Noche de instrumentos y la monótona melodía del zumbido con que el hombre ha puesto alas a sus sueños, o noches de esperas, orbitando en la frígida esperanza de que el tiempo no aborte tu destino, o noche de soledades porque aquí arriba no cabes ni tú mismo entre las cartas y el parabrisas; el día o la noche no importan sólo el llegar o el tener que partir. No me envidies, pedestre, porque éstas apenas son las alas prestadas a constructor milenario; no me envidies este mundo que nace de las rosas ni las espinas donde clavo mi camino, ni las noches vaginales que me escarban por un ángel caído que no tiene interés en la carroña; no me envidies este vagar con sentido, sin preguntar qué habrá mañana ni el abismo de un cuarto de hotel. No me envidies el pellizcarle las nalgas a la muerte cuando los elementos se ponen en guardia, no me envidies el hielo de mis actos, sólo dime adiós.