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Un día parece tranquilo cuando en el aire se respira fresco y los pajaritos ¿cantan?. Los sueños no vinieron esta noche y la almohada calientita se deja abrazar; el aroma a café molido, llamado barroco desde la cocina. Miro con un ojo el reloj y ya es la hora de ponerme las pantunflas.
Qué gusto asqueroso este dentífrico y la dentadura de drácula me sonríe desde el vaso en el botiquín. Dos agujeros negros me miran y la boca reseca parece un cráter.
Hoy me llamaron para declarar y este pobre pibe qué no aparece. Quién sabe donde habrá terminado. Y eso que yo sabía que lo del circo no era joda. Éramos artistas de puta madre y este pendejo que pensaba llevarse el mundo por delante sin haberse, todavía, cambiado el pañal. Mi pasado me condena, lo sé, lo reconozco, yo era un payaso drogón, pero era la época del hipismo que lo parió, basta de juzgar hoy soy médico y sólo atiendo a ratas de laboratorio. La gente juzga y no sabe que uno cambia, a veces.

Entre enanos y malabaristas me sentía en casa, todos esos seres de fantasía eran mí única familia y no hacía falta dar ninguna explicación, nos entendíamos con saltos, con acrobacia, con música, con purpurina y narices rojas. Todo estaba sincronizado. Todo. No había lugar para el error, salvo el lugar del error.

Yo sabía que esa piba estaba limada, pero no tanto, esa noche dió un espectáculo a media máquina y se fue temprano, sin hacer el ritual del brindis con crema batida. Se fue y no apareció después de 8 días. Volvió. Estaba con la misma ropa con la que se fue y me dijo que había llegado un poco tarde para el ritual de crema batida, le dije que se vaya a bañar ya que tenía el pelo parado de la mugre y las medias rayadas rotas. Hubo pelea de perros le pregunte y sin mirarme me pasó un número de teléfono. Me dijo que tenía habilidades y era parte de la familia. Por el apellido lo relacioné inmediatamente con Raquel, era el sobrino. No, basta le dije, esa vieja loca ya le traía demasiado problemas, encima la tenía que bancar porque era mujer del presidente del club del barrio, ése que le habilitaba el terreno para el circo. No, basta de gente rara. Ella entrenaba a los caniches del circo porque eran los únicos seres que le prestaban atención y qué además podía manejar, ya que su marido no le pasaba ni la hora y su hijo la ignoraba desde que fue al jardín de infantes. Pobre, pero en fin, ¿qué onda Luna?, ¿qué tenés con ese pibe?. Desembucha. Es solo un amigo ¡já! cuando mentía se le movían las orejas, era flexible hasta el talón de Aquiles. Gimoteo un poco hasta que al final contó con lujo de detalles todo el encuentro con Carlitos. Yo no quería saber más, estaba todo traspirado y le dije a Luna que se vaya entrenar.

Esa noche íbamos a tener una función muy importante, festejábamos que Pepo, el payaso misionero, iba a casarse con Margarita la mujer barbuda.

Me acuerdo cuando conocí a Carlitos, mezcla de confusión y encanto mientras miraba unas plantas detrás de la carpa azul, son sólo bonsáis de palmeras le dije y con los ojos crispados de emoción buscaba a Luna. Otra vez quilombo en el gallinero pensé, pero, me sorprendí al ver que Carlitos tenía una habilidad impresionante para levantar a Luna y tirarla para arriba, se ve que habían practicado y sin entrar en detalle le dije si quería hacer un numerito cortito, ya que necesitaba tiempo para cambiar a los chimpancés.

Yo ése día había tomado mucho vino tinto y rompí con unas de las reglas del circo haciendo que un extraño ingrese, sin haber pasado la prueba de la matraca.

Carlitos ni siquiera lo pensó y me dijo que sí. Y esa noche paso lo que tenía que pasar; después de los malabares de Luna venía el numerito de ellos. Lo titule el salto del mono. Mientras ella caía de arriba del trapecio, Carlitos saludaba a la gente de la primera fila, Luna cayó arriba de unos globos al costado del escenario y se levantó chispeante con la música y los payasos se la llevaron derecho al hospital. Ése pibe lo más fuerte que había probado era el serenito rock y esa turra le había dado una mezcla que usábamos como antídoto anti nervios y que lo habíamos denominado “El levanta muertos”. La guinda de la torta fue puesta en el momento qué Carlitos desprendió desde su boca un liquido violáceo dirigido violentamente a la platea central, la misma quedo bañada y observando estupefacta ése espectáculo desagradable. Nadie explicó nada y todos se retiraron alborotados, algunos riendo, otros puteando y los chicos llorando por no haber visto el show del chimpancé bala.

Desde ahí, dije, no, basta, que éstos pendejos me manden en cana, no, puedo ir por portación de drogas, de armas, por trafico de enanos, por violación de los derechos de los animales, por falta de salubridad e higiene en el circo, por utilizar terrenos fiscales, por tranzar con la mafía del barrio, por hacer desaparecer algún que otro payasito limado, pero nunca por dos pendejos inconscientes que no saben ni tomarse una aspirina.

Chau, desde ahí largue todo, la matraca, la purpurina y el vino tinto, y me puse a estudiar medicina, me costo, si bueno, pero hoy soy doctor, de ratas, pero lo soy. Que puedo decir de Carlitos, que a pesar de todo fue un milagro haberlo conocido. Me gustaría que aparezca y verlo algún día y decirle que gracias a su inconsciencia e ingenuidad, hoy soy Jacinto, ex payaso, ex drogón, ex traficante, ex mafioso, y doctor de ratas, a mucha honra, carajo.

By LaLa
18/05/2005

Texto agregado el 11-07-2005, y leído por 415 visitantes. (1 voto)


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