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Cruel y enigmático es el destino, como si fuéramos sus marionetas, que juega con nosotros para que al final, después de tanta felicidad o dolor, solo escucháramos su risa burlesca dentro de nuestra irónica y a veces arrepentida vida.

A veces detenemos nuestro aliento y dudamos en continuar, cerramos nuestros oídos para no escuchar la verdad, que se agazapa en cada rincón y nos aúlla esas realidades que nos destruyen, que nos hacen abrir nuestros ojos para solo ver lo que desde el principio de nuestra existencia, desde esa vez que indefensos salimos del útero de nuestra madre, para observar un mundo inexistente, y aferrarnos a él, hasta caer en las manos del destino que nos esclavizara y ahoga a merced de su humor e indulgencia…

Así de aferrada estaba la mano de Franco sobre ese improvisado apoyo metálico. La agujeta de sus tenis colgaba hacia el trayecto que solo a centímetros tendría que recorrer, una leve brisa acariciaba su rostro como invitándolo a dar el paso más importante desde el día de su nacimiento, sin embargo el corazón de nuevo lo traiciono, algo nada raro, y la vocecita que le insistía en terminar con sus pesares y la “valentía” de aventarse de aquel puente peatonal, habían huido de nuevo, dejándolo desamparado con su miedo.

Ya seria la tercera vez de intentar quitarse esa vida que le molestaba tanto, tres veces y lo único que conseguía era la habilidad para volverse a incorporarse a la seguridad del puente, al estar detrás de la malla, encender un cigarrillo y observar a los automóviles pasar a enormes velocidades en esa gran avenida. Una inhalación profunda a su cigarro solo para comprender que sus ilusiones de vivir, desde ase años habían muerto. Pero algo no lo dejaba actuar, tenia la sensación de que algo le faltaba hacer, una ultima cosa que le impedía por el momento concluir su propósito.

A muy poco metros de ahí, Karla, una joven, aunque su belleza iba de la mano con su depresión, y aun con sus ojos rojos debido a las lágrimas o debido a las altas dosis de cocaína que había consumido la noche anterior, no le quitaba ni un gramo de su belleza.

Se estaba mirando al espejo de su baño, en aquel departamento que quedaba hasta el último piso del edificio que estaba enfrente del puente, donde Franco se encontraba hinoptizado. Karla acababa de despertar y aun estaba mareada, aun le dolían las entrañas causado por ese coraje que también le producía vivir. Se quito su ropa y se baño tratando de hacer memoria y recordar con quien se había acostado esa noche.

Varias veces se trato de suicidar, no tan solo del puente como lo quería hacer Franco, también el filo de un cuchillo había conocido más de una vez su piel y sus pequeñas venas.

Pero ella desistió con estos hábitos y decidió morir día con día, entregándose a todos los vicios que podrían existir, a sabiendas que eso le acarrearía lo que ella con tanto anhelo estaba buscando.

Desde que tenía razón había sido maltratada, todavía no había aprendido a ser fuerte y su corazón por ningún momento se había vuelto duro, como suele suceder con la mayoría de las personas que pueden pasar por situaciones similares. Esa cualidad dentro de todo su abismo, se estaba convirtiendo en un defecto, mejor estuviera duro, no le importaría que jamás volviera amar, pero eso no era así… su corazón estaba desgarrado, y su sangre salía todas las tardes, en forma de lagrimas. Impaciente porque alguien viniera a rescatarlo.

Quería salir de ese hediondo cuarto, el olor a perversión invadía todos sus rincones, se cambio rápidamente, tomo sus llaves y salio sin dirección alguna, solo quería estar fuera de su departamento, en esa tarde incipiente por la llegada de la noche.

Franco recordó un lugar que visitaba ase mucho años, era una pequeño mirador en la que se podía observar toda la ciudad, bajó el puente y tomo un microbús que le llevaría hacia aya, mecánicamente pago al chofer y se sentó junto a Karla, aunque los dos no se dieron cuenta que estaban en el mismo asiento.

En ese microbús iban dos seres con un corazón deshecho, recordando su pasado, lleno de horror, comprendiendo e interrogándose el motivo de su vida, nada cabía en sus respuestas, nada. Y desde que nacieron, solo conocían la amargura…

Los gritos de la tía de Franco lo llenaban de odio, el saber que estaba solo, saber que sus padres estaban muertos, calentaba su rostro, no tan solo por los golpes propinados por la única pariente que estaba a cargo de él, eso paso hace mucho tiempo, pero aun le dolía, así como todas las humillaciones, su debilidad, las burlas, y lastimas que hacían fila dentro de sus fracasos…

Karla aun no podía olvidar las violaciones que era objeto de su padrastro, desde que huyo de su casa, trabajar en los mundos más bajos de la dignidad humana comprendiendo que su belleza tan solo había sido su maldición, y su corazón débil terminaría con lo único que le quedaba… esas ganas de vivir de la que tanto hemos hablado.

Franco hizo la parada, bajó para dirigirse al mirador que estaba muy cerca de ahí, extrañamente la mujer de su asiento iba tras de él, ya que ese mirador también era un refugio para ella.

Un pequeño farol iluminaba ese lugar mas o menos mágico, aunque el frió estaba invadiendo sus huesos, no importaba, querían despejar su mente y olvidar todo por unos segundos, eso les hacia tanta falta.

Franco voltio a ver quien lo acompañaba, Karla voltio también, y en solo una mirada parecía que hubieran visto lo que estaban deseando y lo que desde hace tiempo querían ver, se quedaron viendo como si se estuvieran esperando, Franco miraba esos ojos color miel, tan profundos, esos labios secos pero con una silueta exquisita, Karla cautivada también por los ojos negros de Franco y por algo que no sabia explicar. No hubo palabras, solo confirmaba que el dolor aparte de ser contagiado también se atraía.

Atrás dejaron la ciudad que en estos momentos estaba bajo sus pies, atrás sus amargos recuerdos, ahora sus miradas se entrelazaron y convirtieron en su nuevo refugio, hubo una cosa… como un presentimiento, como si fuera el inicio del algo… como si fuera el final o la continuidad de su dolor, y ligeramente un espasmo de miedo se cristalizo en su espíritu.

No importaba ahora si el destino estaba jugando con ellos, no importaba que también se estuviera burlando una vez más… ahora él les había marcado el camino, y por ello estaban agradecidos, aunque no sabían donde terminaría todo esto, si habrán resucitado o seria el bello final de su amarga existencia y vendría para enterrarlos vivos.

Ahora, el destino era lo menos que importaba…..

Texto agregado el 19-08-2005, y leído por 126 visitantes. (0 votos)


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