La primera vez olvidó su cepillo en mi baño, y pensé que era una distraída.
La segunda vez dejó tirada su chaqueta en mi salón, y pensé que era una desordenada.
La tercera vez dejó escondida su ropa interior en mi almohada, y me hechizó con su picardía.
Tres años han pasado, docenas de documentos se han firmado, cientos de abogados me han visitado.
Mientras entrego mi juego de llaves en el tribunal, recuerdo la vez que me dijo que haría lo que fuese por vivir en un penthouse con vista al mar.