Vaya, un filosofo gracioso! –dijo la Juez enérgicamente y tiró las gafas sobre la mesa para mirarle fijamente-. ¿A qué se dedica?
-Vivo.
-Huyuyuy, me parece que éste nos va a dar la tarde. A ver, venga, explíquese. ¿Qué quiere denunciar?
-¿Le llamo ‘señoría’, ‘señora juez’ -y levantando la vista y fijándose en el nombre del cartelito de la mesa-, o María Dolores?
-¿Se está riendo de mi? –Gritó la juez para a continuación soltar una sarcástica carcajada-. Mire, me ha pillado recién comida, pero, sólo por eso, puedo hacerle dormir esta noche en comisaría y pagar una multa de 300 euros...
-Tutéleme, señora, soy ignoto en leyes.
-Calma Lola... calma –se decía la Juez cogiéndose el ceño–. Llámeme juez y diga de una vez lo que sea...
-Pues bien, señora juez, todo ocurrió cuando... -la juez miró a las dos ayudantes y elevó las cejas en un claro gesto de santa paciencia. Se echó para atrás en su sillón y le escuchó medio aburrida.
Cuarenta minutos después, las tres personas habían cambiando su actitud y porte. Las tres le miraban con cara de incredulidad y hubo un expectante silencio cuando acabó.
La Juez reaccionó.
-Esto... -se paró y recompuso la postura, seria y formal–. Señor mío, la Justicia no está para tonterías y no sé si enviarle a la cárcel o al psiquiatra. Pero no puede usted venir a tomarnos el pelo y salir de rositas...
-Un momento –dijo José Luis, en tono de protesta.
-¡Cállese! No empeore las cosas.
-No, no me callo: pido justicia. Al entrar vi que ponía Palacio de Justicia, ‘Palacio’, en su acepción de casa suntuosa, destinada a juntas de corporaciones elevadas y luego ponía ‘de’ que indica perteneciente o relativo a, por último ponía ‘Justicia’, que dejando aparte los significados teológicos, indica lo que debe hacerse según derecho o razón. Eso es lo que vengo a pedir. No a reírme de nada tan sagrado ni a que se rían de mí.
-¿Pero, está usted loco? ¿Qué quiere que hagamos en temas de relaciones privadas?. La justicia está para la administración de la razón entre las personas físicas y jurídicas, pero no entiende de líos sexuales ni de sentimientos.
-¿Acaso no venimos aquí a casarnos?
-Sí, pero al acto jurídico en que dos personas forman la figura de matrimonio civil, no damos fe de su amor ni de su interés, sólo del acto volutivo de ambos.
-Revise el Derecho Civil. La Ley ha de protegerme.
-¡La madre de Dios! Siempre me tocan los locos... –se quejaba al cielo la juez.
-No estoy loco, lo hago por amor.
-Pues eso. Lo que yo digo: es lo mismo.
-Ayúdeme.
-¿Pero qué coños quiere que yo haga? –perdió los nervios la juez.
-Lola, ayúdame, se lo pido a la mujer con poder legal, ayúdame.
-Esto es increíble... Vamos a ver, que me está usted poniendo de los nervios ya. Para empezar no me llame Lola o le empapelo por lo del Kennedy... Su historia es muy bonita, sí, muy romántica y por un lado me alegra que aún existan esas clases de relaciones y eso, pero no podemos ponerle una pistola en el pecho a Amalia...
-Alicia.
-Sí, a Alicia, y obligarla a que haga lo que usted pide. Conquístela. Regálela flores. Llévela a cenar. Invítela a París. Pacte con ella. Cambien de juego. Cásense. ¡Yo que sé! Pero no puede obligarla y mucho menos pedir amparo a la Justicia. Así que ahora la agente le acompañará, me firma unos papeles y dé gracias que no tome medidas contra usted.
-Bien, pues disculpe, pero no me parece justo. Lo acepto y lo acato, pero la Justicia ha de estar para lo grande y para lo pequeño. Yo no quiero que la obliguen a que acepte mis justas reivindicaciones. Así no lo quiero...
-¿Pues entonces qué coños quiere? ¡Coño! ¡Me saca de quicio! ¡Llévatelo de aquí, Cristina! Todavía le meto un puro...
-Juez de Paz –dijo José Luis antes de que Cristina le agarrará de un brazo.
-¿Qué?
-En una ciudad, los jueces de distrito son también jueces de paz, y un juez de paz sí entiende de mi asunto.
La juez se quitó las gafas, cruzó los brazos sobre la mesa. Le miró fijamente. Tenía razón.
-Cristina, ¿cuántos quedan? –le preguntó a la agente sin dejar de mirarle a él. La agente abrió la puerta, miró y cerró de nuevo.
-Dos, señoría.
-Bien. Bien. Vamos a ver. Vamos a ver... -soltó el aire resignada, en realidad le divertía aquel tipo y aquel caso–. Si no he entendido mal, usted entabla una relación por Internet con esa señorita Alicia, y, entre otras muchas cosas, llegan a una especie de pacto por el cual usted le escribe todos los días un relato.
