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Todos los días yo me levantaba a las ocho de la mañana cuando el despertador sonaba y ya no había nadie en casa. Luego arrastraba mis medias hasta la cocina, prendía la terma, cogía un plátano y me lo venía comiendo de regreso a mi cama donde dormía otra hora más. Lo del plátano lo había aprendido de H, el gran H, mi tío. Me dijo – Perro (así me llamaba él), es como si la digestión, el metabolismo… tú sabes, como si el plátano fuera activando las cosas desde adentro, sin angustia, cero shock. Lo probé por unos días y cuando le volví a ver le dije – Perro (yo también lo llamaba así), esto deberías patentarlo – le dije – me refiero a que no sólo funciona con el plátano sino con el pan o cualquier cosa por el estilo. Vencer la angustia del amanecer – le dije – probablemente esto sea mas grande que la penicilina o el teléfono móvil -. El dijo – captaste la idea muchacho – y me palmeó la espalda igual que cuando aprendí a contar chistes de burros y a bailar el rock, ambas también enseñanzas suyas que me ayudaron a sobrevivir en los duros tiempos de la escuela. Desde entonces no había podido dejar ni lo de los chistes, ni el rock, ni lo del plátano. Supongo que parece que me habían inculcado los hábitos de un orangután, pero la verdad es que sólo éramos dos chicos a los que no los volvía locos la idea de levantarse temprano.

Mi tía en cambio decía que para levantarse a las ocho sólo una verdadera cucaracha necesitaba un despertador. Yo no me veía a mi mismo como una cucaracha así que suponía que ella estaba equivocada y le decía – Tía, ¿sabes como se llama la tercera canción del disco Revolver de los Beatles? – Y ella decía que no sabía. Entonces yo le mostraba el disco indicándole la canción – “Sólo estoy durmiendo” – Y ella decía - ¿Cómo? – Y yo le decía – Ese es el nombre de la canción “Sólo estoy durmiendo” y por algo el Revolver no es uno de los discos más famosos de los Beatles tía, ¿Me comprendes? - Ella me miraba convencida de que en algún momento yo había tomado el rumbo equivocado y que definitivamente personas como H., su hermano menor, habían sido las culpables. Finalmente se iba por donde había venido. Supongo que en el fondo entendía algo.

Aquel día sin embargo cuando el despertador sonó yo ya estaba despierto. Sabía que aquel iba a ser un día diferente. Era una sensación que no llegaba a ser tan brutal como la de amanecer convertido en un insecto al igual que el pobre Gregor Samsa en La Metamorfosis, pero que era casi una idea, un olor, un jodido presentimiento, como el de Santiago Nassar sintiéndose por completo salpicado de cagada de pájaros la mañana del día en que lo iban a matar. No era que me fuesen a matar ni mucho menos. Me refiero a que en Lima por lo menos - ¿quién coño iba a tomarse la molestia de matar a un tipo como yo? -. Pero alguna pastrulada iba a suceder, de eso estaba seguro, porque eran las siete y media de la mañana y yo me había cagado en las enseñanzas del gran H. Olvidé el plátano, lancé la frazada lejos sintiendo como cada partícula de mi cuerpo me maldecía por hacerle semejante putada sólo por un poco de dinero.

Sentado sobre mi cama, cogía una cadenita dorada entre mis manos y me preguntaba cuánto podrían darme por eso. Era el único objeto de valor que había encontrado después de que yo mismo había dejado mi cuarto como si una tribu de rastas hubiese estado buscando en mis cajones la última porción de marihuana que quedaba en el mundo. Entonces me pareció, demonios, no sé como llegué a eso pero pensé o sentí que aquella escena era como uno de esos comerciales de prevención contra las drogas. El desorden, la falta de dinero, la cadenita. Y recordé que en esos comerciales, por lo menos en las que yo había visto, siempre pasaban cosas muy horribles y me puse paranoico. Así que justo antes de salir del cuarto, justo antes de salir me detuve frente al espejo y me dije – Tú no eres un pastrulo como Gonzalo. Además, es sólo una cadenita - y finalmente para darme ánimos prendí la radio y me puse a mover la cabeza mientras me vestía y cantaba aquella vieja canción de Instrucción Cívica:

él siempre dice
la paz ya pasó de moda
tu tu ru
dejemos que tiren la bomba
para ver que pasa
mmm

Cuando salí del cuarto ya ni mi tía ni Sandra estaban en casa. Mi familia se levanta absurdamente temprano porque sus centros de trabajo quedan en el jodido culo de Lima, en extremos diferentes. La casa por la mañana es un verdadero mercado y yo soy el único que no se entera de nada. Sandra, mi prima, trabaja en la sala de emergencias de un hospital. Fue la primera de su promoción y además es muy guapa pero le han dicho que lo primero que hará es levantarse muy temprano y venir a cortar tiritas de gasa y esparadrapo. A mi tía no le va mejor. Trabaja en esa farmacia donde los únicos productos que se venden son jeringas, condones y alguno que otro pañal para un niño cagón. Por alguna razón el dueño de la farmacia del infierno necesita que mi tía esté allí cuando no se han levantado ni los perros.

