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(Homenaje a Julio Cortazar)

Mi nombre es Alberto García - ya sé que no es original pero es el que me tocó en suerte (o desgracia), qué le voy a hacer- tengo 38 años y hace 17 que soy policía. Desde hace dos años soy teniente en la división homicidios y, como se imaginarán, he visto muchísimas cosas raras pero ninguna como ésta que les voy a contar.
Vivo y trabajo en Buenos Aires que, como todo el mundo sabe, es una enorme ciudad en la que la mitad de la población está loca y la otra mitad está en camino a serlo. Recuerdo que era un día de febrero y el aire estaba tan denso que uno tenía la sensación de estar sumergido en gel caliente. Yo estaba trabajando en el caso de una mujer joven (de unos 28 años) que había sido asesinada brutalmente. Había aparecido en un baldío, desnuda, con un pene en la boca y un palo en el culo. Del dueño del pene no habíamos tenido noticias y la autopsia demostró que no había sido violada ni había tenido relaciones sexuales durante las 24 hs. previas a su deceso. Todo indicaba un arreglo de cuentas de la mafia de la prostitución pero aún teníamos un largo camino por recorrer. La investigación estaba bajo mi cargo y mi equipo lo completaban el tano Vitelli, el principal Funes y el sargento Ibáñez. El tano Vitelli es sargento primero y mi mano derecha. Es uno de esos tipos francos y frontales pero, a la vez, leales como pocos. Cuando uno lo conoce por primera vez resulta poco agradable, pero luego de un tiempo de convivencia termina queriéndolo como a un amigo entrañable. Por su parte Funes es un negrazo grandote y un poco matón; no es muy inteligente pero tiene iniciativa y sabe acatar órdenes. Es un tipo especial para el apriete, y en el ambiente en que nos movemos suele ser necesario. Generalmente lo hago trabajar con Ibáñez dado que este último fue asignado a la división hace relativamente poco y yo no tengo ganas de hacerme cargo de su formación. Por otro lado se llevan bien y, como ya dije antes, mi mano derecha es el tano Vitelli.
Nuestra sección estaba en el segundo piso del Departamento de Policía y, por supuesto, no teníamos aire acondicionado (privilegio de los capos) sino unos ruidosos y ruinosos ventiladores de techo que todo lo que hacían era desparramar los 32 grados centígrados en forma más pareja por todo el ambiente. Yo estaba sentado frente a mi escritorio que a su vez se encontraba en un gran salón junto a otros 12 escritorios más pertenecientes al resto de mis compañeros de homicidios. Como era habitual, el ruido de fondo con máquinas de escribir, teléfonos sonando y voces hablando y discutiendo ayudaban a construir ese clima estresante que nos habíamos acostumbrado a incorporar como normal. Frente a mí estaba el tano Vitelli y estábamos revisando y discutiendo algunas pistas del caso cuando sonó mi interno.
-Escucho. Inquirí.
-Señor, soy el agente Rivero de mesa de entradas.
-Si, ¿que pasa?
-Aquí hay un señor... Lucio Fontanari (como el escritor, vió) que dice ser su amigo y quiere verlo urgente.
-Es el escritor y es cierto que es mi amigo. Exageré.
-Ah... como lo vi tan nervioso y desaliñado.., no pensé que...
-Está bien, dejalo pasar. Lo interrumpí.
Lucio Fontanari era un famoso escritor local dueño de una prolífica obra que había sido traducida a decenas de idiomas. Era famoso en todo el mundo y recientemente había sido candidateado para el Nobel de Literatura. Yo lo había conocido dos años atrás con motivo de haber participado de un seminario suyo sobre la novela policial (género de la que soy adicto) y trabamos relación cuando, a raíz de una discusión sobre la veracidad de la trama, se enteró que yo era policía. Supongo que habrá visto en mí una fuente de información sobre la realidad del crimen, pero lo cierto es que al terminar el seminario me invitó a tomar un café y estuvimos charlando como dos horas. En esa oportunidad intercambiamos teléfonos y luego volvimos a vemos tres o cuatro veces más en forma espaciada. En todas esas oportunidades su interés se centraba en la investigación criminológica y el mío en la literatura.
En eso había consistido nuestra relación y además hacia más de un año que no lo veía; por eso de ahí a que fuéramos amigos...
Colgué el teléfono y empecé a ordenar el escritorio rápidamente. Después de todo Fontanari había sido recibido por Presidentes y eminencias en todo el mundo y no era cuestión de recibirlo así nomás.
