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El Sinchi y el Otorongo
El Sol acababa de despertar cuando los Mitimaes y Yanacunas invadieron aquella inexpugnable zona llena de robles gigantes, caucho y fauna incontable. El incario se encontraba en plena etapa de expansión y su necesidad imperiosa radicaba en la tenencia de tierras fértiles para alimentar su creciente población guerrera. Los invasores arrasaron con cuanto se les cruzó enfrente. El fuego rápidamente abrió los campos y un nuevo Ayllu comenzó a florecer, engrandeciendo los dominios del Imperio, que se aventuraba ésta vez en la misteriosa selva amazónica. Los animales sobrevivientes -que fueron pocos- optaron por alejarse a lo mas profundo y recóndito del bosque. Entre ellos iba un pequeño otorongo, testigo del cruel asesinato de su madre y hermanos, hechos pedazos con lanzas, hondas, porras y estólicas, acribillados en su confusa huida por el espeso humo turbador, en nombre de la prosperidad del imperio quechua. Con los años que pasaron, como un vendaval, el otorongo adquirió un tamaño monstruoso y fiereza sin comparación. Su corazón latía motivado por el odio. Sus ojos se inyectaron de un rojo sangre tan intenso que brillaba en la oscuridad y su alma adquirió sed de venganza contra su depredador, al cual persiguió sigilosamente por mucho tiempo, aprendiendo de él y sus miedos. Cuando comprendió que el hombre sólo era fuerte en grupo, se aventuró a enfrentarlo y fue en su caza. El nuevo ayllu mientras tanto florecía con la bendición del dios Paricaca (Lluvia), sus dominios se habían extendido, mostrándose hoy una gran ciudad, proveedora de alimentos exquisitos y metales preciosos que satisfacían la necesidad del monarca solar. Los tributos eran transportados por los Tucuy Ricoc (1) recorriendo los inmensos caminos de piedra que unificaban el vasto señorío con el “Ombligo del Mundo”. La gran prosperidad que alcanzó la metrópoli se vio reflejada en la cultura. En días festivos se representaban en grandes plazas comedias, tragedias y hazañas delante de sus señores curacas y nobles, siempre temas que engrandecían a sus antiguos gobernantes hablando de sus victorias militares y proezas sobrehumanas. El Villac Umu (2) mostrábase henchido de orgullo. Sacrificaba frecuentemente llamas traídas desde los andes maternales en honor al Inti y la Pachamama. Una de las primeras victimas de "supaypa" (3) como sería llamada luego la temible bestia fue un pobre agricultor de yucas que trabajaba al atardecer en los linderos con la tiniebla verde. Fue tragado de un solo bocado. Testigo de ello fueron unas grandes manchas de sangre dejadas en el canino y uno que otro hueso. Nadie escuchó nada, nadie recordó nada. “... es cosa de los dioses” se dijeron y prosiguieron con sus habituales labores. A partir de ese día comenzaron a desaparecer gran cantidad de Hatunrunas (4) en la periferia de la ciudad. No había distinciones de sexo ni edad. Los hallazgos eran aterradores y desagradables: clavículas, pedazos de piernas y brazos, huesos sin identificación alguna. Un fétido olor a sangre envolvía el ambiente atrofiando los sentidos bajo un silencio sepulcral. El apetito del animal era tan voraz que solo se satisfacía con 30 hombres. Los digería mientras retozaba apaciblemente en las cavernas que abundan en esta zona. El temor se volvió pánico. Los campos terminaron siendo abandonados. Los más grandes guerreros enviados del Cuzco perdiéronse dentro de la quimera amazónica. El bosque viendo esto comenzó a recobrar lentamente su territorio. Entre las rocas de los muros de la ciudad comenzaron a crecer arbustos, enredaderas. Las calles, antes rebosantes de gente, eran transitadas por serpientes y bichos enormes. Las grandes plazas donde antes se escuchaban tonadas pintorescas de quenas, tambores y zampoñas, hoy eran lóbregas y silenciosas. Todo el esplendor inca se convirtió en poco tiempo en un efímero sueño ... en una terrible nada. Tunupa Tunupa, “Dios del agua y el fuego”, pidió al omnipotente Inti piedad para el hombre e Illapa, “Dios del rayo”, se le unió en la suplica. El Inti escogió a un hijo de la casta real sin sucesión al trono, llamado Sinchi (“El Valiente”) como posteriormente se le conocería. Desde niño se le había preparado para una vida de importante Yanacona (Principales burócratas), instruido con gran denuedo en el Yachayhuasi por los Amautas del Cuzco en administración e idiomas. Era inteligente y diestro en el arte de guerrear, demostrándolo en el Huarachicuy (5), donde obtuvo el Huara (6). Su porte atlético dabale una imponencia real. Una mañana fue llamado por Villac Umu, quien tradujó lo que las hojas de coca profetizaban para su