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Patricia



La Terminal estaba mas vieja inclusive que hacia diez años cuando el partió con un mundo de ilusiones exageradas dejando a cuestas un amor resbaladizo y escaso. Nada había cambiado, o si pero para peor, las calles que transitaba en el rumbo hacia a aquella plaza de senderos oxidados parecían mucho mas tristes y añejas, como si se encontraran en otra era o simplemente como si el pasado de él hubiese sido de un fulgor radiante que ahora todo lo opacaba.
Pero no, ¿Qué pasado tenia él? ¿Cuán feliz fue él? Solo guardaba en sus pupilas paisajes otoñales donde una plaza cubierta de una alfombra amarilla y ruidosa cubría casi todos sus sueños, algunos besos robados al amparo de la glorieta y un par de ojos de un marrón sin brillo, como esas pomadas para zapatos espesas y concisas.
Caminar por las mismas cuadras tampoco le producía nostalgias, era como si no reconociera aquellos caserones antiguos ni las veredas lustradas (ni siquiera los adoquines habían cambiado) ni el aroma de placares viejos y apolillados que se sumaba a la humedad penetrante envolviendo la tarde con su niebla adormecida.
Tampoco la plaza que lo enfrentó de repente le causó el mas mínimo sentimiento ni el viejo banco de un verde mate cocido donde solía esperar a Patricia horas eternas debajo de la glorieta que al igual que en ese entonces era lo mas admirable de esa plaza desalmada.
Dos o tres niños corrían alegres y ajenos tras algún héroe de esos que el también en su infancia inventaba, un par de adolescentes intentaban la alquimia de convertir dos cuerpos en uno, bajo un pino tupido y enano. Él se sentó en el mismo banco como hacia diez años cuando en sus horas inciertas entre un amor a medias y una desocupación trepidante se sumergía tardes enteras en una resignación angustiante.
Nada había cambiado, ni si quiera los centavos en sus bolsillos, porque él nunca fue un tipo de pesos, siempre fue un gil de centavos. Encendió un cigarrillo y aspiró con la placidez indiferente que le causaba aquel entorno.
No. Había sido una estupidez regresar a aquel pueblo ingrato y deshabitado ¿Qué misterios ocultos lo llevaban persistentes hacia aquellos tiempos olvidados? Si igual ni aquí ni allá, ni antes ni después hubo un hogar, un trabajo, una oportunidad…
Solo Patricia y minutos inútiles, solo Patricia y canciones tristes, solo Patricia y una adolescencia despechada.
Patricia. Al fin y al cabo ¿Realmente la había amado? ¿No eran acaso necesidades saciadas? ¿Porqué solo sus manos de mucama cansada incendiaban aquel cuerpo de alfeñique avergonzado? Mujeres en su vida no hubo muchas pero si unas cuantas después de Patricia, en aquella ciudad gigante y desproporcionada. Antes de Patricia, nada.
_Yo no puedo seguir con un fracasado como vos. Le había dicho ella la última tarde en aquel mismo sitio. Él la había esperado durante seis horas (como casi siempre), llegó con el cabello mojado y recién perfumada, ni si quiera se tomaba el trabajo de bajarse en la otra esquina, no, descendía justo delante de él de esa camioneta importada. El hombre que casi siempre la llevaba lo miraba con una tristeza perversa y muchas veces cuando ella intentaba despedirlo con un beso el sin disimulos le corría la cara.
_Sentado en este banco no vas a conseguir trabajo y yo lo que necesito es plata querido, plata, (le había dicho) ya me harté de ser una sirvientita, yo quiero una gran casa, una camioneta como esa. ¿Vos que pensas? ¿Que vas que vas a levantar a alguien con ese jean todo roto y siempre la misma camisa?
Él nunca atinaba a decirle nada, ella tomaba las riendas tanto en la plaza como en la cama.
_No va más entiéndelo, no va más, vos no sos nada y yo al lado tuyo me siento una desamparada.
Él nunca le había dicho que la amaba, tampoco en ese instante le dijo nada., encendió un cigarrillo y aspiró con la paciencia de las hormigas y la calma de los desafortunados, ni si quiera se levantó, ni la miró a la cara, apenas bajó su rostro y con sus manos se cubrió los ojos.
Aplastó el filtro del cigarrillo con todo el peso de su pie derecho, como queriendo apagar en su pequeña brasa algún fuego que nunca fue llama. ¿Qué se iba a acordar Patricia que hoy hacia diez años que lo dejaba?
En el mismo sitio, a la misma hora y con el mismo gesto de hacia una década, miró hacia el suelo y gritó con fuerza:
_La puta madre Patricia, la puta madre, te amo…

Texto agregado el 02-08-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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