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Mesa para cuatro

To explode or to implode […] that is the question.
Italo Calvino

El correo del día dijo poco, y lo poco que dijo no servía para nada. Cuentas, catálogos, ofertas de cosas inútiles y la postal de un amigo que se encontraba de viaje de negocios en Malasia. El amigo (más de Susana que de J_____) informó que Singapur era una bella ciudad, punto de encuentro de distintas culturas, pero daba la impresión de que lo que verdaderamente quería decirles era que miraran lo bien que lo estaba pasando en su supertrabajo.

Se llevó el manojo de sobres a la boca y los mordió. Antes empezar el ascenso al apartamento, hizo un breve ejercicio de respiraciones profundas para vencer, aunque fuera sólo por unos pocos minutos, el hastío que ya lo tenía al borde de la catatonia. Con el manojo de sobres sujetos entre los dientes, subió las escaleras columpiando el maletín en una mano, deslizando la otra sobre el quitamiedos, hasta llegar jadeando al tercer piso. Sin ganas de encerrarse en el apartamento, se sentó en el rellano y se puso el maletín en el regazo. Entre los sobres de distintos tamaños abrió éste, proveniente de una compañía que ofrecía lotes de cementerio: “Querido J_____, tomando en cuenta tu estilo de vida actual, hemos calculado que fallecerás el 18 de octubre de 2019. ¿No crees que deberías planear desde hoy? ¿No crees que tu familia merece algo más que una montaña de deudas? Por eso Life Beyond & Associates te ofrece la oportunidad de dejar tu sepelio en orden. No queremos que tu esposa Susana ni tus hijos Mario y Julia terminen pagando las deudas que tú has incurrido. La memoria de un ser amado debe ser de recuerdos gratos, ¡no de deudas! Actúa ya. Sinceramente”, firma ilegible y la misiva computadorizada pasó a explicar las dimensiones del lote, las condiciones de pago, etc. En una nota al pie de página se indicaba que los datos personales de J_____ los había proporcionado Umbrella Coverage, su compañía de seguros, cuyo agente, a la hora de venderle la póliza, le había hecho mil preguntas personales. Una de ellas fue que si tenían hijos; bromeando, J_____ le contestó que dos, Mario y Julia, que en realidad eran gatos de nacimiento, convertidos en viajeros improvisados cuando Susana Prego, su madre putativa, los secuestró como parte de su fuga. El agente de seguros le creyó, y con la seriedad de su profesión anotó los dos nombres en la solicitud y pasó a la siguiente pregunta.

Hizo un manojo con los papeles y los rompió por la mitad. Intentó romperlos en cuatro pero no pudo. Los metió dentro del maletín, donde se le unieron a los otros papeles que había roto en días anteriores y en circunstancias similares, y que sin razón clara cargaba en el cartapacios desde hacía semana y media. Suspiró y se levantó penosamente.

Cuando metió la llave en la cerradura, sabía que tendría a Bim, a Bam y a Bum a sus espaldas. Tras haber pasado con ellas dos noches (cada mañana se marchaban con él, cuando salía al trabajo), reconocía algunas de sus costumbres, y había concluido que el ruido metálico que hacían la llave y la cerradura era lo que las conjuraba, como que si al abrir la puerta del apartamento también abría una en otro lado. Cualquiera que no tuviera el corazón tan apretado como lo tenía J_____ ya habría salido corriendo, o por lo menos habría buscado a un amigo íntimo para contarle que las tres últimas tardes, a la vuelta del trabajo, se había encontrado con tres refulgentes esferas voladoras esperándolo suspendidas en el aire frente a la puerta de su casa; ¡ah! y que también había pasado las noches con ellas. A poca distancia de él, efectuaban su acostumbrado análisis inicial. Sedosas y fluorescentes, dos de ellas eran amarillas (Bim, Bum) y la otra, anaranjada (Bam). Alzó la mano y quiso tocarlas pero las tres volaron ágilmente en distintas direcciones y después de un par de vueltas rápidas, coordinadas, se agruparon en la esquina, donde el techo y las paredes se encontraban. Parecía que las tres querían estar en contacto directo con el mismo pedazo de pared y forcejeaban juguetonamente, vibrando levemente, casi zumbando o ronroneando, como tres gatitas empecinadas en sacar algo que está debajo del sofá. La intensidad de su color variaba de acuerdo a su esfuerzo y J____ volvió a constatar que la forma en que se rozaban y se montaban juguetonamente una encima de otra las hacía viejas amigas o hermanas o cómplices, y que definitivamente estaban acostumbradas a estar juntas.