Cuando se fueron descubrí que mi hermana era la única que quedaba en casa.

- Cynthia – grité. Alzaba la voz porque supuse que estaba durmiendo. –
- ¿Quéeeeee? - respondió. Ya se había levantado y estaba en el baño lavándose las manos. Le gusta mucho lavarse las manos y le da muchas vueltas al jabón hasta que sale un montón de espuma.
- ¿Sabes cuánto puede valer una cadena de oro? – pregunté. Podía escuchar el chorro de agua cayendo sobre sus manos y el jabón girando entre ellas. Nunca paraba.
- ¿Por qué? – preguntó – ¿Acaso vas a comenzar a vender tus cosas? – dijo y lo que en realidad estaba diciendo era “todos ustedes, malditos escritores y drogadictos (para ella ambas palabras venían siendo una especie de sinónimos) tarde o temprano empiezan a vender sus cosas”.
- Sólo una cadenita – dije – ¿sabes cuánto me pueden dar por ella?
- Pues no sé. Pero seguro que no es mucho.
- ¿Cuánto es eso? – pregunté - ¿Me alcanzará para un sándwich?
Se asomó a mi cuarto con las manos todas llenas de espuma. Era verdaderamente espeluznante. - ¿Vas a cambiar una cadena de oro por un sándwich? – preguntó.
- Entonces estás diciendo que vale más que un sándwich – le dije
- Pues claro que vale más que un sándwich, salvaje.
- Entonces no deberías haber dicho que no tenías ni idea – dije
- Bestia - dijo y se fue a seguir lavándose las manos por otro par de minutos.


Mi estómago era como un balde vacío y mientras el ómnibus avanzaba por la ciudad yo iba pensando en lo primero que haría al tener el dinero de la cadena. ¿Cuánto podría ser? Cincuenta, talvez cuarenta soles. Aceptaría veinte. Compraría uno de esos enrollados árabes de carne de cordero y me iría a trabajar. El ómnibus avanzaba rápido pero aún estábamos lejos de Miraflores. Atravesábamos Surco Viejo. No hacía más de una semana que había pasado por allí y había visto a un perro escarbando en la basura. Aquel día pensé “los perros están comiendo vidrio” y luego escribí algo con esa frase y me dije “soy un farsante, yo sé que ese perro no está comiendo vidrios” pero luego pensé “la poesía de algún modo vuelve la mierda menos patética” y terminé el poema. Ahora también había un perro escarbando en la basura pero no sentí que estuviese comiendo vidrio ni mucho menos. En la radio sonaba una canción de los ochentas. Recordaba a H. Toda la música de los ochentas me hacía recordar a H. Men at work, Dire Straits. Pegué la cabeza a la ventana. Money for nothing and the chicks for free. En algún momento había cambiado todo. A H ya no lo veíamos más por casa y yo tenía que vender una cadena para desayunar.

Ahora el ómnibus avanzaba por Av. Larco. Cuando uno escucha música todo el día la ciudad termina pareciéndose a las canciones, días enteros parecidos a una canción. Av. Larco de Frágil. Pensé – El Perú en los años ochenta. Yo era muy niño. Soda Stereo, Los Prisioneros, Charly. - Bajo en Shell por favor – le dije al cobrador. El sol brillaba sobre Miraflores. Todos esos jardines y esos cubos de granito donde la gente se sentaba. La gente parecía siempre más feliz en Miraflores. Llevaba la cadenita en el bolsillo de la casaca. La apretaba con los dedos. ¿Cuánto podrían darme por esta cosa? Era importante no dejarse timar. Tengo cara de bueno – pensaba - pero mi cadena vale algo. Lo sé. No jueguen con Carlito’s Way. Observen mis lentes amarillos. Toquen mi cabello hasta los pies.

Por fin llegué al gran edificio azul. De noche era una discoteca gay y de día la gente vendía y compraba oro. Supongo que no son negocios parecidos pero por lo menos no era como esa iglesia del centro que terminó convertida en un cine porno. Había entrado un par de veces a sacar a Karen del Downtown. Ese era el nombre que tenía el lugar por las noches. No era como que cualquiera te pudiese agarrar el culo. Supongo que era como una discoteca cualquiera a excepción de que habían chicos besando a otros chicos y chicas besando a otras chicas y luego como a las dos de la mañana subían a una especie de escenario unos tipos en bikini con unas margaritas de plástico gigantes y bailaban canciones de Rafaela Carrá y cosas por el estilo. De día sin embargo era un centro comercial abandonado. Cuando entré me di cuenta que sólo uno de los puestos estaba abierto. Un chico de unos dieciocho años con pinta amable me interceptó en la puerta de su negocio. – ¿Quieres vender algo choche? – me preguntó.

