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Ese sueño lo había acompañado desde niño. En el cielo las nubes rodeaban las altas cumbres.

Un eterno río de lava bajaba por las laderas y rodeaba al pequeño valle. Un tenue sol de otoño bañaba los techos de las casas viejas. Ese lugar tan extraño lo fascinaba.

Los Hombres vestidos de negro se aproximaban a un altar en el cual dejaban una pequeña canasta. Sus caras sombrías eran la imagen de la desolación.

Nunca lo había comentado con nadie, sin embargo era algo que lo estremecía.

Su vida no tenía grandes emociones. Su cumpleaños número sesenta lo encontró leyendo viejos libros de la literatura española. Como solía ocurrir en esa fecha, nadie se había enterado de su cumpleaños.

Esa noche volvió a visitar aquel lugar. Pero esta vez fue distinto. Los hombres estaban vestidos de blanco. En sus manos llevaban flores. Se dirigían hacia el sitio donde siempre había estado el altar, pero ahora había una jaula. Sus ojos rápidamente se posaron en la mujer que estaba dentro de esa prisión. Estaba vestida con una túnica blanca y miraba fijamente las flores. Cuando levantó su cara, dejó ver sus ojos azules. Entonces los hombres se retiraron, los dejaron solos y él se acercó lentamente. Ella tenía en sus manos la ofrenda floral que había recibido de aquellos adoradores paganos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo notar toda su belleza. Sintió la necesidad de abrazarla, pero primero debía abrir la puerta. Ella le señaló una piedra. Sobre ella había una pequeña llave. Desesperadamente corrió a buscarla. La tomó y corrió. La introdujo en la cerradura e intentó hacerla girar, pero para su sorpresa la llave no se movió. Lo intentó nuevamente pero no lo logró. La joven mujer lo miró con lágrimas en los ojos y retrocedió hasta el centro de la jaula. La desesperación lo desbordó, comenzó a golpear los barrotes con furia.

Cuando se despertó estaba empapado en sudor y con un fuerte dolor de cabeza. Debió tomar varias pastillas para volver a dormir.

Los años pasaron y la imagen de esa mujer invadió por completo su vida, pero el sueño nunca se volvió a repetir.

Dibujó su imagen de mil formas distintas. Su mejor retrato descansó por años en el cajón de su mesa de luz.

La desilusión fue su compañera durante esa época de soledad infinita. Una noche, como tantas otras, antes de dormir contempló su imagen, le dio un beso en la boca y la guardó en el cajón. Era una hermosa noche de luna llena cuando ella vino a visitarlo. Estaba hermosa como en aquel único encuentro. Cuando lo tomó de la mano, él sintió una fuerte vibración. Ella lo ayudó incorporarse, se pararon junto a la ventana y observaron como la cárcel que lo había apresado durante tantos años, ahora reposaba inerte en la que antes había sido su cama.

Texto agregado el 29-08-2005, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-01-2006 Misteriosas conexiones entre la realidad y los sueños. Al morir paso hacia el otro lado... Me gustó. loretopaz
04-01-2006 bacano turcoplier
26-11-2005 Tienes una limpieza narrativa increíble. Es un gusto leerte. Felicidades. peco
 
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