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Esa madrugada la neblina cubría por completo el inhóspito camino que llevaba a la ciudad de Calama distante 300 kilómetros del puerto de Antofagasta, campamento minero emplazado a 2700 metros de altura sobre el nivel del mar. El veterano chofer tenía pensado demorar a lo menos una hora y media en llegar con su camión a la posada de Baquedano, ello porque la pendiente de la vía y el cargamento de ácido sulfúrico que debía entregar al día siguiente no le permitían llevar el camión a más de 40 kilómetros por hora. Para palear el intenso frío llevaba puesto un pesado poncho de lana de alpaca, guantes y hasta calzoncillos largos. Esa noche iba solo tras el volante sin pioneta ni compañía que lo mantuviese despierto.

Dos.

Cuando la visibilidad se hizo imposible por la densa camanchaca húmeda que envolvía los cerros de la cordillera de la costa; tuvo que orillar la máquina hacia la berma del camino y fondear el camión con su acoplado a un costado de la carretera cerca de una animita abandonada. No le quedaba otra que esperar pacientemente que las condiciones mejoraran y aprovechar de dormir un rato. Por el tiempo transcurrido presumía encontrarse en las cercanías de Mantos Blancos, una antigua mina de cobre. Sin más se subió a la litera de la cabina y cubrió completamente su cuerpo con una enorme manta chilota.

Tres.

Repentinamente se despertó al sentir aquel ruido seco proveniente de la parte posterior del vehículo de carga; inexplicablemente el ambiente al interior de la cabina del camión se había cargado de energías negativas, al punto que le resultaba casi imposible mover sus extremidades. Su corazón latía más fuerte de lo acostumbrado. De manera súbita su agitada respiración dió paso a un descontrolado halo húmedo, ello pese a que la calefacción del vehículo estaba encendida desde su salida de Antofagasta. De pronto oyó con nitidez aquel desgarrador llanto de mujer proveniente de la parte posterior del camión; sus músculos se agarrotaron. Como pudo movió levemente la manta que cubría su rostro y pudo tener visión hacia el exterior del vehículo a través de su imponente parabrisas empañado. A esas alturas el llanto se había convertido en una sinfonía de gritos y gemidos dolorosos que pasaban a instalarse definitivamente fuera del camión. Su vida cambiaría para siempre desde que aquel espectro luminoso se posó frente al camión suspendido en el aire, con la mirada fija en sus ojos, su rostro irradiaba un profundo sentimiento de dolor. Aquello era la imagen espeluznante de una mujer que no dejaba de llorar y de moverse grotescamente alrededor del vehículo de carga.

Cuatro.

Abrió los ojos, los intensos rayos del sol de la mañana lo hicieron volver abruptamente a la vida; un intenso olor a petróleo flanqueaba todo el lugar. De un salto salió del estrecho espacio donde se ubicaba la diminuta litera y encendió el motor de la máquina. Lentamente mientras se abría paso por la carretera, las imágenes de la madrugada anterior se repitieron en su cabeza turbada, un nudo en la garganta daba cuenta de su estado de profunda exaltación.

Texto agregado el 11-08-2005, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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