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Empujo con la espalda, con el culo, con la cabeza. Me apequeño, desnudo. Trato de hundirme donde el piso y las dos paredes de mi cuarto se vuelven un punto. El rincón me protege, me abraza, pero no me traga. Me pueden ver. Quiero desaparecer y no quepo. La sábana me tapa la cabeza y las piernas.
Escucho reverberar la puerta, pero no podrán entrar. No. Las cerraduras tienen dos vueltas de llave, la mesa sostiene la puerta. Las toallas sellaron las ventanas. Puedo sentir el movimiento del piso, los pasos, el odio, la venganza. Pero no podrán entrar. No.
Me tapo. La sábana está húmeda. Ya no es el sudor de las siestas, ni los licores del orgasmo (la última vez sólo lloré, porque no pude encontrar la pasión que me revivía, porque estaba solo, porque el odio y la venganza ya lo había destrozado todo… y seguían vigilándonos). La sábana está húmeda y tibia, las piernas están húmedas y tibias, y yo vuelvo a sentir que empujan la puerta para entrar, como la última vez que me meé, se que me quieren robar y que van a arrancar la puerta atándola a un camión. Siento que todo vibra, porque subieron los camiones hasta el décimo piso. Yo ya conozco esos pasos, y el odio y la venganza. De nuevo estoy todo meado y mi papá no me va a dejar usar la bicicleta. Mejor escondo la sábana debajo de la cama.
Tengo frío. La pared está fría, la meada está fría y yo desnudo. La ciudad está oscura, pero no me debo dormir, no, debo estar preparado. Ya recorrí con las manos todas las paredes y no encontré las luces. Yo sé que ya han estado aquí, que cambiaron las luces de lugar, que revolvieron los libros, que se lavaron los dientes con mi cepillo (siempre me dice mi mamá que los cepillos son personales), que escondieron vidrios molidos en el azúcar del café. Quizá están todavía escondidos. Empujo pero no puedo hundirme en el rincón. Si sólo pudiera ver un poco, sabría de quién es esa cama.
Tengo sueño. Pero mejor es que no me mueva, que me quede aquí, que no haga ruido, que no me vean por las ventanas. Es mejor esperar, falta poco para que sea día y pueda encontrar las luces y revisar las cerraduras. Quizá sea mejor que tampoco salga a la calle y que cubra las ventanas para que nadie pueda ver desde fuera. Mejor que no sepan que existo o que piensen que estoy muerto. Ya se van a cansar y me van a dejar tranquilo. Puedo aguantar otro día, pero sin distraerme. No, no me debo dormir. No, quizá están esperando que cierre los ojos o que me distraiga. No me van a joder.

Texto agregado el 05-08-2005, y leído por 86 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-08-2005 Angustiante, pero muy bien narrado. Te felicito. castillo
 
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