- Tengo esta cadena – le dije. No quería mostrársela tan rápido pero cuando me di cuenta ya se la había dado.
- Déjame ver – dijo y comenzó a moverla entre sus dedos.

No regatearía. La verdad no me importaba nada la cadena. Ni siquiera recordaba como había llegado a mi. Tomaría el dinero y atravesaría el parque hasta aquel lugar árabe. Compraría alguna cosa que tuviese cordero y me sentaría a tragar. Luego si sobraba algo cogería un taxi hasta la revista. Tenía que terminar la estúpida crónica de las prostitutas de Río. Cada día le decía a mi editor – Ya tengo doscientas palabras – Voy por las cuatrocientas – Mañana lo tienes en tu escritorio – Ésta es la mejor crónica sobre prostitutas alguna vez escrita – o bien – ¡No me presiones!. Pero la verdad era que sólo tenía un archivo de word de dos kbytes y una frase que decía “Nunca pensé terminar escribiendo cartas de amor para prostitutas…”. Allí acababa mi crónica. Era todo lo que tenía. Ni siquiera podía quejarme porque yo había escogido el tema. Mi editor me había dicho – Ya sé que estás cansado de toda esta mierda política – Exacto – le dije. – Definitivamente lo tuyo no es la política – decía – Ni andar metiendo las narices en la mierda ajena -. Nunca nadie me había entendido mejor. – Pero bueno – dijo – Ya sabes que la revista anda mal. Todos sabemos que la revista está muy mal. No podemos continuar pagándote sólo por traer tu culo hasta acá cada día, por mas puntualmente que lo hagas. – Comprendo – le dije. – Debe haber algo sobre lo que quieras escribir – propuso. Y yo le dije – He vivido en Brasil unos años. Tengo algunas historias. – Te escucho – me dijo. – Pues verá. Allá también hay algunos clubes nocturnos como acá. – y luego agregué - Sólo que en los de allá hay una chica y un chico que lo hacen delante de uno – ¿Hacen qué? – preguntó. Era molesto tener que explicar todo. – Ya sabe, simplemente ellos lo hacen, ahí delante de todos - ¿Ah? – Pues si – dije - y a veces también entre chicas. - ¿Entre chicas? – preguntó. Ya lo tenía salivando. - Ajá – dije – Luego pareció como reaccionar - ¿Y tu ibas a esos clubes? – preguntó. - Todo el tiempo – dije y la verdad era que la única vez que había pisado el lugar estaba demasiado borracho como para enterarme si un par de gorilas se hubiesen puesto cachondos en mis narices. - ¿Y que más pasaba? – preguntó. Estaba como loco. – Pues a veces las chicas se subían a las mesas y bailaban sobre la botella de cerveza, le ponían a uno las nalgas en la cara – (esto ya me lo estaba inventando aunque con seguridad era cierto, con mucha seguridad) – ¿Ah sí? – preguntó emocionado. Ya lo tenía reservando un pasaje para Río. – Claro – dije – Sé lo que le digo, yo iba todo el tiempo. – Cuéntame más – decía. Entonces fue que recordé lo de las cartas y también se lo conté. – De día yo trabajaba en un cybercafé – le dije. Esta era la parte verdadera - ¿Y eso que tiene que ver con las prostitutas? – preguntó un poco desilusionado. – Pues ya sabe, ellas también necesitan usar el internet – le dije – y yo las ayudaba. - ¿Y para qué necesitaban tu ayuda? – Cartas - ¿Cartas? – preguntó - Si. Cartas de amor. - ¿De amor? – Bueno, algo así. Le escribían cartas a los turistas que alguna vez habían estado con ellas y que habían vuelto a sus países. Finlandia, Francia, Inglaterra, todo eso. - ¿Y para qué? – Pues algunas para pedirles dinero, otras para decirles que vuelvan pronto – ¿Y a eso llamas tú una carta de amor? – Pues ya ve, al principio sólo me había limitado a traducir sus cartas al inglés pero luego decidieron pedirme consejos sobre el contenido y comenzamos a redactarlas como cartas de amor. - ¿Ah? – Terminamos escribiendo verdaderos poemas. Literatura de la buena jefe. – ¿No me dirás que te pagaban con besitos? – ¿Cómo cree? Eran verdaderas profesionales – ¿Y estaban buenas? – preguntó. – Pues ya sabe, es como ir a comprar alfombras a Persia. Lo mejor de lo mejor. - ¿Y no te ponías nervioso? – Sólo cuando me cogían las piernas - ¿Te cogían las piernas? – Si, pero allá todo el mundo anda tocándose todo. – Te saldrían unos poemas bárbaros – Sade se me queda corto – dije. – Pues ahorita mismo te pones a escribirme todo lo que me estás contando – dijo. Luego se paró y se fue. Presiento que iba al baño. Antes de cerrar la puerta volteó y me guiñó un ojo – Dos mil palabras para el viernes -

