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Inicio / Cuenteros Locales / panverde / El Cocinero de Dios Y el Grano de Arroz Celestial

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Entre todos los habitantes del cielo y ayudantes de Dios, existía uno que estaba encargado de la cocina celestial, este ser se encargaba de mantener en la mesa de su señor, los más exquisitos platos de comida jamás preparados.
Paso que un día, a Dios se le dio por caminar por todos los rincones de su cielo, fue así como hallo aquel recóndito rincón de la cocina, mientras observaba su preparación y probaba algunos de sus futuros platos de comida, algún sabor le hizo entrar en meditación sobre sus hijos humanos, pensaba en porque habían olvidado del amor genuino, su amistad incondicional y hasta de la paciencia espiritual. Caminaba hundido en sus propios pensamientos de un lado a otro de la cocina con sus manos en los bolsillos, repentinamente da un alarido, y grita entre dientes: desearía crear un nuevo tipo de ser humano; fue así como sin proponérselo, creo un polvo mágico entre sus puños y al sentir su picazón, saco sus puños rápidamente de sus bolsillos y al abrir sus manos rego por todos lados aquel polvillo mágico y brillante como escarcha, incluso sobre unos granos de arroz que se cocían.
Nadie presto mucha atención a esto, pues se trataba de Dios, y la verdad ya no había tiempo para cocinar mas arroz. Así se sirvió la ración del arroz celestial, que por alguna extraña razón hoy tenía un sabor aún más exquisito que de costumbre, pero ese brillo particular de algunos de los granos no le era de mucho agrado a Dios, por lo que intento separar a un lado los que parecían brillantes, pero uno de esos granos cayó al suelo suave y esponjoso, rebotando extrañamente sobre este, quizás era una particularidad dada por el polvo mágico. Brincaba de aquí para allá y allá para acá, hasta que logro filtrarse por una grieta en el cielo, por la que cayó hasta el duro suelo de tierra.
Paso un dia completo estuvo bajo el sol y la humedad de la noche, pasando las horas, de aquel mágico grano de arroz empezó a germinar una desnuda, delgada y hermosa alma femenina, su piel era casi tan blanca como la del grano de la que había surgido, se arropo con pétalos y hojas que eran arrastrados por el viento. Empezó así su caminata por estas tierras extrañas y descocidas a su esencia, camino durante horas adentrándose más y más en aquel bosque, preguntándose un millar de cosas que eran totalmente nuevas para ella.
Se iba haciendo de noche, y ella se había tardado en hallar un refugio, cuando en las cercanías observo una luz como de antorcha, y noto a un hombre altísimo y grueso, con una vestidura tan blanca y lucida como las nubes del cielo, que cargaba en su otra mano un pequeño saco, se agachaba cerca a las rices de un árbol y parecía hacer un hoyo con su dedo, metía su mano en el pequeño saco y sacaba algo entre sus dedos, lo echaba en aquel pequeño hoyo y le tapaba, así mismo hacía entre las raíces del siguiente árbol y luego del siguiente. Ella se quedó inmóvil, solo observaba con evidente interés lo que hacia aquel hombre, de pronto noto lo cerca que estaba este ya de ella, reacciono e intento gritarle que qué hacia allí, pero él ya le observaba y le sonreía.
- Eres más hermosa, radiante, amable, ingenua y única de lo que te ves desde el cielo
- ¿Cómo así?, ¿usted me conoce?, ¿Qué es el cielo?, ¿Qué es eso que saca de su saco y echa entre estas cosas grandísimas que llaman arboles?
Aquel hombre, le sonreía a un más, satisfecho por la variedad de preguntas y curiosidad de esta alma, se agacho y coloco su mano en el suelo, indicándole que se subiera a ella, cosa a la que ella accedió, él le acerco un poco más a su rostro mientras le explicaba lo que él hacía a esas horas y en ese lugar.
- Yo mi querida alma, soy el cocinero de Dios, el creador de todo lo que vez y no vez pero sientes, aquel que vive allá arriba en el cielo, mas allá de aquellas nubes blancas que vez suspendidas de la nada allá arriba. Él creo un polvo mágico que roció sobre unos granos de arroz, granos como lo fuiste alguna vez tú.
- ¿Yo?
- Si, como tú. Iguales a los que cargo dentro de este pequeño saco que llevo a un costado de mi cintura, y que al ver en ti como se trasformaban en seres únicos, con un alma no contaminada, con la esencia misma de un deseo no admitido. Aproveche la oscuridad de la noche para bajar a la tierra, muy cerca de ti, y sembrar en esa fértil tierra a otros como tú, colocar en tu camino compañía más deseable que podrás tener. Tú eres la primera y por lo tanto la primogénita de un deseo que valdrá la pena observar crecer
- ¿Crecer?, ¡mira mi pequeño tamaño!
Él sonríe, y le vuelve a colocar en el suelo, mete su mano en uno de sus bolsillos, la saca de nuevo y sopla algo que había en su mano sobre ella, lo que la hace empezar a sentirse algo extraña, como si sus piernas, sus brazos, su torso, su cabeza y en especial su cabello, crecieran. Cuando había llegado a un tamaño humano, su esplendor de mujer, apenas cubriendo su intimidad por su larguísimo cabello negro azabache, que brillaba a la luz de la antorcha, la hacía ver como un ángel, llena de ternura, de intrigas, de silencio, de una hermosura única en este universo traído por el viento.
- Se acaba la noche, mi pequeña granito de arroz, tal vez nunca nos volvamos a ver, pero puedo asegurarte que en ti se guardan las esperanzas de toda la raza humana, que eres un deseo prometido y la madre de todas estas criaturas [señalando los hoyuelos que había hecho entre las raíces] que como tu heredaran la voluntad celestial.
De esta manera, con las primeras luces del amanecer que asomaban sus rayos, aquel hombre vestido de blanco, su antorcha y su pequeño saco se desvanecían de la vista como pequeñísimas burbujas doradas que se alzaban al viento, dejando enterradas en esta tierra las más íntimas esperanzas del ser más libre y divino de todos los universos.

FIN…

Carlos Alberto Diaz Reales
Septiembre 12 del 2005

Texto agregado el 24-09-2005, y leído por 275 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-06-2010 Ese tema me encanta demasiado!todos tenemos un ángel guardian... vava
 
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