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El monstruo estaba en la sala comiéndose las pesuñas. Caminaba de un lado al otro mientras se jalaba la corbata en un intento desesperado por encontrar un poco de aire. Ya había fumado mas de una cajetilla de cigarrillos, tanto humo le produjo una espesa mucosidad en el hocico y una irritación severa en los ojos. Estaba desesperado, llevaba dos horas y media y aun no tenia noticias de su esposa. La espera lo volvió violento y ante cualquier mirada desconcertada, de las enfermeras o personas que se encontraban en el hospital, descubría los colmillos y gruñía ferozmente. Eran horas de intensa desesperación, que sumadas a su terrible temperamento justificaban tal actitud.

El pobre ya no sabia que hacer, la ansiedad lo estaba carcomiendo. ¿Qué será? ¿un pequeño monstruo? o ¿una linda bestia?, ¿se parecerá a su madre?, o ¿tal vez a mi?, se preguntaba poniendo cara de ternero degollado. Ya no aguantaba más, se sentó por primera vez en una de las bancas, se dobló sobre sus patas y deslizó las manos desde las sienes hasta la nuca. Así se quedo un buen rato. Recordó los paseos en las noches de invierno y los buenos banquetes que se daban, recordó la noche en que destruyeron el teatro y acabaron con los actores y actrices que quedaron inmóviles sobre las tablas, el día en que escaparon de los cazadores y todas los episodios que vivieron juntos por aterrorizar la ciudad. En medio de sus pensamientos se le escaparon dos lagrimas. Ahora tendrían uno más que se uniría a sus aventuras y, lo mejor, seria fruto de su amor.

Salió de sus cavilaciones, se levantó bruscamente de la silla y rugió desesperado. No sabia que hacer, ya había esperado mucho tiempo y aun no tenia ninguna noticia de su amada. Era probable que las características fisiológicas dificultaran el parto y, según los doctores, había que tener mucho cuidado con el pelo pues el bebe podía bronco aspirarse. La recomendación fue realizar una operación.

Horas antes, se encontraban descansando en la cueva cuando su esposa tuvo contracciones fuertes. El bebe lo esperaban para dentro de dos meses, pero siguiendo la tradición familiar el condenado se adelanto. Salieron rápidamente en el coche y llegaron al hospital donde los atendieron sin inconvenientes. Inmediatamente y después de algunas rugidos y colmillos internaron a la esposa y a él le pidieron que esperase pacientemente. Pero ya había perdido la paciencia, era demasiado tiempo de espera sin noticias.

Repentinamente entró a la sala un hombre de bata blanca, quitándose el tapabocas, era el doctor. Se acerco temeroso. El monstruo notó un tenue temblor en el labio inferior del galeno que se paró frente a él.

Señor monstruo..... -le dijo cabizbajo y tiritando

Dígame ínclito doctor- gruño mientras se cruzaba de brazos.

Su esposa.... ah-eh , quiero decir que su esposa y su bebe han muerto en las labores de parto.- El medico no se detuvo para decir esto último, lo pronunció sin siquiera respirar. Al terminar la frase se alejó de un salto.

El monstruo no pronuncio palabra, ni siquiera gruño, solo recostó los brazos sobre la pared y en medio de ellos la peluda frente, dio algunos cabezazos suaves y lloró desconsolado en un silencio profundo. Luego se separó del muro y comenzó a caminar desahuciado por el pasillo, con los hombros adelante, la cabeza en el pecho y los brazos sueltos como sin dueño... solo quería volver a su cueva.

A la salida lo esperaba una multitud enardecida, armada con palos y escopetas. Sintió en el cuello una leve picadura y luego un pesadez que lo tendió en el suelo.

Texto agregado el 25-08-2005, y leído por 140 visitantes. (0 votos)


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