—Vamos, niñas —dijo, abriendo completamente la puerta y extendiendo el brazo—. Pasen.

Las tres dejaron de vibrar al mismo tiempo y se alinearon horizontalmente, Bam hacia la izquierda.

J_____ no estaba seguro si era que conferían o estaban midiendo la cantidad de confianza que tenían disponible ese día, pero al cabo de unos segundos volvió a invitarlas a pasar. Curiosa irredenta, Bim (un poco más grande que Bum, y aventurera) se lanzó al vacío y pasó como un chispazo frente a sus ojos; la siguió Bum y por último entró Bam, obvia líder del trío por su color naranja oscuro y su entrada ceremoniosa y lenta.

J_____, con su recién adquirida parsimonia, cerró la puerta tras ellas. No quiso encender las luces; así podía verlas mejor mientras revoloteaban y husmeaban por el apartamento. Tras su vuelo dejaban una estela de luz que se desintegraba en una breve lluvia de partículas luminosas. Siguiendo con la mirada la trayectoria que trazaban, J_____ tiró el maletín en cualquier lugar y a oscuras se sacó la chaqueta, deshizo el nudo de la corbata, se quitó la camisa, los pantalones y los calzoncillos, y quedó desnudo con sólo los calcetines y los zapatos puestos. En la oscuridad de su cuarto de cortinas corridas se puso los pantalones cortos y se metió lo mejor que pudo en la camiseta que se había puesto cuatro noches seguidas. No recordaba dónde había dejado las pantuflas; en el desorden de su apatía ya no lograba encontrar nada. Las buscó a tientas debajo de la cama, en el baño, en el clóset, entre el montón de ropa sucia, mientras Bum y Bim lo seguían a todas partes. Las encontró entre los almohadones del sofá, refundidas dentro de una caja de cereal, algo que no recordaba haber hecho. Se sentó distraídamente en el sofá pero se levantó de un salto (sin grito) porque sintió una descarga eléctrica en el trasero, y debajo de él salió Bam como luciérnaga asustada. Bum y Bim llegaron de distintas direcciones, rodearon a Bam y giraron como electrones a su alrededor, cerciorándose de que estuviera bien. Las debió haber dado un buen susto porque vibraban afanosamente; de alguna manera parecían estar lamiéndose mutuamente, aumentando y disminuyendo su intensidad luminosa en un jadeo cromático.

—Discúlpenme —dijo J_____ verdaderamente conmovido por la hermosa historia de apoyo filial que habían formado en el aire—. No fue mi intención. Mil disculpas.

Respondieron acercándosele cautelosamente. J_____ se puso las pantuflas y se recostó en el sofá a esperarlas. Las dos noches anteriores también había intentado atraerlas, sin resultado. Esta vez no las llamaría; si era necesario, dejaría de respirar para no asustarlas. El silencio y la oscuridad amplificaban la presencia de las pelotas, que, suspendidas en medio de la sala, se habían organizado en un círculo ovalado, en una forma de suaves contornos luminosos, que era lo que precisamente les otorgaba el temperamento que reconocía como femenino, de niñas o gatas, y que le recordaban tanto a Susana cuando lograba superar su tristeza habitual. De pronto, sin que J_____ hiciera algo distinto a las dos noches anteriores, se separaron y volaron a distintas esquinas del cuarto. En un movimiento sincronizado pero de velocidades e intensidades distintas, las tres se descolgaron y desplegaron una simple canción de líneas luminosas, una parca lluvia de tres gotas de luz que, con sus respectivas estelas, hacían y deshacían nudos fosforescentes y se aproximaban en lentos vaivenes a J_____, que las esperaba boquiabierto. Se detuvieron justo encima de sus ojos, y al compás de un vals mudo danzaron y formaron lo que parecían ser números o letras, incluso combinaciones de ambos, cada una contribuyendo su parte al contenido del ritmo hermético que las hacía moverse en esos vaivenes tan tranquilos. No sólo eso: el baile les había modificado la constitución; ya no eran translúcidas sino que habían cambiado a un estado viscoso, de luminosidad pura, y la paleta de colores se había ampliado. Siempre de tonos profundos, pasaron del amarillo al verde al azul al violeta y al rojo, pero nunca llegando a ser más oscuras que el marrón.

