Cada vez que abro el departamentito que la Página de los Cuentos generosamente me cedió para que yo lo habitara, veo mis creaciones pulcramente ordenadas luciendo sus carencias y raspaduras y de repente una, que viene a ser mi closet, relumbra un poquito más que el día anterior, ya sea porque uno de mis amigos virtuales lo visitó en mi ausencia y al no encontrarme, me dejó un gentil recadito y en el mejor de los casos un jueguito de estrellas que iluminan sus contornos. A veces, una humilde lámpara de luz, una simple cuchara o mi cómoda cama, son hurgueteados por estos amigos sin rostro, quienes los exponen a la luz de su sentido estético, los auscultan y para bien o para mal, me dejan un gentil recado. Los hay de todo tipo, Fly, por ejemplo, apenas asoma su nariz para arrojarme un monosílabo que me llega al hueso porque no está adornado con medias tintas conciliadoras, Caro Star, linda ella, encuentra magnífico todo lo mío cuando es evidente que a mi aparador le falta barniz, a los cajones de mis veladores les cuelgan las puertas y mi mesa de centro es un asco. A Prófugo me lo imagino en el umbral de mi departamento, atisbándolo con sigilo y revisando mis raídas pertenencias. El siempre está agitado y abre mi refrigerador para refrescarse el gaznate. Bebe aprisa y saciada su sed, sale disparado, no sin antes alcanzar a garabatear una nota de halago. Y así, Yihad, el aristócrata, Aire, que inunda el recinto de frescura y sonoros besos, Blanquita, deslumbrante, Martín Abad, Mariposa Azul, Sirena Viuda, Vato, La Pachamama y muchos otros que no menciono para no aburrir a mis potenciales lectores entran y salen de mi habitación para curiosear. Algunos pulen y jalonan mis muebles y preciadas pertenencias con bienvenidas estrellas, otros, me inquietan, como la Asesina Serial, que desde que apareció por las inmediaciones de mi casa, me obliga a dormir con un solo ojo. Hache, que parece que sacó un juego de llaves de todos los departamentos de la comunidad porque entra y sale de ellos con mucha naturalidad, arregla mis cojines, cose el cuello de mis deshilachadas camisas, lo perfuma todo con su presencia conciliadora, deja una notita de ánimo sobre mi velador y sólo eso basta para alegrarme la jornada. Algunos quizás ni sepan que existo y por eso no me visitan y quizás no lo hagan nunca, pese a que yo he aprendido a conocerlos un poco más.
Ahora estoy asomado a mi pequeño balcón y contemplo con estupor el fuego cruzado de algunos de estos amigos que sé que viven en el mismo edificio. Las palabras salen disparadas de sus respectivos diccionarios y van a estrellarse groseramente en las murallas de la comunidad, una frase completa pasa silbando a pocos centímetros de mi nariz y se pierde en el horizonte, otra, con más suerte, da de lleno en el rostro de uno de los oponentes, quien, ni corto ni perezoso, devuelve una andanada de proverbios… Mejor cierro mi ventana y me acuesto a dormir. Mañana será otro día en La Página de los Cuentos.