-Eso es.
-Usted le reclama que le dé su valoración a los relatos, por... ¿cuáles fueron sus palabras Rosa? –y la taquígrafa buscó en la cinta.
-... a) como todo autor, necesita la justa critica para mejorar en su obra; b) por vanidad y autoestima y como incentivo; c) como compensación al trabajo, un trabajo no valorado desincentiva al obrador –en este punto Rosa levantó las cejas y miró a la juez como dejando bien claro que ella se limitaba a repetir lo que había dicho ese sujeto-; y d) como resultado de la interacción entre el lector y el escritor, y siendo una relación unívoca, el escritor necesita saber la reacción y el conjunto de estímulos que provocó en el receptor...
-¡La madre de Dios! ¡Manda guebos, como dijo aquel! –Dijo la juez-. Bien, sigamos. Además usted le reclama un beso nocturno y otro diurno, como símbolo de no sé qué coños...
-De su atención y espíritu renovado para el encargo diario, y además, por que no decirlo, por propio placer –repitió José Luis.
-¿Está seguro que no se ha escapado de ninguna clínica mental?
-Por favor, señora...
-Está bien, perdone. Sigamos. Bueno, pues con esas premisas, adornadas con toda una historia de relaciones por Internet, usted pretende que la Justicia le haga a ella cumplir su requerimiento y se le afee en privado su comportamiento con usted... Lo que no nos ha dicho, es de que son los relatos.
-Bueno, son de todo... claro, desde cómicos, policíacos, eróticos, porno...
-¿Ha traído alguno?
-No, pero puedo aportarlos como cuerpo del delito.
Esta vez no pudo reprimirse la juez y no se cortó en sus carcajadas. Todo el mundo esperaba su decisión que no tomó hasta calmarse de las risas.
-Ande, váyase a casa. Cómprele unos bombones y no juegue con la Justicia. Ah, y envíenos esos relatos. Han de ser divertidos e interesantes, ¿verdad Rosa? Un tío que escribe todas las noches un relato a su novia... Es curioso.
-No es mi novia.
-Bueno pues a lo que sea. No es normal, a no ser que esté usted enamorado de ella...
-No, aún no.
-¿Aún no? –y mirando a Rosa la juez le dijo que cerrara la declaración. Rosa paró de escribir pero no se movió, se relajó y por primera vez miró con detenimiento a José Luis.
-¿Cerrado? ¿Caso cerrado? –preguntó él.
-Sí loco, sí. Mira, si quieres demandarla y pedirla daños y perjuicios, pues valóralos y pon la demanda, será un juicio civil graciosísimo, pero si lo que pides es que te envíe un beso, pues no es aquí.
-Jo.
-¿Jo...? pero bueno, ¿tú de donde sales?
-Sois todas mujeres, podríais llamarla ahora y...
-¿Qué? Uffff. Anda Cristina, llévatelo de aquí.
Cristina le agarró nuevamente del brazo y lo encaminó a la salida. Cuando ya estaba a punto de salir del despacho, se giró hacia la juez para decir su mutis.
-Gracias y perdone, pero no es justo.
Las tres mujeres se rieron y Cristina tiró de él para sacarlo definitivamente.
-¿Y a ti que te parece? –le preguntó a Cristina.
-¿Qué? ¿Yo? ¿A mi? Pues que menos mal que no acepté tu invitación a cenar, porque estás como una cabra.
-¿Por qué?
-¿Tú te crees que puedes venir a un juzgado a denunciar eso?
-¿Por qué no?
-Bueno, mira, firma aquí y date una vuelta que te despejes.
-¿Y la cena?
-¿Qué? Pero bueno lo tuyo es de manicomio...
-Ya has visto que soy inofensivo. Y aparte, de novio tuyo no daría el pego, pero sí como amigo. Así hablamos de mi caso y me das tu punto de vista. Anímate. Siempre es mejor que cenar solos.
-No.
-Cristina, anímate –insistió José Luis.
-Sí, Cristina –dijo Andrés, ignorante de todo lo ocurrido pero que había seguido la charla de ambos–. Que no sales nunca. Diviértete.
-Vale Andrés, cuando necesite un padre te avisaré, ¿vale? –le recriminó a su compañero.
-No seas tan arisca con tu compañero –le afeó José Luis.
-¿Qué? Pero bueno, ¿pero tú quién te has creído...?
-Tiene razón él, joder, te lo decimos para tu bien y siempre saltas con un taco... -apoyó Andrés a José Luis.
-Pero bueno... ¿Hoy es el día de San Absurdo? –preguntó al cielo Cristina.
-¿Por qué no? –remató José Luis.
Ella se le quedó mirando en silencio, miró a Andrés, que le hacia gestos para que aceptase. Movió la cabeza y tomando un papel escribió algo que le pasó a José Luis.
-A las nueve aquí. Te doy dos minutos de cortesía.
Andrés y José Luis chocaron las manos con una sonrisa y Cristina se tiró de los pelos.

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Texto agregado el 08-07-2005, y leído por 1373 visitantes. (0 votos)


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