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Inicio / Cuenteros Locales / SicFaciuntOmnes / Retrato de una pareja en un restaurante

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La sensación de hallarme irremediablemente perdido, empapado y hambriento me forzó a entrar a un restaurante de comidas rápidas cuyo nombre no recordaría si lo intentara. Pasé a través de un laberinto de gente y mesas que eran más viejas que yo, hasta encontrar un sitio donde sentarme a escurrir.

El restaurante tenía algo a su favor: estaba muy mal iluminado. Los rostros de los comensales quedaban transformados en una expresión siniestra y algunos de ellos lo notaban, haciendo muecas a quienes los acompañaban. La mesa que estaba viendo se hallaba ocupada por una pareja de expresión seria. Esa mesa sí estaba bien iluminada, como si el mundo se hubiese confabulado en su contra para hacer que la reunión quedase bajo las candilejas, haciendo de su intimidad un espectáculo.

Desde mi mesa puedo ver a esta pareja que come y charla, pero no puedo escuchar lo que dicen por más que trato de separar los sonidos de las conversaciones de las mesas aledañas. No obtengo más que un retrato de sus actitudes, carente de voces, pero lleno de ese algo que no se pronuncia de parte de ninguno de los dos mientras habla.

Ella habla rápido, mordiéndose accidentalmente el labio inferior, esperando que su joven interlocutor no lo note. Y en efecto, su interlocutor no lo nota, porque sus ojos parecen estar viendo el infinito, o en su defecto, un punto que parece estar justamente detrás de la cabeza de ella. Cada cierto tiempo, casi predecible, él realiza un asentimiento, seguramente acompañado de algo como "Veo", "Ajá", "Sigue", "Entonces" y algo que imagino que debe ser un "¿En serio?".

La comida les es servida, y él toma de inmediato un tenedor sin darse cuenta de la mano que ella trata de tenderle. La mesera, una señora de mediana edad pasa a mi lado sin prestarme importancia. Una gota de agua desciende por mi nariz, lo aparto con mi dedo.

La mujer toma un sorbo de su vaso de agua y sonríe un poco, temiendo haber llegado a aburrirlo con su conversación. Puedo ver como sus dedos tamborilean con nerviosismo sobre sus piernas. Veo también la forma en que él trata de ver la hora sin que ella se dé cuenta. Sin éxito.

Ante el terrible descubrimiento ella deja de hablar. Trata de tomar otro sorbo de agua con algo de dignidad y cierra los ojos al beber, su mano izquierda está empuñada debajo de la mesa. Su acompañante toma la iniciativa de romper ese silencio incómodo, tratando de ser amable y sonreír, diciendo algo gracioso, hasta que ella vuelve a participar en la conversación.

La mesera interrumpe mi labor de espionaje al tenderme la carta laminada del restaurante. Pido lo que quiero, le digo que tengo prisa y mucha hambre, ella sonríe esa sonrisa falsa que predomina en la gente que atiende al público en Bogotá. Me dice que no se demora nada.

La charla toma matices interesantes un rato después. Mientras dejé de observarlos, el rumbo de su conversación parece haber cambiado por completo.

Entre otras cosas, es él quién luce nervioso ahora. Se pasa las manos por el cabello mientras ella le habla y de vez en cuando se nota un temblor en sus manos, que evidencia lo cerca que puede estar ella (o él mismo) de decir algo que perturbe la escena.

La escena, a pesar de todos aquellos detalles que parecen cambiar de posición y estado, no se altera. Las sonrisas calculadas, las miradas favoritas, el acercamiento y alejamiento de los cuerpos de ambos revelan que un proceso está llevándose a cabo, uno bastante torpe.

La extensa espera me fue castigada con un vaso de coca-cola tibia, con una servilleta mal amarrada a su alrededor, un detalle pretencioso de alguien que preferiría tener un bar a un restaurante.

La pareja continúa su juego de insinuaciones y miradas pobremente actuadas. La lluvia cesa y el ruido que viene del mundo exterior rompe toda la atmósfera que estaba aprovechándose en esa mesa. Sus expresiones adquieren un tono menos irreal. Vuelven a ser solo una pareja común y corriente que come en una mesa, no hay nada especial en ellos a los ojos de este observador.

El plato que llegó a mi mesa estaba compuesto por una tira delgada de carne frita muy fría y quemada, acompañada por una ensalada de lechuga de un repugnante color blancuzco, a su vez adornada con una rodaja de tomate arrugado que tendría mucho valor estético si fuese pintada en una naturaleza muerta, enmarcada y colgada, no como parte de mi cena. Las papas no sabían mal, al menos no en comparación con el resto de la comida.

Pido la cuenta, mientras esta pareja, sentada en esta mesa de mantel verde, adornada con un florero delgado y un mechero metálico, regresa progresivamente a un silencio privado a pesar del ruido del tráfico que se hace intolerable cuando el atardecer de un día nublado anuncia su llegada.


Texto agregado el 16-09-2005, y leído por 152 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-10-2005 Vaya, es todo un cuento vouyeur. Sin querer queriendo me has adentrado en esas escenas de la vida-ficción-real que esta en continuo cambio y movimiento y que, como con una videocámara han quedado registradas. Con las palabras de este texto ha quedado inmortalizado, de una forma muy buena, esos pequeños momentos, adornados con su estilo muy propio. Akeronte
17-09-2005 Muy buena narración. Interesante cómo la pareja pasa de ser especial o interesante a ser una más. Phoenix
 
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