- Esta cadena no vale un carajo – dijo por fin el muchacho estirando el objeto dorado hacia mi.
- ¿Disculpa?
- No sirve, es fantasía
- Pero ahí dice catorce quilates – dije. Había visto claramente las letras en el broche de la cadena. 14 K.
- Catorce quilates de pura mierda – dijo el muchacho. - ¿Ves estas iniciales aquí?
- Las he visto mil veces – dije - dicen 14 K
- 14 K GF
- ¿Y eso que coño significa? – pregunté
- Golfi
- ¿Qué?
- Oro golfi, fantasía, imitación, porquería. – dijo.
Podía sentir mi estómago haciendo un ruido enorme e invadiendo las galerías vacías. Cogí la cadena y examiné las iniciales. Nunca había escuchado de una mierda parecida. Oro golfi. Era lo más horrible que podía haber escuchado. La propia palabra me sonaba falsa. El muchacho me observaba con la cadena en la mano.

- Da lo mismo - le dije por fin - ¿Cuánto me das por esto?
- Te puedo dar cinco soles.
- Los acepto – dije y se la extendí.

El muchacho cogió la cadena entre sus manos y la volvió a examinar. Entonces puso cara de desánimo.

- ¿Ahora qué sucede? – le pregunté.
- La verdad es que no voy a poder venderla ni en cinco soles. - dijo
- ¿Cómo? – ya me estaba volviendo loco
- Mejor regálasela a tu enamorada – dijo.
- No tengo enamorada
- Vaya
- Estoy muy cagado- dije
- Es muy horrible
- Si, las cosas son muy horribles.
- Pero tendrás alguna amiga. Tendrás madre por lo menos.


Cogí la cadena y me largué del lugar. Miraflores no lucía igual. En “La casita” la gente se embutía sándwiches de pollo y tomaba chicha morada. Más allá los niños, los horribles niños, se trepaban a la resbalosa y gritaban salvajemente. Los carros tocaban el claxon. Crucé Larco y agarré la primera combi que iba para mi trabajo. En algún taller mecánico le habían arrancado todos los asientos y al colocarlos nuevamente habían metido una hilera más. Íbamos en posición fetal con las piernas acalambradas. La gente a veces podía ser tan cruel. Avanzábamos por Pardo. Dos filas de árboles al centro de la pista. Lima nunca es horrible cuando uno está por Pardo. Pero el hambre. Una señora gorda estaba sentada justo delante de mi. El hambre no me dejaba pensar. - Un viejo cuento limeño muy famoso sucede en esta avenida - recordé. Una gran pelea entre dos sujetos. Alberto y el Cholo Gálvez. Las patadas y puñetazos comenzaban en las primeras cuadras y terminaban en las últimas ya casi llegando al malecón. Una gran pelea. La combi avanzaba por Pardo y yo iba imaginando la turba mientras miraba por la ventana. Ambas bandas formaban un cuadrilátero móvil alrededor de sus líderes. - ¡Vamos Cholo, éntrale ! El Cholo era grande y recio. – De lejos, de lejos – ¡Sácale la mierda Alberto!. No era la pelea de Alberto. Estaba defendiendo a alguien. La brisa del mar se metía a la combi. El hambre. Al llegar al último óvalo de Pardo la combi entró por Santa Cruz. ¿Cómo se llamaba el cuento, maldita sea?. El cobrador dejó de gritar su ruta por la ventana y metió la cabeza al carro. Estaba despeinado – Choche, donde bajas – me preguntó. Ahora avanzábamos mucho más rápido. Las avenidas de San Isidro eran menos transitadas. – Pershing - dije y metí las manos a los bolsillos, apreté la cadenita. Cada vez que decía Pershing recordaba el cartel de Maidenform. Era lo único que me venía a la mente y era lo único que le venía a la mente a todos los limeños cuando alguien decía Pershing. Fue la mujer más sexy que apareció en calzones alguna vez en las calles de Lima. Al final resultó que ella no había autorizado que la fotografía apareciese en exteriores. Ahora sólo quedaba el cartel metálico vacío y Pershing era una de las calles más tristes de Lima. Desde una cuadra antes vi una de las esquinas del cartel vacío – Bajo – dije mientras me trasladaba a un asiento cercano a la puerta. – Pasaje – dijo el cobrador. No tenía pasaje. No tenía ni un puto cobre en el bolsillo. - ¡Vamos Cholo, éntrale ! ¡Sácale la mierda! El cobrador debía ser idéntico al Cholo Gálvez – pensé. El cuento era de Ribeyro. Sí, pensé, de Ribeyro. Pero cómo mierda se llamaba - Choche – le dije - acabo de darme cuenta que se me ha caído la billetera – ¿Qué? – dijo. Comencé a sudar. El Cholo era grande y estaba muy despeinado de tanto asomarse por la ventana. - ¿Qué dices flaco? – Tenía una cara horrible - ¿Dices que no traes plata? – Oe – dijo gritándole al chofer por encima de mi cabeza – dice que no trae plata. El chofer se alteró – Se me ha caído la billetera –. La gente me miraba. Estaba blanco. Iba a vomitar. – Mira, lo siento mucho, te puedo dar esto – dije – Te puedo dar esto. No supe como pero ya tenía la cadenita sobre la palma de mi mano sudorosa. No había sido mi intención. Me temblaban las piernas. Se lo puse delante de la ñata. - ¿Qué es esto? – la cogió como si nunca hubiese visto algo dorado en su vida y luego se la pasó al chofer que casi se estrella por agarrarla. Toda la gente estaba pendiente del asunto. – Esta mierda es golfi – dijo por fin el chofer y se la devolvió al Cholo. No podía creer que alguien más supiese que existía la palabra golfi – Yo me la quedo - dijo el Cholo - se la puedo dar a la Fanny –. La señora gorda le arranchó la cadena de las manos y la puso nuevamente sobre la mía. – No seas abusivo – le dijo – Se le ha caído la billetera ¿no ves?. El Cholo estaba más despeinado que nunca - ¿Qué le sucede señora? ¿No ve que el me la ha dado? – La señora gorda hizo un puño con mi mano encerrándola entre las suyas. Sentía la cadena entre mis dedos y sus dedos muy blanditos apretando los míos. Toda la gente estaba mirando – Yo te pago el pasaje hijito – era una señora en verdad muy amable. Yo y mi maldita cara de bueno. Que Carlito’s Way ni que huevada - dale esa cadenita a tu enamorada – dijo. Casi se la estrello la cara. El Cholo no lo podía creer. Yo no lo podía creer. – Me bajo – le dije. La señora gorda había sacado un sol de su billetera y se lo ponía al Cholo entre las manos. – Ábrele la puerta - le dijo. Molesto se veía aún más horrible. Cuando estuve abajo le hice adiós a ambos con la mano. La señora también me hizo adiós. El Cholo me hizo un gesto con el dedo.