Más que terminar, la danza se deshizo. Bim y Bum bajaron hacia el lado derecho del cuerpo de J_____ y Bam tomó el izquierdo. Con toda la calma del mundo lo recorrieron de pies a cabeza, deteniéndose cada tanto para verificar un olor, quizás un recuerdo, sus cuerpos redondos parpadeando luz como si fuesen bombillos defectuosos. En esas pausas, J_____ lograba sentir la presencia eléctrica en su piel, y a veces sentía pequeñas descargas en lugares muy específicos de la epidermis, como si Bum o Bam, con un periscopio de luz, estuvieran sondeando un poro en particular. Casi cuando llegaban a los pies, J_____ se quitó las pantuflas, pero sólo Bim quiso quedarse a jugar con los dedos. Bam subió y se posó en la mano abierta de J_____ y Bum se puso a jugar con el pelo, entrando y saliendo de él como una niña saltando sobre un montón de luz. En realidad no pesaban casi nada; si cerraba los ojos, era difícil sentirlas.

—Aquí —dijo, alzando lentamente la mano donde Bam reposaba con colores sosegados, y las llamó como si fueran gatos. Lentamente, desafiando la gravedad, Bum se posó después de Bim y las tres se amontonaron en la palma abierta. Acurrucadas de esa manera, tranquilas, ronroneando, sí le parecieron gatas.

Por fin lograba verlas detenidamente. En efecto, eran de luz pura, y de su centro, que era más denso que el resto del cuerpo, emanaba una maraña de rayos finísimos, dándoles esa apariencia de dandelión o de pelusa electrónica. Si dejaba de respirar y se concentraba, lograba escuchar el tenue zumbido eléctrico, similar al motor del monito cimbalero que Susana tenía en el cuarto (sin los címbalos, claro está) y que también se había llevado. Al terminar ese pensamiento, cerró la mano, primero lenta y después súbitamente; las tres se le escabulleron por entre los dedos y volaron, J_____ diría que casi jugando, hacia el cielo raso y ahí se quedaron, quietas, confiriendo, ronroneando gustosas, flotando en un charco de luz tan transparente como el agua. Bam creció de tamaño y tomó la iniciativa de la conversación, algo así como la hermana mayor que aconseja a sus hermanas menores.

Tras un intercambio de colores inusualmente brillantes, llegaron a una decisión y se lanzaron a toda velocidad al vacío. Las tres se le metieron debajo de la camiseta, surcaron por vértebras y costillas y le hicieron cosquillas mediante leves descargas eléctricas. Riéndose a carcajadas, J_____ trató inútilmente de sacárselas; se revolcó en el sofá, pataleó, brincó, intentó quitarse la camiseta, los ojos se le llenaron de lágrimas, cayó de rodillas como un suplicante arrepentido. Salieron disparadas por el cuello de la camiseta, dieron una vuelta rapidísima por la sala y después de trazar dos o tres complicados lazos, más que nada como elemento de distracción, se alinearon y volaron raudas, una detrás de la otra, como las chispas de un dínamo, y se le introdujeron por la nariz. La sensación inicial fueron unas ganas enormes de estornudar. El estornudo nunca llegó, dejándole el cuerpo en un limbo respiratorio. J_____ perdió el control de sus movimientos y volvió a caer tumbado en el sofá. Como enhebradas por un hilo de luz, las sintió bajar por el esófago hacia el estómago, donde se detuvieron a examinar los restos del arroz chino que había comido al almuerzo. El hilo de luz le recorrió los intestinos, le rozó la uretra y en una especie de ósmosis traspasó sus paredes y examinó el hígado, donde reconoció la afición que su dueño tenía por el ron con Coca-Cola; pasó por el páncreas, y del bazo saltó a los pulmones, donde pareció contar todos y cada uno de los cigarrillos que se había fumado hasta que dejó de fumar, dos años atrás.

