Verdad es ver a los oficinistas recorrer la estrechez de esos anónimos pasillos, ante vacuos laberintos de la nada; sentir la realidad alquilando equivocadas estaciones de felicidad; ser y no un ladrón en la finitud de los canteros; derramarse lento ante ese confluir de latosas avenidas; saciar el arte del amor en pocas sílabas y espasmos. La verdad crece a lo largo del mundo como una luna deslizada por tus vértebras, todo desvanece en esta sociedad mimetizada, jugando los juegos que la gente teme. Nos acerca al confuso silencio de las calles, abrazando el calor en los asfaltos, te asfixia y te condena sobre un punzante filo de paredes, para cicatrizar en el umbral de otras miradas.
Y es verdad la soledad de las siluetas; el vil anzuelo de la plata; una foto familiar colgada en el salón de entrada; el transcurrir del tiempo sobre las cenizas; litigar con los demonios de cartón y medianeras; la pasividad del cementerio o el embotellamiento en la calle principal.
Verdad el Universo pendiendo de la vida; esas cálidas mañanas recostadas en las aceras; la magnitud de lo imposible ante la sobriedad de lo deseado; un río que arrulla las planicies de tu vientre en ligeras sensaciones; el bosquejo de la muerte a tu diestra o la mentira compartiendo los mismos ideales.
Todo es una gran verdad que se abstiene de seguir en vano, para complacer sólo a esos extraños...

Ana Cecilia.