Había una vez, en un pueblo muy lejano, esos pueblos en que la gente se olvida de todos los problemas por la tranquilidad que circula en el ambiente.
En este pueblo vivía un hombrecito pequeño que disentía con ese estado de relajación, a pesar de su tamaño tenia un gran carácter, el sentía que la gente estaba tan alegre y sonriente porque les causaba gracia su estatura, era el hazmerreír del pueblo.
Ojo, eso es lo que él creía, esto no significa que era lo que realmente sucedía... un día este hombre, harto de ver sonreír a todo el mundo decidió marcharse a otro pueblo. Al llegar noto un cierto aire de antipatía, la gente no reía ni cantaba como en su antiguo hogar, las calles parecían perecer en nubes de neblinas untuosas, el pueblo se vestía de grises, opacos y oscuros intensos; la gente, malhumorada, caminaba sin rumbo.
De repente en el medio de esa incertidumbre que lo había dejado sin aliento, tropezó con un hombre que murmuro sin titubear: ¡¿Qué haces enano inútil?!
Jamás lo habían insultado, se sintió tonto por haberse marchado del pueblo, de su pueblo... sin pensarlo dos veces volvió a su hogar mientras en el camino pensaba lo incoherente que había sido al dejar tanta paz y se juró que no iba a pensar mas bobadas ni sentirse ridículo por su tamaño.
Al llegar a su pueblo la gente se acercó a él para preguntarle que le había pasado, porque se había ido, que lo habían extrañado y tantas otras cosas que le hicieron ver que él, por más pequeño que fuese, pertenecía a ese pueblo, que era querido por todos y que su ausencia se notaba.