El trencillo de luz se comportaba como un electrodo que no sólo acumulaba información de todo lo que tocaba, sino que en su recorrido también dejaba un rastro de calor. J_____ empezó a sudar; a pesar de que el apartamento estaba completamente a oscuras y afuera hacía frío, dentro de él todo era sol y calor, una isla arenosa, remota, en la que se escuchaba el reventar de olas pero no había playa ni palmeras, sólo la inmensa oscuridad que yacía extensa y negra más allá de su contorno de fósforo. El gusano de luz llegó al seno frontal y se quedó ahí un momento, generando calor y escozor. Sudando, sentado en el borde del sofá, rascándose frenéticamente la frente, J_____ por fin estornudó y Bam, Bim y Bum, expulsadas violentamente en un chorro de saliva y moco luminosos, rodaron por el suelo como canicas de felpa. Chocaron contra la pared y rebotaron desordenadamente, pero inmediatamente se elevaron en un ágil vuelo vertical. En el ascenso se alinearon horizontalmente y prepararon la nueva embestida.

Esta vez fueron directamente a los pies; descolgándose con una agilidad sorprendente, se introdujeron en las pantuflas, recorrieron repetidamente las plantas, volaron entre los espacios interdigitales y con sus descargas eléctricas estimularon la suave piel de las yemas de los dedos, subyugando a J_____ a punta de cosquillas. Pero sus carcajadas no sólo eran de placer, en ellas también había una buena dosis de incomodidad, quizás dolor, como si con las cosquillas y las descargas eléctricas Bum, Bim y Bam estuvieran enseñándole una lección muy importante. Y aunque J_____, difícil de escarmentar, resistió hasta donde pudo, terminó revolcándose en el suelo mientras se palmoteaba los pies y reía como un demente.

El teléfono sonó en lo que se retorcía y luchaba por quitárselas de encima. Los cuatro se paralizaron al mismo tiempo. Bim, Bum y Bam salieron volando, trazando entre el aparato y J_____ un haz de tres hebras luminosas, que se disipó a los pocos segundos. Volvieron al teléfono y revolotearon lentamente a su alrededor, como si bailaran un perezoso tom-tom al ritmo de los repiques. Eran una pequeña ola en movimiento, tres gotas de luz cambiando constantemente de forma. Agitadas, volaron hacia J_____, regresaron al teléfono y de regreso nuevamente a J_____, dejando tras ellas otra estela, ésta más duradera que la anterior, como si le estuvieran indicando el camino.

J_____ levantó el auricular.

—Hola, precioso —dijo la voz masculina al otro lado, en inglés—. Ya sabes a quién estoy buscando.

Bim, Bum y Bam se pegaron al auricular para escuchar mejor.

—No, ella no se encuentra en este momento —dijo J_____ secamente—. ¿Algún recado?

—No me mientas, querido —dijo la voz, endureciendo el tono. Bum, Bim y Bam formaron una línea recta, tensa, casi como un signo de exclamación. J_____ les indicó con la mano que se calmaran; todos sabían que era el imbécil de siempre.

—No tengo por qué mentirle —dijo él—. Susana no está. Óigame, ¿cuánto tiempo más vamos a continuar con esta bromita?

—El tiempo que sea necesario —dijo la voz, riendo—. Lo que sí te diré es que hoy volví a verla. En la lavandería. Charlamos de tantas cosas, y nos burlamos de tus calzoncillos sucios. Es muy hermosa, ¿sabes?

—Me parece que se ha vuelto equivocar de número —dijo J_____ con desesperanza, pero era porque en estas situaciones siempre hablaba así.
Las tres saltaron emocionadas, y su sobresalto fue algo así como una palabra de aliento.

—773-3642 —escupió lentamente la otra voz—. Ése es el número que me dio ella, te lo he dicho varias veces. Anda, sé un buen chico y llámala porque quiero susurrarle cosas al oído.

J_____ no dijo nada.

—Vamos —dijo la voz, esta vez con dulzura—. No tienes por qué estar celoso. Sólo quiero conversar con ella.

