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Inicio / Cuenteros Locales / dario_b_malik / Sobre la desvirtuación del talento y la invalidez del ser

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Ya en otros artículos he considerado la importancia de la percepción sobre la realidad sobre la que operamos. No tan es importante lo que suceda en realidad, como la percepción que tenemos sobre la misma. A fin de cuentas, nos es imposible afirmar con rotundidad donde está la frontera entre una y otra.
A nivel psicológico y clínico, cualquier trastorno y respectiva curación está fundamentada en este hecho. La depresión, la paranoia, tienen su origen en una interpretación histriónica y extremista de la realidad. No tiene porque ser siempre equivocada, pero son interpretaciones poco adaptativas y que impiden al ser humano desarrollarse con normalidad.
A nivel social, los grupos también tienen en ocasiones este tipo realidades compartidas. Son éstas realidades compartidas por los mismos miembros de un grupo, las que cuando entran en contradicción con las compartidas por otro grupo, nos llevan a conflictos. Toda guerra, acto terrorista, invasión u ocupación está llevado a cabo por personas que creían tener razón. Las distintas visiones e interpretaciones nos llevan a la imagen especular y extrema que azuza el conflicto.
Asimismo, los grupos – naciones p.ej., pero en definitiva cualquier grupo social - no solo tienen visiones y percepciones distintas de la realidad, sino que en ocasiones llegan a estar enfermas cuando, como el individuo en la depresión o la paranoia, tienen una interpretación extrema de lo que sucede a su alrededor.
Una de las desviaciones más clásicas dentro la sociedad occidental, es la asunción de que efectivamente es la percepción la que determina nuestra realidad, pero que puede alcanzar el grado de patología cuando hablamos de la percepción ajena y no propia. Es decir, no fundamentamos nuestro autoconcepto en la opinión que nos merecemos nosotros mismos, sino que llegamos a considerar como real lo que otros puedan percibir. La falacia de la búsqueda de reconocimiento hoy día es tal, que no importa lo que uno haga, sino que los demás lo reconozcan. Con gran probabilidad se debe a dos factores: La ausencia de verdaderos objetivos individuales que no se fundamenten en la posesión, y la inseguridad respecto a lo que es ser uno mismo.
Este mal endémico llega a alcanzar a las más puras formas de expresión del ser humano. El artista no es reconocido tanto por su talento, sino por el número de personas que son capaces de reconocer su obra y su nombre. Conviene recordar a este respecto que el talento y el número de seguidores, no suelen ser directamente proporcionales.
Esta sintomatología alcanza su grado máximo en el amarillismo, en el que el talento es ya un mito urbano, y la fama – esto es, el porcentaje de ciudadanos que conoce el nombre de alguien al escucharlo – es la que determina cuán cualificado está alguien. Triste es que al talento lo haya suplido la fama, y aún más triste que sea el segundo adjetivo el que demanda la audiencia. A pesar de lo denostado del argumento, esta obsesión por la fama lleva a que unos sellen con un naipe sus asesinatos, y otros – sin duda los más depravados - escribamos artículos como éste.






Texto agregado el 26-07-2005, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-11-2005 Muy bueno! Realidad trastocada, se pierde el punto propio de rferencia. Se propaga a velocidades de vértigo el síndrome del borrego y el qué dirán... mucha marioneta, demasiada. Por supuesto, los medios juegan un papel clave, pero la última palabras.. aún es nuestra!!! Besotes _LUNA_
13-11-2005 Los medios de comunicación, son toda un arma arrojadiza. pic
 
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