Discriminados desde siempre por su piel morena, les era imposible escapar de aquellos que estaban empeñados en exterminarlos y la pesadilla recurrente de esos seres era sentirse atrapados en una jaula para luego desaparecer en las dictatoriales fauces de esos oligarcas que luego eructaban sus proezas en el rostro impasible de una sociedad que no hacía nada por evitar tan atroz abuso. Cada uno de ellos sabía que su destino cierto era sumergirse en un limbo de interrogantes y que ni siquiera la hipotética posibilidad de blanquear su piel, los liberaba de esa espantosa persecución.
Eso pensaba el joven de oscura tez cuando sintió que uno de sus captores asomaba a sus ojos estirando sus espantosos brazos terminados en dos manos ávidas de exterminio. Sabiendo que su fin había llegado, el moreno trató de ensayar un grito libertario al estilo de William Wallace, pero antes que una sola sílaba escapase de sus labios, se sintió atrapado entre unos dientes afilados y luego devorado por aquella boca atroz, negreada por su sangre belicosa.

La niña terminó de comer su chocolate, el último que quedaba dentro del envase. Todos los demás habían desaparecido…