Bim, Bum y Bam vibraron en línea horizontal, cambiaron a tonos más cálidos y se inflaron como peces-globo.

—Está soñando —dijo J_____.

—Eres un reverendo idiota —dijo la voz—. Pero no importa, llamaré luego, cuando Susana haya regresado. Algún día tendrá que regresar, ¿no te parece?

—Llame cuando quiera —contestó J_____—. Pero me parece que ella no va a regresar —y colgó bruscamente el teléfono.

Apenas lo hizo, Bam, Bim y Bum arremetieron contra el auricular, como queriendo golpear al intruso, y a J_____ le pareció que después se pusieron a discutir acaloradamente, al parecer sin decidirse qué hacer. Pero al verlo tan callado, las tres hicieron piruetas frente a sus ojos, tratando de sacarlo del hoyo mental en que se había metido.

—Lo siento —dijo—. No puedo evitarlo.

Mientras las tres revoloteaban agitadamente a su alrededor, J_____ agarró cualquier taza del lavaplatos, se sirvió un pucho del café del día anterior (o de dos o tres días antes, ya no sabía), se sentó a la mesa del comedor y por enésima vez vio hacia la pared donde, aun en la oscuridad, lograba discernir la carta que Susana le había dejado sobre la cama antes de escaparse al aeropuerto y que él, a forma de tributo herido, había pegado ahí y la utilizaba como tablero de dardos todas las tardes, cuando regresaba del trabajo. La recitó de memoria:

—“Amor mío: Anoche soñé con arlequines y saltimbanquis. Se supone que esos señores sean alegres y ágiles, pero en el sueño no saltaban ni hacían piruetas. Permanecían de pie, inmóviles, con el paisaje desnudo de fondo, sus caras congeladas por la nostalgia, la tristeza ahogando sus ojos sin pupila. Unas mujeres daban pecho mientras se miraban en unos enormes espejos, pero no miraban su reflejo sino el de los hombres, y por eso ellas también estaban sumergidas en la nostalgia. Una llovizna azul descendía sobre todo, hasta la luna llena era azul”.

—¿Qué les parece? —preguntó después de zafar dos dardos del papel. Dio tres pasos hacia atrás. Desde el otro lado del comedor lanzó un dardo y después otro. Escuchó que el primero fue a rebotar contra el vidrio de un cuadro y cayó al suelo, y el segundo se perdió sin llegar a su destino, quizás al fondo de la cocina.

Como bajo por orden común, Bim, Bum y Bam dejaron de flotar sin objetivo claro y se posaron seriamente sobre la carta en la pared. Una tras otra leyeron cada oración, de vez en cuando deteniéndose en ciertas palabras, que por su posición, J_____ sabía exactamente cuáles eran: “tristeza”, “nostalgia”, “espejos”, cambiando no sólo de tono sino de color: de azul a verde a morado a magenta: intercambiaban información.

—Linda carta, ¿no? —les preguntó una vez que hubieron terminado y descansaban formando una pirámide que flotaba absurdamente justo encima del papel agujereado—. Tan clara como el agua turbia.

Fue uno de esos momentos incómodos, y a ellas les tomó un par de minutos decidir cómo reaccionar. Bum fue la primera en descolgarse y terminó descansando sobre la frente de J_____. J_____ pensó que le soltaría una descarga eléctrica y psicoanalítica o algo parecido pero no, se quedó quieta y optó por acariciar lo que él estaba pensando en ese momento, sin importar que fuera bueno o malo. En ese instante de sosiego, Bum le recordó a J_____ ciertos eventos de su infancia. Luego se le unieron Bim y Bam, y entre las tres, con pocas palabras y mucha intención, fundieron memoria, razón y corazón. Doblegaron las defensas oscuras del odio y el despecho, e inyectaron un chorro de luz. Con los pulmones llenos, J____ expectoró, y su tos, extrañamente mentolada, fue un resplandor que reverberó en las paredes del apartamento, en la carta agujereada y en las decenas de respuestas sin enviar que yacían esparcidas por toda la sala. En ese temblor luminoso brillaron las botellas vacías y los cuadros torcidos, las páginas de los libros que ya no se sabía si estaban a medio empezar o a medio terminar. Otra luz amarilla y anaranjada, optimista e inoportuna, quiso que se entreabriera una sonrisa y que las voces femeniles que se escuchaban entonaran su canto para forzar el cerrojo de la caja donde J_____ había encerrado las buenas costumbres y las ganas de reír.