El tano me miró con divertida curiosidad a sabiendas que el orden no era precisamente una de mis virtudes.
-¿Que pasa? ¿Viene el Presidente? Disparó.
-No, pero viene alguien que, a mí me merece más respeto.
-Entonces seguro que es una mina.
-¿Desde cuando creés que las minas merecen mi respeto? Rematé sabiendo que tocaría la cuerda adecuada en un tipo machista como el tano.
-Tenés razón. Finalizó riendo.
-El que viene es Lucio Fontanari, el escritor.
-¿En serio?
-Sí. Yo lo conozco de antes pero hacía mucho que no lo veía.
-No jodás Beto, te estoy preguntando de verdad.
-Te estoy diciendo la verdad. Quedate y vas a ver.
El tano puso su mejor sonrisa irónica y se sentó mirando la puerta al final del corredor. Yo me hacía el que no le daba importancia y continué ordenado el escritorio.
Al cabo de un instante la puerta basculante se abrió y entró Lucio Fontanari acompañado de un agente que le señalaba en dirección a mí.
Si bien nunca lo conocí como un tipo demasiado pulcro o meticuloso, esta vez su desaliño era más que notorio y, efectivamente, se lo veía nervioso.
Yo me paré y le hice señas con la mano para que me ubicara. Al yerme avanzó decidido hacia donde yo estaba.
- ¡Maestro, es un placer volver a verlo! Le dije tendiéndole la mano.
-Quisiera poder decir lo mismo Alberto, pero me temo que esta vez no venga movido por el placer. Respondió al tiempo que estrechaba mi mano. Seguidamente le presenté al tano Vitelli y lo invité a tomar asiento.
-¿Quiere tomar un café o un té? Convidé.
-No gracias. No creo que haya tiempo para eso.
-Cuénteme por favor.
-No sé ni por dónde empezar. Tampoco sé por qué lo vine a ver a usted. Supongo que pensé que aquí me sentiría más seguro... pero ahora me doy cuenta que no es así.
Mientras hablaba se frotaba las manos nerviosamente y miraba todo alrededor pero particularmente la puerta por la que acababa de entrar.
-Tranquilícese Don Lucio, y cuénteme que es lo que pasa.
Fontanari dio un largo suspiro, me miró con una mezcla de miedo y resignación y comenzó a hablar.
-En fin, ya que estoy aquí lo mejor va a ser que le cuente. Agregando en voz más baja.-Aún a riesgo de que me tome por loco.
Hizo una pausa y frunció el ceño como tratando de poner en orden sus atormentados pensamientos.
-Todo comenzó hace dos días. Mariana, mi mujer, se había ido con los chicos a nuestra quinta de Moreno. Yo no fui de la partida porque tenía que firmar unos papeles en la Editorial al día siguiente (ayer), pero prometí unirme a ellos, a más tardar, hoy. Ellos se fueron al mediodía y pasé el resto de la tarde escribiendo y leyendo la correspondencia que, como usted sabe, suele ser muy abundante.
A eso de las nueve o nueve y media de la noche sonó el teléfono. Contesté y al otro lado una voz repulsiva me dice: “Preparate para morir; estoy cerca y vigilándote. “. Por supuesto que mi reacción fue putearlo hasta en japonés, convencido que sería algún chistoso gastándome una broma de mal gusto. Colgué y traté de olvidar el incidente volviendo a mi tarea con la correspondencia pero por algún motivo que desconozco no podía concentrarme en la lectura. Una y otra vez volvía a mi cabeza la voz cargada de malicia que repetía la amenaza.
Decidí renunciar a la cena, me tomé un Valium y me fui a dormir. De más está aclararle que bajo los efectos del hipnótico dormí como un angelito. A la mañana siguiente ya no recordaba el desagradable episodio y me dirigí a la Editorial afirmar el contrato de mi último libro. De regreso a casa detuve mi auto ante un semáforo y a mi derecha veo una camioneta negra. No sé porque se me ocurrió mirar al conductor pero lo cierto es que lo hice y descubrí que el tipo me estaba mirando con una diabólica sonrisa dibujada en el rostro. Al principio creí que se trataba de algún fan que me había reconocido y me disponía a retribuir su reconocimiento con una inclinación de cabeza pero de pronto veo que empieza a gesticular mirándome fijamente y leo sus labios que claramente me decían “Preparate para morir. “. Comenzó a invadirme una sensación de pánico mezclada con ira. El semáforo dio verde y la camioneta arrancó normalmente avanzando entre el tránsito. Yo no sabía qué hacer. Me debatía entre el impulso de correrlo para agarrarlo a trompadas y el miedo que me producía pensarlo como un verdadero asesino. No sé cuanto tiempo habré estado detenido frente a esa bocacalle. Apenas pude escuchar el concierto de bocinazos que me regalaron desde atrás y la lluvia de puteadas. Finalmente puse primera y arranqué.
