Más de alguna vez, como le pasa a todos los niños, llegue a casa con las rodillas, los codos magullados. Incluso hasta mi nariz una vez sangraba profusamente. Mi cabeza daba vueltas y vueltas entre las frases de quienes se acercaban como queriéndome, tratando de simular que lo hacían, pero de una manera desastrosa.
En esos mismos años, cada vez que mis ojos estaban cansados y mi cuerpo harto de juegos, apretujones y besos de mi tiesa gorda tía tina. La misma frasecita, mal parida de las bocas de quienes siempre han dicho quererme.
Ahora después de iniciar mi adolescencia, una vez al mes sangro, mis ojos están caídos, mi cuerpo muchas veces no resiste y dicen que estoy enferma.

Malditos ineptos.