—¡Fuera! —gritó J_____, deshaciéndose de tanto optimismo de un manotazo.

—¿Quieren saber lo que verdaderamente pienso? —preguntó impaciente, sonriendo malicioso, dirigiéndose a la cocina, accionando el switch al momento en que entraba.

Por el rabillo del ojo vio que las tres alcahuetas se sobresaltaron en una especie de falta de coordinación. La luz competía con ellas, tal y como había anticipado. La apagó, quizá por consideración, quizás porque la oscuridad reflejaba su verdadero estado de ánimo. A oscuras, de encima de la refrigeradora bajó la quesera con su campana de cristal. Dentro de ella estaba el innegable pedazo de carne, el que se habrían comido esa noche si Susana no se hubiese fugado. Pero como el sueño de la carne asada no llegó a realizarse, quedó varios días expuesta, cruda, a la influencia totalizante del desprecio, y ahora las larvas de los huevos que las moscas depositaron se contorsionaban en una danza putrefacta de pólipos blanquecinos.

—Ahí lo tienen —dijo J_____, casi gritando—. Nuestro amor —y puso la quesera sobre la repisa.

Poco acostumbradas a ese grado de elocuencia, Bam, Bum y Bim se acercaron cautelosamente y revolotearon alrededor de la campana, poniendo cuidado de no tocarla. A veces Bim flotaba justo encima del cristal, como si estuviera viendo el grosero espectáculo con cierto detenimiento. En una de esas ocasiones, cuando Bim estaba en lo más profundo de su concentración, J_____, sin saber exactamente por qué, alzó la campana y la atrapó dentro de la quesera. La maniobra fue tan rápida que el olor a podredumbre ni siquiera llegó a sentirse. A Bim le tomó varios segundos percatarse de lo que estaba sucediendo. Bum y Bam llegaron inmediatamente a su rescate, golpeando el cristal y soltando pequeñas descargas eléctricas que hacían que el cristal tronara levemente. Sin pensarla dos veces, se volcaron contra J_____ y lo atacaron, obligándolo con sus aguijones eléctricos a que retrocediera y saliera de la cocina.

Sobándose el brazo, J_____ se sentó al otro lado de la mesa del comedor y desde ahí las observó. En la parte exterior de la campana, Bum y Bam se habían posado encima de Bim, que desde dentro había volado a su encuentro. Formando un solo punto incandescente en ambos lados del vidrio, las tres juntas comenzaron a vibrar y a cambiar de amarillo a rojo a rojo intenso. A los pocos segundos, las larvas comenzaron a hervir y a contorsionarse, y de una en una estallaron como palomitas de maíz purulentas, salpicando su líquido blanquecino en el interior de la campana. La carne comenzó a echar humo, como si estuviera cocinándose en un horno de microondas. J_____ apenas tuvo tiempo de cubrirse el rostro cuando la campana estalló en mil pedazos y Bim, Bam y Bum salieron volando, rapidísimas, y se escaparon por el vidrio de la puerta trasera —rompiéndolo también— mientras que el apartamento se llenaba de ese olor nauseabundo a carne podrida, chamuscada, y él volvía a sumergirse en su vileza, donde nada es nada y la vida se revuelca en un charco viscoso de vidrios rotos, clavos doblados y sanguaza.

Texto agregado el 12-09-2005, y leído por 127 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-09-2005 Un texto notable, apropiado para mente fértiles y preparadas.***** LAPLUMA
12-09-2005 Creo que es un texto para leer y releer varias veces, con una construcción inmaculada y un cinismo que hace reir al lector y no permite que el cuento se descompresione por la magnitud que se plantea en alguna de sus ideas. Ingeniosa manera de tratar un tema tan viejo y tan vigente al mismo tiempo, como es el amor ó el desamor, o la depauperación en que quedamos cuando nos sentimos alguna vez, engañados, abandonados o traicionados por alguien a quien amamos. ha sido gato leerte. mis cinco estrellas para usted. felicidades. Monje
 
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