El relato, hasta esta parte, se parecía más a un cuento que a la realidad y lo peor era que me resultaba conocido.
-Discúlpeme que lo interrumpa Don Lucio, pero: ¿Me podría describir al sujeto?
-Creo que comienza a entender. Déme unos segundos y tendrá su descripción.
- Entonces continúe por favor.
Para todo esto, el tano escuchaba fascinado y concentrado como pocas veces lo había visto. Estaba sentado con la boca abierta, exageradamente inclinado hacia adelante y con los ojos clavados en la boca de Fontanari.
- Como le decía, cuando llegué a casa mi cabeza era un torbellino de dudas y preguntas sin resolver. Pensé en hacer la denuncia policial pero: ¿Qué les iba a decir? Todo esto tenía un toque de irrealidad evidente. Además, había otra cosa que me desconcertaba y era la cara y la voz del sujeto en cuestión. No podía evitar que me causaran pánico y lo más loco de todo era que ya lo había sentido la primera vez que escuché su voz en el teléfono. Coincidirá conmigo que ésta es una sensación, como mínimo, poco habitual. Entonces comencé a pensar que todo fuera una alucinación mía pero, sabido es que las alucinaciones no se producen porque sí. Hay toda una historia previa y, particularmente, no creo que ese sea mi caso. Hasta el episodio del teléfono yo estaba perfectamente bien; no tenía ningún tipo de problemas. Mis relaciones familiares están en un gran momento, económicamente no tengo problemas y en lo personal me siento realmente satisfecho (sobre todo después de la nominación para el Nobel de Literatura). Por todo esto me resultaba difícil creer que pudiera tratarse de una alucinación mía. Todo resultaba realmente confuso y, particularmente, esa sensación de deja vu, esa perversa familiaridad del sujeto no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. De pronto algo hizo click dentro de mí y descubrí lo que me molestaba: la cara y la voz del sujeto eran calcos de los que yo había imaginado para el personaje del asesino de mi novela “La alteración de Moebius” Concluí.
-Exacto.
-Espere un momento, creo que la tengo aquí.
Abrí el cajón de mi escritorio y comencé a revolver hasta dar con el libro que dos años atrás Fontanari me había autografiado. El porqué tenía el libro allí es bien sencillo. Yo pasaba muy poco tiempo en mi casa y era habitual que me llevara los libros a la oficina para leerlos en los pocos ratos de ocio entre un caso y otro. Si bien es cierto que éste ya lo había leído hacía ya mucho tiempo, lo cierto es que me había quedado sin literatura y mientras esperaba comprarme alguno nuevo decidí releer aquellos que me habían gustado más.
Fontanari se refería a Arsenio Sotomayor, el asesino de su novela.
-Déjeme continuar contándole.
-Sí, discúlpeme.
-Esa tarde volví a recibir otro llamado de este individuo insistiendo con su amenaza, por lo cual decidí desconectar el teléfono. Luego cerré todas las ventanas, puse el aire acondicionado y conecté la alarma. Cené creo que a mi pesar y Valium previo me fui a dormir. Esta mañana me desperté sobresaltado por lo que obviamente había sido una pesadilla, pero no la pude recordar. Me levanté y luego de desayunar armé el bolso para irme a la quinta con mi familia esperando encontrar allá la paz deseada. A pesar de ser enemigo de la violencia me vi impelido a agregar al equipaje un viejo cuchillo de caza que me habían regalado años atrás. Fui hasta el estudio y tomé el cuchillo que reposaba en un estante de la biblioteca cuando percibí una sombra que se abalanzaba sobre mí A pesar del miedo (o tal vez a causa de él) salté a un costado al tiempo que un hacha se incrustaba en un estante de la biblioteca. El asesino, con ojos desorbitados, trataba de desclavarla del estante al tiempo que vociferaba que me iba a despedazar. Instintivamente alcé el cuchillo y se lo clavé con todas mis fuerzas en el hombro izquierdo a la altura de la clavícula. Lanzó un grito de dolor y cayó de rodillas agarrando el cuchillo con ambas manos. Yo estaba paralizado por el pánico (después me di cuenta que me había orinado). De pronto, con la cara totalmente desorbitada por el esfuerzo, el asesino se arrancó el puñal de su ensangrentado hombro y me miró con sus ojos cargados de fuego. Nuevamente el instinto de supervivencia me hizo reaccionar y salí disparado hacia afuera. Quería gritar pidiendo auxilio pero por algún motivo no podía articular sonido alguno. Mientras buscaba frenéticamente las llaves del auto en mi bolsillo alcancé a ver cómo arrojaba con bronca el puñal al piso y se dirigía a buscar el hacha que aún permanecía clavada en mi biblioteca. Finalmente encontré las llaves, me subí al auto y arranqué a toda velocidad. Después de avanzar como 70 mts. miré por el espejo retrovisor y vi que aún corría detrás del auto con el costado izquierdo todo ensangrentado y empuñando el hacha. Doblé en la primera esquina y decidí venir para acá. Había concluido su relato y se lo notaba con una terrible agitación. Las manos le temblaban convulsivamente y transpiraba a raudales.
