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Era un tarde de nubes plomizas, lejanas, de esas que nacen en septiembre. No era un encuentro casual, ni en el tiempo, ni en el lugar. El mismo mar, en idéntica época. Juguetón, pero ya cansado, el sol se entretenía coloreando las olas con infinitos violetas.
Allí estaba esperándome, sentado, paciente, con esa paz con la que doran los años las almas llenas, sobre el viejo banco en el paseo.
Al reconocerme, ladeando la cabeza, sonrió, cómplice, de medio lado, haciéndose a un lado del banco.
- No esperaba verte tan pronto, no sé si estoy preparado.-
- Eso ahora no importa, ya estamos aquí.- en tono amable, profundo, pacífico pero no por eso menos rotundo, había comenzado. Los recuerdos necesitan tiempo para macerarse, alcanzar su sabor más extremo. Al madurar completamente, se agolpan, se lanzan a la vorágine del riego neuronal y se incrustan, insolentes, en el centro de nuestros pensamientos.
El primer aguijón vino con la imagen de nuestros primeros besos furtivos, en aquellos cafés oscuros, de noches de entre semana. Nuestros teléfonos apagados por si nos buscaban. Vinieron con ellos su expresión de triunfo sentido, sus pelos de punta, mi tentadora mano recorriéndole la espalda. Entonces era aún un reto, un antojo, solución fácil para las carencias de mi relación cansada, carente casi por completo de pasión y travesura. Esa era la esencia en aquellas primeras manzanas, en el paseo, de madrugada apoyada en el coche, palmeras de testigos, doblándose reverentes ante nosotros. Mi mano de nuevo en su sexo, agradecido, abriéndose generoso, su respiración entrecortada. Nuestros labios se acoplaban, volubles, al mordisco ajeno, y cada abrazo desataba la tormenta, la batalla a muerte por sentirnos vivos. Un coche a unos metros, una huida hacia la complicidad silente de una playa desierta, su sabor dulce, al fin, la danza lenta y creciente de mi lengua, indagando cada pliegue entre sus piernas . Sudor sobre nuestra piel, cerca las rocas, calladas, no queriendo interrumpir aquel ritual en el que conocí otra vez su cuerpo. Salimos del coche, era una noche fría y las estrellas estaban tapándose con aquellas nubes tan rojas, un último beso, me dije.
Así se sucedieron las locuras, con algún testigo ocasional, en grandes cimas de culpabilidad intensa, como intenso era lo sentido. Siempre con un carácter de último encuentro, de diversión, sin más compromiso que celebrarnos juntos.
Y todo quedaba en esos momentos fugaces, de intensidades plenas, prohibidos.
- ¿Fumas? - pregunté.
Habían pasado más de treinta minutos desde que me había sentado, sin decirnos palabra, absorto en el viaje al pasado, indiferente a la compañía.
Prendí mi cigarrillo, mientras nos saludaba una racha despistada de viento que se había retrasado del resto, sur oeste, trayéndonos el aroma de las algas, el sonido más claro del mar adentro y un par expresiones incompresibles que unos infantes lanzaron al aire quizás muy lejos.
Las campanas de la iglesia sonaron, más lentas que de costumbre, preguntando si llegaríamos a tiempo. Del puerto, pequeño y aún más pescador que deportivo, salían las primeras sardineras, alejándose perezosas ante una noche larga y oscura. La luna nueva pintará hoy la bahía de negro y sólo sus luces competirán con el reflejo de las estrellas.
Con la primera calada, bailando con el humo, volvieron los momentos de sueño, aquellos en que nos elevamos, creyéndonos capaces de escapar a la maldición que nos habíamos forjado. Fueron días cortos, llenos de palabras y promesas, de mimos, ilusiones. Los teléfonos ya estaban encendidos y algo de luz entró en nuestro mundo.
Días dedicados a gozarnos, a explorar juntos es universo que formamos en una guardilla, en la habitación de mi casa. Las poesías se leían para dos, el vino cobró las fiestas y bailamos para conjurarnos. Algo nació entonces, apartándome de la superficie. Miraba a lo profundo de sus ojos, y en su verde perdí el juego y encontré un proyecto hermoso, dignificante.