destino: “Eres el elegido por el dios Inti y deberás obedecer su mandato y erradicar la maldad en el Amazonas”, le dijo, “Prepara tus ojotas porque partirás al alba. El sol será tu guía.”Se escribió en coloridos quipus su ascendencia, el día y la hora de su partida, también se describió el Kacap Uncu, túnica de fino cumbi que vestía el mozalbete. Se encamino a su destino, siempre siguiendo las montañas por donde emergió el Taita Sol. Los días eran largos y agotadores. Se alimentó de frutos silvestres cuando se le acabó el fiambre preparado por las Acllas (7). Los caminos grandes se convirtieron en pequeños hilos serpenteantes orillados de abismos y el panorama andino cambió drásticamente por una tupida y enmarañada vegetación. Atravesó puentes colgantes y ríos gigantescos bajo lluvias que parecían eternas hasta que, luego de muchas semanas, avizoró en el horizonte próximo las grandes fortificaciones, ahora verdes como su entorno. Cuando estuvo a pocos kilómetros, la noche cayó como un manto segador, envolviéndolo en un sueño profundo e imperturbable. Cuando descansaba de su largo trajinar, un rayo cayó a pocos metros, haciendo temblar el suelo. En la mañana encontró un hoyo y dentro de él una lanza de oro fundido por el mismo Illapa. prosiguió su camino, hoy decidido a mostrar a los dioses su valor y prestancia. La gran entrada, hecha de piedras ciclópeas, estaba plagada de serpientes que diéronle paso, arrastrándose raudamente. Tarántulas y escorpiones gigantescos huían despavoridos al mirarle. La selva sumiose en un silencio embarazoso, como si todos sus habitantes contenieran la respiración. Un gran rugido rompió el escalofriante momento, retumbando a sus espaldas. Rápido como el pensamiento, irrumpió en un gran salón contiguo a la plaza. Dentro encontró arsenal bélico. Tomó un consistente escudo de plata y se arrodilló frente a una imagen solar de oro fundido que parecía observarlo desde el centro del edificio. “Que sea lo que tú, mi Dios, me has preparado”, se dijó. En el umbral de la puerta una gigantesca sombra caminaba impaciente hacia él. Los rugidos eran estruendosos. Tomó la lanza y salió a hacerle frente. Un zarpazo de la fiera que dió en el escudo lo mando volando por los aires a varios metros. Incorpórose el guerrero mecánicamente. El miedo había convertido su complexión en etéreo. El felino saltaba en ese momento con las fauces babeantes sobre el cuello del sinchi, que ágilmente lo esquivó y le arremetía esta vez con la lanza, incrustándosela en el lado izquierdo del endemoniado animal. Con los dientes la bestia, en un verdadero gemido de dolor, sacó la letal arma que empezaba a buscar el corazón. Un nuevo zarpazo le pegaba esta vez en la espalda del bizarro inca, rompiendo su traje hasta los huesos en profusas líneas. Un torrente de espesa sangre brotaba a borbotones de la herida de ambos adversarios, que se observaban fijamente a pocos metros. El otorongo sentíase en ventaja. El Sinchi había perdido la lanza en la primera arremetida. Encontrábase solamente protegido por el escudo. El animal retrocedió tomando impulso y saltó encima del desarmado rival, que rodaba por los suelos en dirección al arma perdida. En un instante tan largo como los dioses quisieron, la alcanzó para expulsarla con una inusitada fuerza. La lanza, como una centella, dió a parar en el corazón del jadeante animal, muriendo en el acto. Dos pares de cóndores aparecieron por mandato divino y devoraron piel, cartílagos y huesos, para que el maldito animal no se mezclara con la Pachamama “La Sagrada Madre”. El Sinchi no pudo ver esto, pues había perdido el conocimiento por la perdida de sangre. Cuando despertó -diáfano como agua calma- se encontraba a las puertas del Coricancha. Miró al Sol desde su litera de oro y sucumbió, esbozando una sonrisa tierna. Se le dijo al pueblo que el Sinchi habia ido con su padre, el Sol. Desde aquel entonces, su momia fue conducida con las reales y tratada como tal. Era paseada en fiestas solemnes. Los sacerdotes, curacas y nobles pediánle consejo, entre tanto los Haráuec (8) eternizaron su proezas, recitándolas de generación en generación.

Vocabulario
(1) Funcionario inca, llamado “El que todo lo ve”. Su misión era visitar los pueblos y fiscalizar el orden del imperio.(2) Supremo sacerdote (3) Hijo del demonio (4) Ciudadanos (5)Ceremonia donde los jóvenes probaban su valor antes de entrar en la adultez. (6) Truza ceñida, señal de madurez y virilidad para el incario. (7) Vírgenes, escogidas para el servicio del Dios Sol.(8) Poetas
Dedicado a mi entrañable Nicolas

Texto agregado el 18-08-2005, y leído por 567 visitantes. (0 votos)


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