Crucé la pista y caminé hacia la revista. La sala de redacción quedaba en un tercer piso desde donde podía verse esa horrible réplica de la estatua de la libertad que identificaba aquel antiguo casino llamado New York. Podían haber mandado a derribar esa mierda en vez del cartel de la chica en calzones. Estaba muerto de hambre y ahora tendría que enfrentar de nuevo a mi editor. – Dame hasta las seis de la tarde – esperaba que con eso le bastase - Necesito sólo unas horas más para terminar la crónica. – Toqué el timbre. Sentí como alguien me observaba por la cámara del intercomunicador. Por fin abrieron la reja desde arriba. Subí las escaleras a toda prisa. Esos escalones tan cortitos. Alguien acabaría sacándose la mierda algún día. No saludaría a nadie. Iría hasta mi máquina, terminaría la crónica. Olvidaría el hambre. Dejaría de andar jodiéndole la vida a la fotógrafa de los ojos verdes. Todo ese maldito rollo suyo de Tim Burton y su polo verde con la frase Very Kissable en letras rosadas. ¿Y al fin de todo qué quedaba? Ni una puta línea de mi crónica. Me refiero a que en verdad me gustaba pero ella tenía novio y eso de la camiseta Very Kissable era publicidad engañosa de la más baja calaña. Conectaría mis audífonos a la máquina y el resto del mundo se podía joder. Terminaría esa crónica el día de hoy aunque el mundo entero estuviese formando fila para chupármela.

Antes de dar el segundo paso en la sala de redacción vi que estaban todos allí reunidos en círculo. – Te estábamos esperando – dijo alguien - coge una silla. Estaban absolutamente todos. Supuse que no era una reunión por lo de mi crónica porque Bruno estaba allí y JC y C y K y la otra C y además porque los fotógrafos y la chica de los ojos verdes también estaban allí y hasta la secretaria estaba allí y mi jefe estaba siendo demasiado amable conmigo como para que las cosas estuviesen bien. Era la primera vez en días que me saludaba sin preguntarme por la crónica de las prostitutas. – Las cosas no han estado yendo bien – dijo por fin y se rascó la ceja – Cogí una silla cerca de la chica de los ojos verdes que ahora llevaba una camiseta naranja y unas all star marrones. Fue gracioso como al cabrón no le tomó más de tres frases ponernos en la calle – No ha sido culpa de ustedes – decía – ya saben, la revista era buen material – Lo decía todo sin mirar fijamente a nadie. La gente tenía las barbillas pegadas al pecho y arrancaban papeles o hilos de alfombra dependiendo que era lo que tuviesen cerca. – La revista no sale más – dijo por fin –. Hubo silencio y luego algunas risas nerviosas. Very kissable tenía los ojos un poco rojos y yo pensaba – Ahora ya no tendré que escribir esa horrible crónica de las prostitutas ni tampoco tendré que ver tus ojos verdes y escucharte hablar del joven manos de tijera – Estuve triste al pensarlo pero casi instantáneamente me puse feliz de una manera extraña. Y luego me di cuenta de que casi todos estaban felices de la misma extraña manera que yo. Sabíamos que no era como que hubiesen largado a alguien. Nos habían largado a todos. Estábamos en la calle nuevamente pero éramos un grupo demasiado grande y bueno como para que las cosas estuviesen mal. Al menos eso creíamos. - Nada mejor que estar en la calle - pensé.

