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Era una mañana de invierno cuando, a José, se le ocurrió la brillante idea de construir un Apilentonario. El magnifico invento constituía un avance inédito en el campo de la filantropía y la fonética, permitía el uso del alma de una manera brillante y el motor de las compasiones funcionaba como propulsor y entonador de las cuerdas vocales mas destempladas. Al ritmo de las pasiones se conformaban melodías hermosísimas que conmovían hasta los más insensibles. Era una enorme composición, lo que desconsolaba a José quien siempre quiso valerse de la tecnología de punta para construir un aparato mucho mas pequeño. Era un invento gigantesco, antiestético y difícil de utilizar, estaba constituido de dos patas enormes de madera que terminaban en dos bolas de hierro, de estas ultimas se desprendían dos cuerdas que caían casi hasta el piso y amarraban justo en el medio de los dos troncos una figura triangular de mármol. A la punta del triangulo se encontraban atornillados un paral negro que en lo mas alto sostenía un micrófono destartalado y una polea precaria con un manubrio para dar vueltas. Como es evidente el motor lo colocaba quien utilizaba la maquina y se conectaba colocando las manos sobre las esferas de hierro. José pensó que el invento tenia que ser mas complejo para que fuera creíble y la sencillez de su composición no lo convencía. Sin embargo y luego de muchas horas de constante trabajo decidió dejarlo tal cual estaba y probar de una vez por todas su funcionamiento. Él, que se consideraba un pésimo cantante y ante la ausencia de otras posibles victimas, se eligió como el conejillo de indias de su maravillosa invención.

Se colocó frente a la maquina que le quedaba un poco alta, levantó los brazos y apoyó las manos sobre los hierros no sin antes empinarse para poder lograrlo. Una vez puesto en posición, dio vueltas a la polea con el pie derecho y pensó que debería crear un dispositivo mas cómodo para realizar esta operación. Al contar de diez incómodos giros, José sintió una presión indescriptible en el corazón, el estomago se comprimió mientras se le calentaba el cerebro, sintió una nostalgia inmensa y confluyeron en él los pesares de todo aquel que despertó en su corazón un poco de compasión. Repentinamente, de su garganta afloraron los tonos mas bellos y cantó la melodía mas tierna escuchada jamás. Ante el canto sublime de José, muchas aves llegaron a su ventana y escucharon en silencio el arte de la nostalgia. Al final de la melodía, José separó sus manos de las esferas y se dobló desconsolado. No podía dejar de llorar, se sentó en el suelo entapetado y lloró por mucho tiempo, no fueron días, ni horas... fueron años.

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Los pajaritos a su alrededor habían muerto de sufrimiento. De sus cadáveres solo quedaban el polvo y algunos huesos. José se levanto reconfortado por un aire nuevo, tenia la sensación de haber limpiado el alma por eliminar de una vez por todas ese sufrimiento. Pensó por un segundo que no era un hombre muy sentimental y que según el calendario había llorado por mas de 3 años. Un aire gélido le recorrió el cuerpo, se daba cuenta de los peligros de su invento, recogió los restos de las aves y los hecho al aire por la ventana.

¡Que peligro!- pensó- ¿que tal que la maquina la utilizara un corazón enfermo o un sentimental extremista?, seria el fin de la humanidad.- reafirmó su preocupación.

Por tal motivo, de un puntapié, derrumbó la maquina, arrancó el micrófono e incendio las cuerdas. Nada quedaba ahora del Apilentonario, solo un dibujo sobre la mesa desleído por el paso de los años.

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José, se sintió alegre de haber tomado la decisión acertada, recogió la chaqueta y salio a dar un paseo por el parque. Quería disfrutar del mundo que por un momento puso en peligro. Al atravesar la puerta de su casa no había un alma en las calles, un silencio estremecedor rondaba los alrededores. Todo, hasta lo arbolés habían muerto.

Texto agregado el 25-08-2005, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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