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Inicio / Cuenteros Locales / robin05 / Los amantes de Verona I

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Romeo arrastraba sus pies por la playa, agotado tras una noche larga de pasiones y alcohol en los burdeles de Verona. Paseaba descuidado, intentando encontrar un sentido al pozo sin fondo que era su vida, con places, vicios y deseos sin saciar. El día asomaba por el balcón del horizonte con timidez, descubriendo el variado colorido de los gatos, unos más blancos y otros menos negros. Gozaba de la imagen, la paladeaba. Intenta con ello borrar la angustia que crecía en su interior, que hacía de él un ser sin freno en sus apetitos y lleno de vacío.

Poeta, músico, artista antes que nada. Romeo se entretenía en inventar palabras encadenadas con ritmos asonantes. Inventaba versos con imposible melodía, cantaba por un amor no vivido y por la esperanza de desvelar su anonimato. Era un amante sin pareja, y por ello se veía obligado a volcar su fe en la musa creadora, esperando que antes o después ésta recompensara su constancia. Sus rasgos eran delicados, nariz su fina, sus ojos almendrados y sus labios apenas marcados; sin embargo, ante el espejo se veía poco agraciado. Anhelaba hallar una mirada que sostuviera la suya con firmeza, regalándole su universo interior.

Paseaba, decía, sin compañía, hastiado de una madrugada de borrachera y carne ajada de prostíbulo. Romeo era un hombre enamorado del amor, concluiría cualquier ser avispado, y así era, pero no encontraba en quien depositar deseo, amistad, pasión, confidencias, todo a un tiempo.

– Romeo, ¿en qué andan vuestros pensamientos?

– Volando, primo. Caminan por las sendas todavía inexploradas del viento.

– ¿En esas estáis? Primo, cómo podéis hallaros enfurruñado en una mañana como ésta. ¿Acaso no veis el sol? ¿Acaso la noche no fue provechosa? Porque, según me han dicho, quitasteis más de un vestido.

– Primo, no seáis deslenguado. La mañana, decís, ¿quizá no es la misma de ayer? ¿no nació igual hace una semana? ¿mañana no volverá a asomar con los mismos tonos y cantos? Pues si así es, dejad que se solace en mis pensamientos, que me revuelque, si es mi placer, en ellos.

– Andad primo, y dejad vuestras negras nubes en la playa. Vuestro padre, mi tío, nos espera antes de una hora. Llevo buscándoos desde que levantó el día.

– ¿Mi padre? ¿Conocéis el motivo de su llamada? Qué más da. Sea cual sea aquel, mi mente está fatigada. Decidle que mañana le veré.

– No, primo. Ved que mañana es hoy. No haced esperar a vuestro padre. Además, la nueva que guarda para vos os aliviará de vuestros pesares. Creedme.

– Qué nuevas son esas que con tanto secreto me sugerís. No sé de que habláis, pero vuestras palabras me aprestan a oíros.

– Ah, no. Prometí a vuestra madre que sólo ella os daría a conocer la noticia, y no me haréis faltar a mi juramento. Vuestra madre, mi tía, cortaría mi lengua si osara contradecirla. No nos entretengamos más y volvamos rápido a vuestro palacio; allí conoceréis aquello que os espera.

Todo el mundo iba atareado de allá para acá en la casa de los Montesco. La noticia había llegado esa mañana, y ya estaban todos los criados fregando vajillas, limpiando muebles, sacando trajes, encalando paredes. El caos se había adueñado del palacio y todos entraban y salían en una especie de baile sin sentido. Bajaban cortinas, quitaban manteles, movían copas, trasladaban sillones. Y ante todos, él, Montesco padre, dirigiendo la sintonía para que los acordes estuvieran perfectos.

– Más cortinas, quiero más cortinas. No, fucsias no. Quiero tonos pastel. Mmmm, bien, esas… No, ahí van los candelabros…

– Padre, ¿me habéis mandado llamar?

– Romeo, ¿dónde estabais? Un día le vais a dar un disgusto muy serio a vuestra madre… Lleva horas esperando.

– ¿Esperando qué?