La reunión terminó. Teníamos hasta mañana para llevarnos nuestras cosas que eran casi nada salvo por esos pequeños cerdos alados de cartón que todo el mundo tenía sobre el monitor de la computadora. C había aparecido con uno y luego todo el mundo dijo que tambíén quería un chancho alado y mandamos a pedirlos. Los hacía una amiga de C. Chanchos alados. Coño, eso era lo único que faltaba. – Pásame esa hoja – dijo JC y como yo que era quien estaba más cerca a la impresora la cogí. – Es un currículum – dije – Este salvaje ya está imprimiendo curriculums – Hubo risas y luego todos corrieron a sus máquinas y se pusieron a imprimir curriculums. Era una idea inteligente. La impresora no paraba de botar todas esas historias laborales. Me senté frente a mi máquina. Abrí mi currículum y me pareció la cosa más horrible que alguna vez había leído. ¿En qué huevadas había gastado mi vida? Luego abrí uno de mis poemas y me pareció un poco menos asqueroso que mi currículum. Lo mandé a imprimir – ¿De quién es esto? – preguntó alguien sacando un papel de la máquina. – “Los perros están comiendo vidrio” – lo iba diciendo en voz alta - “los pájaros tienen cara de ir a matar a alguien” -. - Malditos pájaros sicarios – gritó M y todos se ríeron. Arranché la hoja de sus manos y entonces sentí que talvez mi poesía era tan estúpida como mi currículum. Estuve sentado frente a la pantalla del google un buen rato sin hacer nada viendo como todos recogían sus papeles de la impresora y guardaban sus chanchos en la mochila. Por fin escribí “Ribeyro, Cholo Gálvez”. Era increíble como esos buscadores podían ayudarle a uno a encontrar un fabricante de bombas atómicas si de veras lo necesitabas. Julio Ramón Ribeyro - El próximo mes me nivelo. Ese era el maldito nombre. ¿En qué rayos habría estado pensando Ribeyro para ponerle aquel nombre al cuento. Era la pastrulada mayor que alguna vez había oído. La frase no tenía absolutamente nada que ver con el noventa y nueve por ciento del cuento. De hecho era una de las cinco líneas finales. Alberto le había ganado la pelea al Cholo Gálvez pero había recibido unas buenas patadas en el estómago. Algo dentro suyo estaba roto. Eso había puesto Ribeyro “Algo dentro suyo estaba roto”. Y luego continuaba. Cuando llegó a casa se arrastró hasta su cama. Intentó coger la jarra de agua sobre la mesa de noche pero sólo alcanzó la libreta de notas donde hacía sus cuentas. “Algo dijo su mamá desde la otra habitación, algo sobre la comida y el horno. – Sí – murmuró Alberto sin soltar la libreta – Si, el próximo mes me nivelo” – Era definitivamente una de las mayores pastruladas de la literatura peruana.

Cogí mis cosas y las metí a mi mochila. La gente ya había comenzado a irse. Algunos estaban cogiendo los correos electrónicos y teléfonos del resto. Supongo que yo no era el único loco por alguien. Me comencé a deprimir nuevamente. El hambre había vuelto. – Haremos una fiesta – dije – Una gran fiesta en mi casa. – pero ya todos se estaban yendo. Luego me acerqué a very kissable y la abracé muy fuerte – Adiós – le dije apretándola. Inmediatamente salí del lugar y supe que no la iba a volver a ver nunca más.