Sonaron las noches y las letras de canciones. Con alas de cera, vivimos un vuelo.
Un día dedicado al placer más desatado, a una lujuria, entregándome a su disfrute, mordiéndole el cuello, maravillado de por sus pezones erectos, por su cabalgada y su expresión certera, rotunda – me corro. Me abrazaba después, por la espalda, mirando tras una noche en vela, el amanecer desde la balconada.
Navegamos, las velas se hincharon, las olas se apartaban y nos dejaron recorrer la costa, por que era nuestra, y las músicas crecieron. Un lugar en el sol, para aquellos que tienen la voluntad de tenerlo. Regresando, en el coche, mientras se dormía las tarde de verano, sus piernas se abrieron, provocando una nueva batalla. Los arbustos rozaban la ventanilla para ver ellos también aquel espectáculo, el orgasmo en ciernes durante unas horas.
La ceniza cayó con el sueño. Sentí el frío de la noche y las gaviotas se retiraron. Girando la cabeza, afirmó- será mejor que regresemos-
-Supongo, va a ser una noche oscura- las primeras estrellas saludaban al mar, impacientes de verse, coquetas ellas, reflejadas.
Con las últimas luces vinieron los recuerdos negros, agolpadas las mentiras y engaños. Como un cáncer se nos comieron las ganas, los sueños, la pureza que nunca tuvimos. Y entre las células infectadas aún quedaron intactos momentos mágicos.
Sobre el verano recogía su espalda, la desnudaba, para devorarla lenta. Hambrienta, pedía su parte, llenándose de mí, vaciado yo en ella. Ya no nos quedaban canciones, ni poemas, ni palabras.
Retornamos al sin sentido original, derrotados, vencidos por el sortilegio de un mago pérfido, de nuestro sol negro.
- Aquí nuestros caminos se separan. Vuelves a ser libre. Sigue el tuyo, sin renegar de tu historia- se despidió mi amigo.
- Nunca lo hice, era solo que no quería volver, eso es todo.
- Ha sido un camino largo y cansado. Pero te deja en ninguna parte.- con su eterna sonrisa pícara y burlona añadió- ¡ que mejor sitio para volver a perderte¡
Esa noche que empezaba resultó ser la primera contigo. Tus carnes jóvenes, tu frescura, sacaron de mí los fantasmas vividos, asentándolos con mi amigo, ahí donde sea que habite el olvido.
Las barcas estarán hoy también, perdidas en la bahía oscura, con sus luces, guiando a sus peces. Tampoco faltarán ni el viento del sur, ni las estrellas, ni las gaviotas. En círculos, partiendo y llegando a ningún sitio.

Texto agregado el 06-09-2005, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-09-2005 wow... y cada palabra, cada parrafo, cada parte de este escrito... me dejo sin habla, muy bueno... que bueno que decidi venir... felicidades!! denada
06-09-2005 ¿Olvidé mis estrellas? Gadeira
06-09-2005 Una vez un amigo hizo el siguiente comentario ante uno de mis escritos:"Dicen que se escribe desde nosotros mismos pero no acerca de nosotros...Para los que no tenemos en la escritura la profesión sino el alma,no escribir acerca de nosotros mismos es casi imposible;Derramamos en cada línea de cada prosa,de cada verso ,lo que brotado del corazón,sólo atinamos a poner en palabras porque la boca ,mucho más prudente calla...Y de esta manera entregamos a los demás nuestros más íntimos secretos,compartimos con el lector la espalda de nuestros amantes,su sexo,un orgamos estallado en la playa;mostramos ,impúdicos, los pensamientos...por que en verdad son tan puros que merecen ser lanzados al aire y que sean recogidos y hasta compartidos. Un escrito intimista el tuyo,de amante sentimental;el gran sentimental que eres,bordas tus palabras entre las luces de Valencia,su puerto,pones música con las campanas de la iglesia y te elevas por fin,como volutas de humo de un cigarrillo hasta otear las luces de Ninguna Parte.Un gozo leer tus sentimientos desnudos.Te dejo admirándote y asisto de público entregado a la batalla de moros y cristianos que libras.Te aprecio infinito.Tu amiga Gadeira. Gadeira
 
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