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Ella llegó a él como suelen suceder estas cosas. Había dado mil vueltas, naufragado en distintos océanos, chocado contra numerosos acantilados, para al final quedar arribada en una pequeña playa que la admitió casi con pena, como acoge una madre a su hija tras caer una y otra vez en la inmundicia. Había errado tantas veces que acabó perdiéndose en las revueltas del río, equivocando nortes y guiándose por estrellas polares inexistentes, con lo que una y otra vez volvía al punto de partida, en el que no había nada más que su miseria.

Con un tono ronco de fondo, tuvo tiempo de revolcar sus carnes entre sábanas alquiladas por horas, casi regalando sus pasiones por peticiones que, tras oportunas salidas por la puerta de atrás, jamás se verían cumplidas. Así se vio en tantas ocasiones, abandonada de todos y por todo, arrastrada en los caminos y enfangada en los hoteles, creyendo que el mundo era un eterno barrizal sin escrúpulos.

Él la atendió porque no tenía nada mejor que hacer en ese momento. Sus ojos entornados y su aire de perro abandonado le hicieron deudor de su misericordia, la que a unos sirve para entregar una moneda a las puertas del cielo y a otros para salvar bosques en medio del desierto. La misericordia, mezcla de sentimientos que pretende cambiar la vida del otro porque no puede soportarlo, hizo que le tendiera la mano a ella, aunque una mano egoísta que la salvó de una muerte segura.

Como todo buen salvador, le lamió sus heridas y le lavó los pies, interesándose por su pasado lo justo para conocer que no tenía enfermedades irreparables. La acogió, la vistió, le dio de comer y la elevó por encima de la basura que hasta ahora la había consumido, dándole nombre a aquel ser que hasta entonces no había sido llamado.

Ella, agradecida, trajo su periódico y las zapatillas, le honró ante sus amigos, le dio su respeto y su honor; curioso cambio diría alguien tras un detenido examen. Lavó sus miserias, que las tenía; alimentó su codicia, que también estaba ahí; y vistió su desnudez, sin pasar, eso sí, más allá de la puerta que a todos nos protege de nosotros mismos.
Pagó caro su salvación. Él también.

Una mañana, cuando ponía en marcha la máquina de la rutina, cuando preparaba para él el piloto automático que le hacía comenzar el día sin perjurar de Dios, se dio cuenta de sus ahogos, de sus sueños, de sus miedos, de sus libertades. Reconoció en el espejo la sombra de un naufragio varado hace tiempo en la misma playa de donde nunca fue salvada, y comprendió que él nunca le había tendido la mano, sino que continuaba en la arena, mirando hacia el interior de la madre tierra, pidiendo una ayuda que jamás llegaría.

A él le encontraron poco después bañado en el río de su vida, rodeado de sus propias impurezas, mientras ella, aún con el rayo helado de su verdad en la mano, miraba hacia el cielo, sonriendo ante las maravillas que hasta ese momento alguien le había negado. Cantaba como una niña que, inocente del futuro, no espera nada más que la brisa en la cara para jugar y los cálidos rayos del sol para calentarse en una primavera perfecta.
Se perdió para ganarse. Ganó sin perder más que a sí misma.

La encerraron entre cuatro paredes llenas de algodón. Se figuró que había llegado a puerto, y se recostó mientras los marineros tiraban las estachas a tierra, oliendo la brisa salina del mar y respirando su amargo principio.

Nadie fue a visitarla, nadie se paró un momento a pensar en ella. No importaba, continuaba en su puerto, esperando que amarrasen el barco para que él volviera a recogerla. Enamorada aún del ser que nunca fue, aquel que sí le tendió la mano, esa mano que ella no vio jamás volvía una y otra vez, en sus sueños, para amarla en el silencio alcochado de un barco amarrado a un puerto cualquiera.

Autor de El manuscrito de Avicena
www.ezequielteodoro.es

Texto agregado el 24-08-2005, y leído por 272 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
04-09-2005 Me gustó tu metáfora Blues....y me remites al tema del Hombre y la Intemperie...para quedar mirándome. Amelita
28-08-2005 excelente como describes la circularidad de búsquedas y desencuentros, saludos Maite
27-08-2005 es excelente, me gusto aannttoonn
25-08-2005 este cuento tiene mucha fortalece y se defiende a si mismo y no comparado con quien, los personajes están poetentes, y el desdibujamiento del hombre, es algo pensado, por tanto intencionado y bien logrado. Desde Chile, muy bueno y felicitaciones gualeta
25-08-2005 Este cuento me pareció sencillamente genial, el estilo que más me gusta. Muy bueno porque la mente del lector se alerta a seguir leyendo hasta el final. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
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