– No, esos trajes no… Buscad los de cuatro botones… Romeo, qué va a ser… Subid a ver a vuestra madre… No, cuántas veces tengo que decirlo… la cubertería será de plata… Andad, subid, que os espera.

– Pero, ¿a qué viene este carnaval?, ¿para qué tantos preparativos?

– Subid a los aposentos de vuestra madre. No os demoréis más… Ah, y ya que subís, decidle que necesito su opinión sobre la mantelería… No, esos cuadros no van allí…

La madre Montesco era una mujer corpulenta y rebosante de carnes. Su criada trataba de que entrara en el vestido, una tarea ardua, cuando llegó Romeo, desconcertado aún ante tanto movimiento.

– Madre, ¿me buscabáis?

– Hijo, por fin venís. Tengo una noticia que daros… Porque, ¿ese desvergonzado de vuestro primo no habrá sacado a pasear su mísera lengua?

– Estad tranquila, ni mil monedas que le ofrecí tentaron su alma buena. Hablad sin demora. Qué demonios ocurre en esta casa, que todo el mundo parece hoy enajenado.

– Romeo, os ruego cuidéis vuestro lenguaje.

– Disculpad señora. El cansancio me aturde.

– Romeo, mi bello hijo. ¡Qué delgado estáis! Tenéis que comer más.

– Madre, no podréis soltarlo ya.

– Ya va, ya va. Sentaos. ¿Qué edad tenéis?

– ¿Qué edad tengo? ¡Cómo que qué edad tengo! Si ya la sabéis… Pretendéis volverme loco o queréis hacerme sufrir con vuestros interrogantes.

– Sólo pensaba en voz alta. Tenéis 17 años... y bien mozo que estáis, por cierto, y vuestro padre y yo creemos que ya ha llegado la hora de que sentéis la cabeza… Vais a casaros.

– ¿Casarme? ¿Casarme? ¿Casarme… yo?

– ¿No sabéis decir nada más?... ¡Ay, hijo, parecéis bobo! Sí, vais a casaros con una mujer de buena familia, una mujer especialmente elegida para vos, que os dará una excelente descendencia… y con unos padres de sangre noble y bolsa abundante, como conviene a vuestro nombre.

– ……..

– Hijo, ¿no entendéis? Habéis tenido mucha suerte. Decid algo.

La cabeza le daba mil vueltas. Se sentía mareado ante la noticia. ¿Casado? No podía ser. Debería ser una broma. –No, madre no acostumbra a bromear, y menos si se trata de emparentar con un linaje noble–, pensó, aturdido todavía por lo que le deparaba el destino.

– No puede ser. Yo no me puedo casar.

– ¿Qué no os podéis casar? Claro que podéis. Es más, os vais a casar. Es mi última palabra, y no quiero ni una sola objeción… Romeo, hacedlo por vuestro padre, ¿no veis la ilusión que ha volcado en esta boda?

Romeo quedó angustiado ya con la faz demudada. La madre lo atribuyó a la emoción de la noticia y, restándole importancia, le aconsejó que fuese a sus aposentos a descasar –Hoy tendréis un día muy ajetreado. Andad a acostaros, que se os notan las horas de sueño que no habéis aprovechado – El joven apenas musitó palabra; oía todo como lejano, como ajeno.

– Esta juventud ama, no mira por su salud. ¿A qué esperáis, Romeo? ¡Marchad!

Autor de El manuscrito de Avicena
www.ezequielteodoro.es

Texto agregado el 28-08-2005, y leído por 818 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
13-09-2005 El ritmo es genial, te lleva de la mano sin notarlo, con presteza, elegancia y muy ajustado al ambiente en el que se desarrolla. azulada
13-09-2005 muy bueno, ya me voy a la continuacion...me atrapo y por ello no lo dejo...besos y estrellas* pucky
08-09-2005 ja un sueño lleno de lo ilógico de lo comico Andrea-lacrima
29-08-2005 Muy ingenioso y divertido, bien logrado, mis* pilardelmar
29-08-2005 Muy bueno. Lástima que Romeo fuera tán debil...de llegar hasta la Iglesia. ¡Mercucho! Miralo Vos! 5* Máximo islero
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