Entonces comencé a caminar. Pensé en la sensación de la mañana y dije – bueno, ya pasó, la bomba cayó y he sobrevivido -. Era invierno y aquella estatua de la libertad continuaba allí cuando crucé la avenida. Miraba hacia el suelo. Estaba seguro que podría encontrar alguna moneda si prestaba mucha atención. Crucé la avenida Javier Prado, Salavarry, Pezet, Pardo, toda la ruta que había hecho de ida en combi. Me parecía casi injusto que no hubiese ni una sola moneda en el suelo. Buscaba en las cabinas telefónicas. Esas máquinas de mierda se han tragado casi un sueldo entero durante toda mi vida. Ahora debían devolverme algo. Mi idea de que nada podía ser tan horrible si uno iba caminando por Pardo ahora me sonaba estúpida. El hambre podía cambiarlo todo como un mal olor en un lugar acogedor. Ya casi estaba en Miraflores. Pude distinguir solo a dos cuadras de distancia aquel ridículo león de metal y la pileta donde Pardo se unía con Larco. El cine Pacífico ya casi estaba a mi derecha. Un tipo delgado y despeinado venía caminando en sentido contrario y movía la cabeza de un lado a otro como si quisiese reconocerme. La luz del sol se colaba entre los enormes árboles y era difícil distinguirnos. La luz solar. Avanzaba lentamente. – ¡Perro! – gritó por fin el sujeto. Los árboles. El cine Pacífico. Miraflores. Era H. El gran H, mi tío. Llevaba unos blue jeans muy viejos y unos lentes oscuros para el sol. Su cabello estaba de un color raro como si se le hubiese incendiado y tenía la piel mas oscura que antes con la textura del pellejo de las lagartijas. No parecía estar yendo a algún lugar – ¿Qué carajo haces por acá? – preguntó. – Lo mismo que tú – le dije – ni mierda. - Se río. - Me acabo de quedar sin empleo y sólo caminaba. - agregué – ¿Y la revista? - Murió - ¿Murió? – Se fue al tacho – No jodas - Nos quedamos callados un momento. - ¿Cómo está tu hermana? – Muy bien mientras tenga un jabón cerca – dije y él se volvió a reír. - No lo veía casi desde hacía un año pero las cosas seguían básicamente igual – ¿Tu tía? – En la farmacia. - ¿Sandra? - Cortando gasa y esparadrapos. Oye ¿dónde rayos has estado? – le pregunté por fin – Hace meses que no sabemos nada de ti – Por ahí – dijo. Eso fue todo lo que dijo aquel día acerca de su paradero. Volvimos a quedarnos callados y mirábamos los árboles como si esperásemos que una paloma se cagase sobre nosotros o que un avión se viniese abajo desde el cielo. Después de un rato yo me animé a decir algo - Justo aquí donde estamos parados… – le dije – Justo aquí… - iba a contarle el cuento de Ribeyro pero al instante no me pareció coherente. Me desanimé – Vamos por ahí – le dije – y nos fuimos por Larco y luego al parque. Pensé - Es realmente horrible que un parque de Lima se llame Parque Kennedy. Podría apostar que en ningún lugar de los Estados Unidos. hay siquiera una plazoleta con el nombre de un inca. Cuando menos a nadie se le había ocurrido poner otra estatua de la libertad aquí.

