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Volteé la esquina, esquivando los agujeros de la vereda cuarteada y los montones de bolsas de basura, todavía sin recoger, de la calle. Con mi pequeña mochila de viaje en los hombros y la ilusión de una nueva etapa en mi relación con Quwi, me encaminé por la estrecha entrada de la humilde quinta, abrí la puerta haciendo girar la perilla oxidada, un crujido algo incomodo me dio la bienvenida, dejé la mochila en la cama recién comprada, y miré el techo percibiendo en las manchas de humedad escenas de mi historia cercana. Esa ancha y corta, es la laguna que visité junto a ella el mes de septiembre, recordé el sol esplendoroso y la fresca brisa acariciando su piel de melocotón, se sonreía de la forma que sólo ella sabe hacerlo, alegre y nostálgica a la vez. Por más que intento no recuerdo porqué lloramos, primero ella y después yo, seguramente fue solo el hastió de vivir, en mi caso; lo de Quwi no lo sé. En la otra larga y delgada está el camino que recorrimos juntos, en busca de aquel pueblo que en realidad nunca conocimos, llegamos de noche y teníamos que regresar en la mañana, será en otra oportunidad dijiste.

Suena el timbre, me paró y voy abrir. Es un tipo pequeño, sonriente y de ojos vivaces.

Hola, son nuevos vecinos ¿verdad?- dice con un tono que linda con la afirmación.

Ayer los vi mudarse, sólo los quería saludar a usted y a su esposa- Agrega.

Muchas gracias, pero no somos casados. Le pasaré el saludo a ella, es usted amable- digo en forma esforzadamente cortés, pero que resulta, más bien, cortante.

Bueno, no lo distraigo más, seguramente tiene muchas cosas que hacer- dice y se marcha.

El diminuto visitante tiene razón, tengo tareas pendientes. Desempaco mi mochila y las cajas de la mudanza, conecto la cocina al balón de gas, y trato de reparar la cañería del baño. Salgo a comprar algunos víveres, todavía tengo tiempo de cocinar antes que Quwi llegue, su actual trabajo la retiene hasta muy tarde.

Escuchó la puerta abrirse, definitivamente ese crujido es insoportable, lo tendré que arreglar.

Hola amor, la verdad que es difícil tener que trabajar los fines de semana, ahora comprendo tu mal humor las veces que tú tuviste que trabajar esos días- es su forma de saludarme siempre más extensa de lo habitual.

Prende la radio, alza el volumen; así es ella alegre y divertida como una cumbia.

- ¿Vamos a bailar hoy?

No puedo, estoy cansado- miento y Quwi lo sabe, no me gusta bailar, que se hace, así soy opaco y triste como un rock deprimente.

Dejo lo que hago y voy a buscarla, la miro a los ojos y se sonríe, no lo puedo creer, estamos los dos en este tiempo y en este espacio, que no es mío, ni suyo, es nuestro; es un nido, del que espero nunca volar.

Texto agregado el 14-09-2005, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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