-Y ahora usted piensa que sin importar lo que haga o adonde vaya, el asesino llegará hasta usted y lo matará.
Asintió con la cabeza y comenzó a llorar.
-Un momento. Intercedió el tano.-No entiendo.
-Escuchá esto y vas a entender.
Comencé a buscar entre las páginas del libro que tenía en mis manos hasta dar con el párrafo deseado y leí en voz alta: -“... en su afán por escapar se metió en un enorme edificio público que, a esa hora de la mañana, se encontraba lleno de gente. Pensó que allí estaría a salvo, pues ninguna persona ensangrentada como estaba Arsenio y con un hacha en la mano podría pasar desapercibida. No obstante subió por la escalera hasta el segundo piso y agotado por tanto esfuerzo se dejó caer en un sillón de la sala de espera. De pronto la puerta se abrió y ante la mirada atónita de todos los presentes en el local apareció la siniestra figura de Arsenio empuñando su hacha...” En este punto paré de leer puesto que el monocorde ruido de fondo había cambiado por un murmullo de sorpresa generalizado. Levanté la vista y me percaté que todos miraban en dirección de la puerta. Todos hablaban o gritaban pero no lograba entender lo que decían. Al mirar en esa dirección vi que la figura desgarbada de un hombre de edad indefinida avanzaba a la carrera en dirección de Fontanari. Varios de mis compañeros le apuntaban con sus pistolas reglamentarias pero todos sabían que el fuego cruzado en un recinto con tanta gente causaría más de un accidente. Traté de desenfundar mi pistola pero antes de que pudiera hacerlo vi el siniestro objeto metálico alzándose en el aire y cayendo con brutal violencia sobre la cabeza del escritor, la cual literalmente se abrió al medio regándome de sangre y sesos. El ruido que hizo fue como cuando pisamos una cucaracha pero multiplicado por cien. El instante de estupefacción que nos causó parecía interminable. Algunos cayeron de rodillas y vomitaron hasta lo que comieron en su noche de graduación. El momento fue aprovechado por el asesino para correr hacia una ventana y saltar al vacío. Mientras lo hacía alcancé a escuchar dos o tres disparos hechos por mis compañeros. Como movidos por resortes todos nos precipitamos hacia las ventanas a mirar, pero para sorpresa nuestra en la calle no sólo no había ningún cuerpo sino que tampoco había rastro alguno del asesino. Parecía haberse desvanecido en el aire. Presintiendo lo imposible me volví hacia donde yacía el cuerpo de Fontanari para comprobar, ya sin sorpresa, que ya no estaba allí.


Epílogo

De más está decir que el edificio fue cerrado inmediatamente y no quedó rincón sin revisar. Los únicos vestigios de que esto sucedió (además del hecho de que fue presenciado por 32 policías) fueron una enorme mancha de sangre y sesos frente a mi escritorio y salpicaduras de lo mismo en la ropa del tano y la mía. Entre las más absurdas explicaciones llegamos a pensar en una alucinación colectiva y la hubiéramos aceptado de buena gana de no ser que en casa del escritor se encontró sangre sobre la alfombra del estudio, un hachazo en la biblioteca y que ese fue el último día que se supo de Lucio Fontanari.

Texto agregado el 28-11-2001, y leído por 772 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-11-2006 Impresionante, que lastima que ya no escribas para esta pagina, eutopia
21-06-2002 Simplemente espectacular. Maravillosamente llevado y con un final sorprendente. Me encantaria lees mas cuentos tuyos. Segui asi!. bizarro
 
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