- ¿Te acuerdas de los ochentas? – pregunté una vez que estuvimos sentados en una banca.
- Uuuuuuuuuuuuuu – dijo H. prolongando la U un buen rato como si los ochentas hubiesen sido veinte años atrás y sólo entonces me di cuenta que de hecho los ochentas habían sido veinte años atrás.
- Me gustaba mucho esa época – dije – Nos la pasábamos bien
- Perro, tú en esa época eras un cachorro – dijo – se podría decir que casi ni existías.
- Aún así, lo recuerdo todo. ACDC. Ese video de los Twisted Sisters donde salían maquillados y con esas horribles pelucas y se ponían a destruir una casa. El departamento en Trujillo, los paseos de los dos por la ciudad.
- Fue lo mejor
- El colegio donde yo estudié la primaria quedaba cerca de tu instituto y siempre te dabas una vuelta. Un día viniste y yo había comprado un pez y lo tenía allí en una bolsa plástica.
- ¿El pez plomo?
- Afuera del colegio los vendían y yo era muy pequeño para distinguir entre un goldfish y la cría de un atún. Realmente estaba emocionado con mi pez. Creo que ni me daba cuenta que era de esos que mi mamá cocinaba.
- Lo descubriste por la tarde cuando el pez se catapultó fuera de la batea donde lo habías dejado.
- Y lo confirmé cuando lo regresé a la tina y la cubrí con la tapa de la panera y el desgraciado se puso a darle de cabezazos.
- Coño
- Lo recuerdo todo – dije - recuerdo tu maldita obsesión con los Hombres G. Probablemente es tu culpa que ahora me gusten a mi todas esas cagadas.
- Jajaja
- Además tú me enseñaste a bailar – le dije – con esa canción de Charly
- ¿Cuál?
- Estoy verdeeeee. No meeee dejan salir. – canté - Ese día que estábamos bailando en la sala también estaba Tito. ¿Qué fue de él?
- Se murió
- ¿En serio?
- Sí - dijo – Cuéntame de qué más te acuerdas.
- De Los Abuelos de la nada, de los Rolling Stones
- Creo que ellos son más antiguos – dijo
- Sí, pero en esa época los oíamos mucho. Tú sobre todo ponías esa canción Angie cincuenta veces seguidas.
- ¿En serio?
- Si. Lo recuerdo porque tenía cuatro o cinco años y creo que fue la primera vez en mi vida que sentí una pena honda y auténtica.
- Mierda. Te cagué la vida.
- También se escuchaba mucho The Police
- Claro – dijo H. - y The Cure
- Indochina
- Te hablo de The Police y The Cure y me sueltas Indochina. No seas loco
- Los Guns ’n’ Roses – dije y el dijo
- ¡Los Thundercats!
- No me jodas. Creí que estábamos con la música –
- Los Thundercats eran rock puro – dijo – tenían unas melenas bárbaras y todos esos palos que agitaban y siempre parecía que estaban muy encabronados con alguien.
- Nunca lo había visto así. Debe ser porque eran gatos ¿no? Los gatos nunca andan muy animados.
- Al que no toleraba era a ese viejo Yaga - dijo
- ¿A que te refieres?
- Coño, me refiero a que cada vez que hablaba con los Thundercats desde el más allá les daba no más de un minuto y luego se desvanecía dejándolos con miles de preguntas.
- Sí es verdad
- A lo que me refiero es - ¿Por qué tanto apuro? ¿Qué coño estaría esperándole en “el más allá”? Era un jodido gato muerto.
- Tienes razón dije. - Se había emocionado con lo de los Thundercats.
- ¿Y qué me dices de ese tal Munra? – continuó. No había quien lo parase – El sujeto andaba arrastrando todas esas vendas como un pordiosero y de pronto se metía a su sarcófago y salía mas duro que un burro. ¿Qué coño podría tener en ese maldito sarcófago para ponerse así?
Me reí. Metí las manos a los bolsillos y sentí nuevamente los fríos eslabones de la cadenita.
- ¡La cadenita! – dije y fue casi como un grito -
- ¿Qué cadenita?
- Ya me acordé
- ¿Qué cosa?
- ¡Es de una de ellas!
- ¿De quién? – H. parecía realmente desconcertado
- De las prostitutas
- ¿De que hablas coño?- preguntó
- Esta cadenita – dije sacándola del bolsillo – Me la regaló una prostituta
- ¿Andas con prostitutas?
- No seas loco
- ¿Entonces?
- Simplemente me la regaló. La había ayudado con algo
- ¿Con qué?
- Olvídalo – le dije – No tiene importancia
- ¿Seguro?
- Si. – dije y luego me cogí la cabeza - Rayos como lo había olvidado.
Puse la cadenita delante de mis narices e hice un péndulo. No podía recordar cuál de ellas me la había dado. En realidad nunca lo había sabido. Por lo general ellas metían dinero a mi bolsillo mientras yo tipeaba sus cartas. Aquella vez cuando encontré la cadenita me emocioné y la guardé en una caja. La había tenido guardada ya un par de años.

- ¿Cuánto crees que me darían por ella? - dije finalmente
- A verla – dijo y yo se la pasé
- Es de oro golfi – le advertí
- ¿Y eso qué coño es?
- Fantasía, imitación.
- Calculo que diez, quince soles – dijo
- Antes me ofrecieron cinco
- Bueno, cinco está bien.
- Pero luego me dijo que no me podía dar ni cinco
- Menos de cinco ya es pendejada
- Vamos entonces a venderla - le dije
- ¿Y qué vas a hacer con la plata?
- Tenemos que darle un buen uso – le dije – ya sabes, supongo que ella querría que le dé un buen uso.
- ¿Cómo qué?
- No sé, tengo hambre
- Yo también - dijo
- Podemos comprarnos un sandwich
- ¿Un sandwich? - preguntó
- Claro, y luego nos lo comemos.
Me quedó mirando con una cara extraña.
- Vamos perro – dijo y nos fuimos caminando por las calles de Miraflores.

Texto agregado el 08-09-2005, y leído por 2525 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
30-03-2006 ... híjole! Creo que soy exacto al leer un cuento, lo leo cuando tengo que leerlo sin que lo sepa. Es excelente, uno pasa por varias sensaciones al leerlo, pero al final de cuentas hay algo muy melancólico que ronda por ahí. ¡Muy buen cuento! Si también me quedé con la duda del poema de los pájaros. Pues perro, un abrazo pues. mercusmevel
04-03-2006 Mierda, esto sí que es excelente. Que gran cuento hiciste flaco, me mandas al carajo si te pregunto q tiene q ver el título con el cuento jaja tipo ryberlo, excelente. derian
21-02-2006 UUUU, cosas difìciles de H, pork H, ahhh, no dirè nada. Si, me gustò, quizàs el alago va en decir que lo leì hasta el final en una pàgina como esta, y bueno, perfectirijillo dirìa el señor Flanders pero como no soy Flanders, sòlo digo: BIEN tiamatvampire
15-01-2006 ah también me quedé pensando si existe ese poema de los pajaros con ganas de ir a matar a alguien y los perros que comen vidrios... marBin
15-01-2006 Perro: MALDITOS PÁJAROS SICARIOS. Abundan genialidades en este cuento. Todavía no me queda claro el significado de "pastrulada"´. Bueno 5* marBin
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