Creo tener habilidad suficiente para volverme un puñado de fortaleza ante tu indiferencia más glacial. Poder enfrentarme con valentía infantil, a la pequeña y constante queja de tu ausencia. Una queja autónoma, con dialecto propio y formas íntimas, que hace colchón en mi silencio albático.

Los días más positivos reinvento estrategias compasivas para no saberme en brazos de la soledad; un exilio irremediable.

Cuando logro distraerme, todo empieza a matizarse. Hay luz; hay paz. Entonces puedo respirar, sentir el sabor, palpar las texturas, tararear canciones, vivir otra vez.

Puede ser que la cicatrización para esta malquerencia, sea un benevolente obsequio del autoperdón, y ...¿porqué no? de aceptarme sin tí.

Suelo no tener fe en nada...pero la falta de tí...me obligó a creer; creer que es posible el olvido. Pero en el intento, tuve malas noticias. Dios me conversó disfrazado frente a una cruz, que el olvido es una traición al pasado, y que el reconforte solo vendría del perdón.

Así...pasaron los días..los meses..y un par de años...entonces sucedió el milagro; te perdoné sin olvidar.

Aceptar las cosas como son, funcionó. Pero jamás, jamás.....te haría saber, cuanto me cuesta.