Descansa, mirando las montañas, rodeada de pinos, de olor de tierra, de sensaciones de paz, sin el ruido de los carros, con toda la ciudad a sus pies, mira como pasa el tiempo, como un jinete sin rumbo, como un espectro de ensoñación que se hace con la tenue luz que cruza la neblina; ahora ella sólo desea la expiación, lo quería más a que a su vida, y ahora lo había perdido para siempre, por eso llevará para siempre esa herida, por eso ahora sólo piensa en la muerte.

El silencio de su alma no existencia, carecer de propósito era lo que creía ella el puente para estar con su amado, todo le recordaba a él, todo convergía en ese momento en que lo perdió, el le aire susurra su nombre, las ideas la empezaban a enloquecer, el olor de su piel estaba impregnado en todo su cuerpo, su alma estaba destrozada, “lo quiero más que a mi vida” se decía, por eso su corazón ya no latía, ya era como una roca, los témpanos de hielo acompañaban su alma en medio de los pasos de la oscuridad eran el reflejo de su aislamiento, de la saciedad de estar viviendo con otros.

Cantaba ahora en aquella montaña, tocaba las más tristes notas que podía gemir su guitarra, era una noche preciosa, y aunque se perdía en ella, ella sólo le podía pedir a Dios que se la lleve con él, porque hasta su música estaba muerta sin la razón de su existencia. Camino por el borde de un abismo, saltaba suavemente mientras seguía cantando, miraba hacia abajo, como la tentación de terminar allí su existencia, caminaba como flotando en el aire, sola en el mundo, no sentía más nada, sólo como sangraba su herida con cada palabra pronunciada.

Era un día más que pasaba allí, un día que seguía mirando la vida como si no estuviera en ella, caía la noche y se olvidó otra vez de tomar una determinación de lo que haría de ahora en adelante, no podía pensar, la luz de la luna le cegaba su cerebro, era todo un laberinto, se preguntaba por qué el amor es tan corto pero el olvido es interminable, porque no podía salir del fondo de su abismo, porque todo lo veía como penumbra, en su pensamiento sólo podía haber enredos, confusión, momentos, recuerdos que hacían su vida más breve; agonizaba lentamente mientras disfrutaba del frío del bosque, era un cuadro perfecto, mujer y guitarra llorando a la luz de las estrellas.

No sabía donde la iba a llevar el destino, ni el tiempo o el aire que rodeaba su ser, ya no quería buscar más, la tristeza navega por sus venas, sólo quería marcharse de todo lo que le recordaba él, dejar toda su vida atrás, ir por el mundo, caminar por otros horizontes, y llevarlo a él en un bolsillo, cerca de su corazón, para que pudiera seguir latiendo, pero separado de su vida al fin. Sabía a ciencia cierta que él no iba a volver, era como si la vida se jugara a la cara y al sello y ella siempre terminaba por perder. Poco a poco se contaminaba de la sensación de soledad, del polvo que cubría sus sueños, de los recuerdos que estaban cada vez más profundos en su mente, el caer de la moneda retumbaba en sus oídos, mientras la gente que pasaba por aquel lugar, la miraba de forma indiferente, como una loca más de esta ciudad infernal.

Lo que más extrañaba eran sus besos, aquellos que nunca volverían, eran como la luz que la guiaban en la oscuridad de la pasión, en la noche donde le entregaba todo su ser, como un faro en las penumbras del mar, para ella no existía nada que se le comparara, eran como la miel, dulces, suaves, puros, de sólo pensar en ellos volvía a sentir la locura de su amor, ¿por qué siempre donde hubo amor quedaban cenizas? Pensaba mientras el viento de sus pensamientos avivaba el fuego de su ilusión; como iba a seguir viviendo si sabia que no iba a encontrar a un hombre igual a él, al dueño de sus fantasías, de sus ilusiones, de sus miedos… No seguiría viviendo.