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“El trabajar es la ley,
porque es preciso adquirir”.

La vuelta de Martín Fierro - José Hernández

Por las mañanas, de lunes a viernes, mi despertador suena a las siete y media.
Mi esposa ya está levantada y terminando de preparar a mis dos hijos menores para ir a la escuela.
Yo me cambio y estoy con ellos unos minutos hasta que se marchan.
Al rato vuelve mi esposa, desayunamos y salgo a tomar el colectivo hacia mi trabajo.
Regreso a casa pasadas las siete de la tarde.
Un amigo mío tiene menos suerte. Él entra a su trabajo a las siete para salir doce horas después. En las mañanas, mientras desayuna, sus hijos todavía duermen.
Hace muchos años, yo vivía con mis padres en Longchamps, un pueblo distante aproximadamente 20 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. En aquel tiempo el tren no era eléctrico y era lento. A las seis de la mañana, en la estación yo abordaba alguno de los vagones que llegaban repletos de obreros y empleados. Muchos de los que allí estaban vivían aun más lejos. Esto representaba hasta una hora más de viaje.
Seguramente, mi relato te resulta familiar. Tú mismo debes salir todos los días a una hora determinada hacia el trabajo para regresar con la puesta de sol.
Si tu labor se desarrolla en alguna ciudad capital y tienes la “suerte” de contar con algunos minutos para salir al mediodía, ves a cientos y cientos de personas atestando las casas de comidas, o sentados en las plazas consumiendo su vianda. Quizá nos hemos visto alguna vez.
“Imagínate que todos compartiéramos el mundo”, escribió John Lennon en su canción Imagine. Tú ¿Estás en la lista de los que imaginan y desean eso?. Si es así, entonces estoy seguro que “pueden decir que soy un soñador, pero NO SOY EL ÚNICO”.
Yo, al regresar a casa, tomo algo mientras converso con mi mujer y mis hijos. Un par de horas después estamos cenando. Antes de eso, suelo hacerme un espacio para escribir. No siempre puedo, no siempre tengo ánimo o inspiración; con frecuencia, el agotamiento de un día de trabajo no me permite hacer demasiado.
Pero siempre, desde que me levanto por las mañanas hasta que me acuesto en las noches, pienso en lo necesario que es trabajar por un mundo mejor; para mis hijos, para mi mujer, para mí y también para ti. Porque si TÚ no estás incluido en mi proyecto de bienestar, ahora que comprendemos mejor la interrelación entre todos los organismos de la Tierra, que sabemos que globalización es un sinónimo de “estamos todos en el mismo barco”, si TÚ no estás incluido en mi proyecto de bienestar, sólo estoy respondiendo a un interés egoísta. Y ¿No es eso lo que solemos criticarle a tantos que andan por allí abandonando a su suerte a los pobres, desatendiendo las miserias humanas que podrían ayudar a reparar?; ¿No despierta nuestra repugnancia el desenfrenado interés egoísta de algunos por acumular cada día más y más?.
Confío en que Tú también, cuando piensas en la construcción de un mundo mejor, no dejas de sumar al lado de tus seres amados a aquellos a quienes no conoces.
Pero lo cierto es que nuestros trabajos, nuestros diarios quehaceres, nos obligan a dedicar cada día más horas a ellos y menos a nosotros y nuestros proyectos.
“Hombres y mujeres rehuyen las dificultades ajenas a sus trabajos e, inmersos en los requerimientos concretos del quehacer cotidiano, rehúsan reflexionar sobre el sentido de sus vidas y su vocación fundamental” (El silencio de DIOS, José Manuel Saravia, Emecé Editores, Pág.129).
Necesitamos un mundo mejor, debemos ocuparnos en la creación de un mundo mejor. Pero, tras doce horas de trabajo, ¿Qué fuerza tendrá mi amigo para sumarse a ese proyecto?; ¿Cómo hará para hacer lo que quisiera si además siempre hay labores pendientes en la casa?; ¿Quién forma para un mundo mejor a los niños cuyos ambos padres tienen que salir a ganarse el pan?; ¿Qué liberación femenina disfruta la mujer que se ve obligada a ejercer labores fuera de su casa cuando desearía estar con sus pequeños?; ¿Qué ideales anidan los niños que tienen que trabajar?.
Necesitamos hacer un mundo mejor pero nos agobian cada día con más horas de trabajo, con menos tiempo familiar, con una creciente escasez de comunicación.
No estoy exaltando a alguna ideología.
Simplemente, estoy preguntando ¿Hacia dónde vamos casi seis mil millones de habitantes del planeta?. ¿Cuándo comenzamos a hacer el mundo que queremos?.
Es tiempo de rever todas las actitudes egoístas y fomentar la diaria ejecución del altruismo, de la solidaridad, de la justicia y de la vocación por la verdad.
Debiera haber no sólo trabajadores interesados en esto. También deberían sumarse sus empleadores. Los dirigidos y los dirigentes, los estudiantes y los maestros, los que gozan del arte y los artistas, los que reciben el beneficio de la ciencia y los científicos, los gobernados y los gobernantes. Todos deben comprender la necesidad de terminar con un materialismo que sólo logrará la extinción del concepto de familia, de amistad, de prójimo, de humano.
En el escaso tiempo que nos queda, todavía es posible que juntos, con resolución y constancia, podamos alcanzar un mundo para todos.
“Podrán decir que soy un soñador”... Por favor, demuéstrame que no soy el único.

Daniel Adrián Madeiro

Copyright © Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.

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Texto agregado el 14-08-2005, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


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