Pensé que la soledad se había ido, pero eran sólo sus vacaciones. Ha vuelto a tocar la puerta y está aquí con todas sus maletas. Y vuelve a caer el tono gris del invierno, así como el silencio en que mueren las madrugadas. Pero algo cambió, porque ahora me acompaña el susurro de tu nombre en la brisa junto con tu aroma y tu imagen está estampada en mis ojos, por eso a donde mire, en donde more, allí estarás tú. ¡Quién lo diría! Tu nombre y mi nombre, dos nombres enlazados por este destino caprichoso, dos seres que quisieran formar uno solo y fructificar a plenitud aunque sea sólo un sueño; dos almas en complemento, pero sujetas a sus abismos personales. No sabes cuanto te agradezco que no me hayas condenado al destierro y que le des tranquilidad a este corazón al poder verte, hablarte, escucharte, aunque sean sólo instantes que quisiera eternos.
Y desaparece el sentimiento de orfandad al que me creí condenado, con sólo recordar me libero, cobro fuerzas para este trajín y sueño con cobijarte entre mis brazos e inundarte con todo este torrente que contengo a duras penas y quitarte ese tiritar con el fuego que me consume, fundirte en mi pecho para siempre, pero éste es el adiós.