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LA CARTA



Hola mi querida María de Los Angeles: Hoy de nuevo he visto el sol. Cuando me asomé a la pequeña ventana de mi habitación alcancé a atisbar su figura menuda y mi corazón dio un vuelco, como aquella vez en que nos topamos en la calle y vi la luz del cielo en su mirada. Esa vez se abrió el día cuando me sonrió, me dijo “perdone, “y me cedió el paso. Me acuerdo que miré hacia atrás y así me quedé un buen rato esperando, hasta que usted se volvió, María de Los Angeles, y me sonrió. Ese fue nuestro primer encuentro y hasta ahora el único. Yo no sé si usted se acordará del incidente (¿incidente? ¡Para mí fue un encuentro celestial!). Como sea, me atrevo a escribirle la presente, sintiendo que a lo mejor tengo la suerte de que este papel llegue a sus manos y sea tomado entre ellas con la presión de sus deditos y pueda sentir a través de él, a la distancia, el calor de ellas y el palpitar de su corazón.
Hoy la he visto y eso me ha hecho escuchar el canto de los pajarillos a pesar de que estamos en inverno y el frío es crudo en este tiempo. He prendido el pequeño brasero que tengo en mi cuarto por un rato, porque no puedo tenerlo así todo el día. Pero siento que no es necesario cuando puedo verla a usted. Ahí me quedo con la imagen de su figura preciosa, María de los Angeles, y me sirve para reconfortarme todo el día. Ya por la tarde, cuando el sol se esconde, más temprano como usted sabe, en invierno, doy una última mirada a su ventana a ver si logro divisarla y ya después de esperar un rato, me acuesto abrigado con su recuerdo que me cubre como una manta tejida con amor, y ya no siento el frío que llega. Por las noches sueño con nuestro encuentro inolvidable, una y otra vez. Le contaré, mi queridísima María de los Angeles, que he imaginado en sueños muchas situaciones distintas, en las cuales después de nuestro encuentro, comenzamos una charla de diversas maneras. En una de ellas, yo la invito a la plaza a dar una vuelta y luego al café, a tomar chocolate con pan de dulce y usted acepta con un mohín gracioso que me hace quererla más todavía si esto fuera posible. Ahí conversamos largamente y yo le cuento mis cosas y usted no me quita los ojos de encima. ¡Qué agradable es conversar con usted, María de los Angeles! Siempre me mira sonriente y abre sus ojos con sorpresa cuando algo le resulta curioso.Como cuando le conté de mi paso por los canales del sur, esa vez que me embarqué en una lancha de los indios onas. O cuando se ríe graciosamente y se le hacen hoyuelos en las mejillas. Sus ojos resplandecen y le brillan como lucecitas en las pupilas. Yo también me río entonces y es muy gracioso porque la gente nos mira con curiosidad. Otras veces después de nuestro encuentro usted me cuenta que se siente preocupada por la salud de su madre y me entristece mucho. Entonces, mi linda María de los Angeles, platicamos en un banco de la plaza tomados de la mano y yo la escucho con atención. Ahí se le nublan los ojos de lágrimas y yo sufro terriblemente, mi ángel, porque no sé como consolarla. Yo hace tiempo que perdí a mi esposa y ya no me quedan lágrimas que derramar, pero igual siento gran pena por lo que le ocurre. Una vez usted se apoyó en mi hombro y así estuvo un buen rato. Yo la abracé y usted se cobijó en mi pecho y estoy seguro que sintió latir mi corazón desbocado. Otras veces, nuestro encuentro, mi niña, nos ha llevado a su casa, donde usted me ha presentado a su mamá, a la que he divisado desde mi ventana algunas veces en verano, cuando sale a tomar el sol, sentada en la silla que usted le coloca en la puerta y ella tose incesantemente. Yo me veo vestido muy elegante con un traje oscuro, ese que tuve hace muchos años y con una corbata roja de pintitas. Ella me saluda muy cordialmente y se sonríe encantada. Yo le llevo un gran ramo de flores, con rosas y jacintos y una torta de la que comemos más tarde, sentados a la mesa. Usted a mi lado y ella al frente, siempre sonriendo. ¡Oh! que feliz soy en ese sueño, mi adorada María de los Angeles. Creo que es mi favorito, porque es como una ilusión que espero pacientemente que algún día pueda ser realidad.
Aunque a lo mejor no le interese mucho, le contaré que ocupo una pequeña habitación aquí frente a su casa, en el segundo piso. Me vine de mi anterior residencia, con tan buena suerte que la casera accedió a arrendarme una pequeña bodega al final del pasillo, justo frente a su ventana. No tiene baño. Está en el pasillo al otro extremo, pero no es problema. Para mí es un verdadero regalo el arriendo y lo mejor es que puedo verla de vez en cuando y escribir tranquilamente en este rincón, cuando regreso de mis obligaciones. Tengo además buenos vecinos, porque en esta casa que, como usted ha apreciado es bastante grande, vivimos varias personas. Hay familias enteras en una o dos piezas y en ella se hace toda la vida. A veces hay problemas porque se generan discusiones y se pelean a gritos pero en general la convivencia es pasable. También hay algunos inconvenientes con la luz, la que cortan muy temprano, pero para mí no es problema porque igual enciendo una vela y puedo seguir escribiendo, aunque últimamente he estado sintiendo molestias en los ojos, por lo escasa de la luz. Me lagrimean un poco y se me nubla a veces la vista. Pero no importa, mi hermosa María de los Angeles, porque sé que mañana la veré temprano cuando pase por la ventana, la que estaré observando desde temprano, como cada día.
Le contaré, mi ángel, que he hecho varias veces el trayecto de nuevo, aquel en el que no encontramos por primera vez, pero no ha sido posible coincidir con usted. Sería una dicha toparnos de nuevo así como la primera ocasión, esa que le relato. Más no pierdo la esperanza de que nuestros pasos se crucen nuevamente.
Debo confesarle que me ha costado varios días decidirme a enviarle esta carta, porque no sé qué pensará de mí. A lo mejor cree que soy un viejo senil que sólo quiere aprovecharse de su juventud. No. No mi cielo. Mis sentimientos son puros y sólo quiero tener la ocasión de ofrecerle mi corazón lleno de amor que ha sido alumbrado por la luz de su sonrisa y el destello de sus bellos ojos.
Mi bien querido, mi María de los Angeles, si de alguna manera cree que tengo alguna posibilidad de escuchar su voz nuevamente y la dicha de ser aceptado como su amigo, le ruego me conteste a través del mismo medio
Hasta entonces, besa sus manos con respeto
Iván Corrales

Luego cerró la carta, la puso en un sobre y se la entregó a la sirvienta para que, previo pago de un billete, la llevara a su destino. Cuando volvió por la tarde, la encontró devuelta debajo de la puerta. Salió con el corazón oprimido en busca de la empleada. Cuando la interrogó ésta lo miró compasiva, al ver la ansiedad en el rostro del hombre.
- No está, Don Iván. – contestó con tristeza. -Me dijeron que embalaron todas sus cosas y se fueron al norte, a vivir con unos parientes, debido a la enfermedad de la señora. Vino un camión y se llevaron todo de una vez.
El hombre dio vuelta y se dirigió a su cuarto. Cerró la puerta y cuando la sirvienta pasó por fuera, sintió un sollozo, muy suave que venía del interior.

Miércoles, 20 de julio de 2005

Texto agregado el 22-07-2005, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


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