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El Conde Señor Ernesto Carlos Manuel Pérez González y Obregón, destacado personaje de la sociedad, amigo personal del Virrey, siempre había deseado una hija. Siempre deseado pero nunca logrado, a decir verdad, pues de su anterior matrimonio le nacieron cinco hijos varones y el motivo del divorcio justamente fue que ella no le daba mujeres.

Y él quería una hija.

Una hija hermosa, para la que secretamente tenia pensado un nombre, que era tan sencillo y sutil como las pequeñas flores silvestres: Maria Bonita. Por supuesto el mismo nombre de su abuela, de quien recordaba su estampa de matrona gorda y bondadosa en su sillón mecedor de esterilla y con quien sentía tanta seguridad y amor, en los salones de su mansión allá en la añorada España y también el de su madre fallecida poco tiempo atrás y cuya sola mención lo hacia llegar a las lágrimas pues su falta era un dolor permanente.

Ernesto Carlos Manuel reservaba ese nombre para su hija como homenaje a sus grandes amores. A nadie comentó ese secreto. Era un hombre muy reservado para sus sentimientos, y permaneció todo el embarazo esperando sumamente ansioso el resultado, pues llegaría otra Maria Bonita a su vida. Toda la corte, e incluso el Virrey, estaban enterados de su espera. Era una persona respetada y querida en palacio.

Su nueva mujer era muy joven y sana, la mayor de cinco hermanas, (otro de los motivos poderosos para elegirla, pues consideró inteligente tener en cuenta ese antecedente de total ausencia de varones cercanos, para su búsqueda de descendencia femenina, ) y además integrante de una familia de rancio abolengo, también muy respetados en la corte. Afortunadamente no existieron complicaciones, el embarazo evolucionó normalmente y llegó a buen término. El parto fue normal y ante la alegría general y su profunda decepción, – controladamente oculta, imposible de ser sospechada, - nació su sexto hijo varón.

Lo primero que pensó fue que su esposa anterior entonces no tenia la culpa como todos daban por seguro, y se miró al espejo en forma condenatoria. Su posición social y su machismo no admitían que diera el brazo a torcer. ¿Que él fuera culpable? : ¡jamás!. A nadie confió ese pensamiento, esa casi certeza de su culpa.

Estos acontecimientos lo alejaron de su nuevo vástago y apagaron en cierta forma su amor filial, por lo reiterado de la descendencia masculina. Su actual esposa, en su honor, bautizó al recién nacido en forma homónima: Ernesto Carlos Manuel, hijo. Y fue criado como hijo único que en realidad era, ya que el señor no quiso tener mas experiencias decepcionantes. Además, si venia otro varón, seria el séptimo y podía salirle lobizón. No se podía jugar a tener un lobizón en casa. Sus deseos de tener una hija eran pequeños, pese a ser tan grandes, si se los comparaba a su impresionante superstición.

Ernesto Carlos Manuel hijo fue criado entonces entre algodones, nada le faltaba. Tenia el amor de su madre, quien lo cuidaba como un tesoro; de las nanas que ayudaban en los asuntos hogareños; de sus cuatro tías, todas jóvenes y solteras, chochas con su primer sobrino, y por supuesto de su abuela materna que tenia adoración con su primer nietito.

Ernesto Carlos Manuel padre no le daba demasiada importancia al menor de sus hijos, aburrido ya de tanto criar varones, cuestionado por los asuntos propios de sus trabajos, las complicaciones del divorcio de su primera mujer y también cansado hasta de la vida, puesto que acababa de cumplir 60 años y los estaba sintiendo. Así, relegó el crecimiento y cuidado del niño en las mujeres de la casa. Con los años Ernesto Carlos Manuel hijo se transformo en un jovencito hermoso, muy culto, de modales muy finos, rechazado por los demás varones de su edad. Rechazo que fue en aumento y degeneró en una franca antipatía hacia él de todos los varones de la corte, que no le permitía socializar jamás..

Un día Ernesto Carlos Manuel padre entro imprevistamente a su recámara – ese día volvió mas temprano que lo habitual – y encontró a Ernesto Carlos Manuel hijo mirándose al espejo, vistiendo prendas de su madre y de labios pintados. Era tal su belleza que realmente parecía una mujer... por segundos no lo había conocido.

Al verlo, Ernesto Carlos Manuel hijo se desmayó.

Ernesto Carlos Manuel padre entro en crisis. Dudaba si molerle el cuerpo a golpes, echarlo de la casa, asesinarlo, e incluso suicidarse... ¡Sería el centro de los chismes en los corrillos de la corte,! bien sabia él lo que le esperaba. Aturdido, con la cabeza dándole vueltas, se sentó en el sillón del dormitorio, apoyo los codos en sus rodillas y su cara en las manos, y paso mucho tiempo en esa posición, mirando por momentos en forma extraviada a su hijo menor en el piso. ¿Su hijo menor?. ¡Con todo lo que él había deseado una niña y ese sueño no se había cumplido!. ¿No era esto una verdadera venganza del destino?.

–“Y que linda hubiese sido...” pensaba, mirándolo desmayado sobre la inmensa alfombra en el piso del dormitorio, con un hermoso vestido de brocato bordó de su señora, su piel tan blanca, sus rasgos tan finos.

El primer impacto, la primera ola de odio fue disminuyendo. Fue relajando las tensiones. Comenzó a mirar a su hijo menor desmayado con cierta ternura y dolor profundo. Asimilaba lentamente la cruda realidad que había explotado imprevistamente ante sus ojos. La impresión dio paso a la perplejidad. Lo quería y quería entenderlo.

Minutos después, al recuperarse, lo vio mirándolo con horror. Intentó tranquilizarlo diciéndole que podía llegar a entenderlo, que él tenia culpa en cierta forma, pues lo había abandonado a las mujeres, prácticamente no había tenido hombres cerca como referentes, lo había descuidado, y debía ser por eso que paso lo que pasó, y que estaba muy confundido, muy apenado pero intentando comprenderlo.

Así, Ernesto Carlos Manuel hijo fue recuperando su control. Entonces, ya distendido, confesó entre lágrimas a su padre sus verdaderas tendencias, sus conflictos más íntimos, ese desgarro permanente de sentirse preso en un cuerpo que no debía ser el suyo, la discriminación de todos y aquel secreto especial que a nadie había confiado hasta ese momento, esa fijación permanente que no sabía cuando había nacido en él, pero que siempre había deseado... llamarse Maria Bonita.

Ernesto Carlos Manuel padre sintió esos nombres como campanitas en una iglesia. Nadie le podía haber dicho eso al hijo, eran sus preferidos, sus mas dulces recuerdos, su gran secreto, su sueño incumplido. ¿Cómo pudo ser... ? Entonces lo miro nuevamente, ahora decididamente con cariño, una sonrisa se dibujo en su boca y le dijo:

-“ Que detalle hermoso llamarte Maria Bonita, hija mía.”
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Saluti tanti
Senén

Texto agregado el 27-07-2005, y leído por 184 visitantes. (0 votos)


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