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I


Parecía que todo el alboroto del pueblo empezaba a calmarse, ese alboroto entre dientes, se había convertido en el tema principal de entremés, en las comidas de los vecinos, no es del diario que desaparezcan por tres semanas misteriosamente dos jóvenes que supuestamente eran novios.




El detective Paúl, sabia que algo no estaba bien, eran dos jóvenes que tenían un futuro asegurado y no creía que fueran lo suficientemente tontos, para echar todo por la borda y más raro le pareció que ninguno hubiera tomado algo de valor, por lo general cuando rara vez pasa esto, los amantes se llevan todo lo que puedan ocupar y por lo visto, el cuarto de los dos estaba intacto. Ninguno tenia problemas con sus padres, era como si tierra se los hubiese tragado.


Paúl no se dejaba engañar por las cosas superficiales, era un hombre ya viejo, con un instinto sofisticado, parecía ser que esta seria su última investigación, treinta y nueve años de labor de los cincuenta y cinco que tenía tras sus espaldas, les resultaba incómodos para ejercer aun este oficio tan pesado.


Todo esto ocurría mientras que Gustavo, un hombre que la mayoría de las personas tachaban de loco, (ya saben lo que pasa cuando el pueblo suele ser tan chico), le decían así por el simple hecho de no salir de su casa, tras raras ocasiones para llenar la despensa. No les gustaba que siempre estuviera en esa ventana mirando a hurtadillas a las personas que por ahí pasaban.


Volviendo hacia lo que les comentaba, él, para sorpresa de todos, se había hecho de un pequeño local, y exactamente a la cuarta semana de “la fuga de los amantes” como el pueblo se acostumbro a decir, estaba abriendo su propia licorería. O no era exactamente eso, porque en su tienda solo se vendía un tipo de vino. “El vino de la vida”, como decía a la entrada de su nuevo local. No es de extrañarse que toda la gente sorprendida, empezaron a husmear de lejos la licorería de aquella persona, que en algún momento les fue tan molesta.



Claro, que el primer día nadie se atrevió a entrar al local, pero nunca falta los curiosos que se lo hacen, un par de jóvenes entraron a ver de qué se trataba la licorería del loco Gustavo. Dentro, él estaba por servir dos copas del único vino que vendía. El local era lo más sencillo de lo que se pensaba, aparte de ser pequeño y tener otro cuarto donde Gustavo guardaba las reservas de su vino, solo tenía dos contenedores de su venta, muchas copas, dos mesas y las sillas de la barra donde él atendía.



Les dio las dos copas, y les dijo que la casa paga. Olieron el vino y exclamaron:
–¡Salud!... y bebieron…




II




Paúl estaba totalmente desconcertado. Tres personas más habían desaparecido, y por lo visto se trataba de gente que no pasaba de los veinti dos años, los desaparecidos ahora, eran dos jovencitas y un joven. Pero esta vez, el pueblo no le dio tanta importancia, o mejor dicho: algo más importante estaba pasando, que la fuga de otros jóvenes, ya que en dos meses, la licorería era tan popular como la misma iglesia del pueblo.


La gente concurría ahí como paso obligatorio, y su dueño, se estaba convirtiendo en una de las tres personas más populares: el alcalde, los oficiales de policía el sacerdote y ahora; Gustavo.

¿Cuál era su fama? Ni más ni menos que el vino que ofrecía… “el vino de la vida” como ahora marcaba con letras de oro en la entrada de su negocio. Y valla que era la vida probar unas gotas de ese vino misterioso, hasta las mujeres podían entrar y disfrutar de ese elixir, que entre voces como suele suceder en un pueblo chico y hasta el mismo sacerdote que era un cliente constante, decía que los Ángeles le traían la sangre de Dios.




Hubo un día inolvidable para el pueblo, Gustavo ofreció vino gratis… y todo, absolutamente todo el pueblo llego a su Local, a la hora exacta de la cita. No cabía ni siquiera un alfiler dentro del lugar, pero aun así, los ansiosos aguardaban con calma su turno, afuera de la licorería.


Empezaron a beber esa delicia, y en menos de tres horas, como Gustavo no puso un límite de copas gratis… todos estaban completamente borrachos. No se distinguía nadie, ni el cura, ni el alcalde, ni los pedidores de limosna. El vino los hizo iguales, en esas horas cantaron, lloraron, y disfrutaron como si se tratara de una emoción sexual,”. Todos a excepción de Paúl, que por su experiencia sabia que algo no andaba bien, sin embargo, sus pesados años lo hicieron retirarse de aquel bacanal de alegría.

Jamás se olvidara la fecha en que todo mundo se emborracho con el vino de Gustavo, y más aun, porque ese día cinco personas más desaparecieron.



III


Paúl se empezaba a preocupar por ese descaro del pueblo por no darle importancia a las desapariciones de la gente ¿Qué tenia en especial el vino, que hacia olvidar todo? Toda la gente no podía explicarlo, solo tomarlo, como una vaga idea expresaban que no era tan dulce como suelen ser los vinos, el olor a uva fresca y alcohol era perfecto, como si la fermentación estuviera en su punto exacto y un toque ácido, todos creían que se trataba de un vino con cientos de años de añejamiento. Pero nadie se atrevía a preguntar nada. ¿Para qué? Si cuando lo tomaban su alma dejaba su cuerpo flotando, el paladar derretido o sentir mil caricias en su cuerpo por cada trago de ese elixir tan preciado, si hasta el nombre del producto exaltaba sus efectos: “el vino de la vida”.

La gran intuición de Paúl le decía que tenia que haber algo oculto en el negocio de Gustavo, ya que cada vez que la gente se hacia adicta a su vino, empezaban a desaparecer más personas, y personalmente no le gustaba para nada el semblante de Gustavo, que siempre se mostraba serio, desde que abrió la licorería y a pesar de ser un hombre con mucho poder y hasta amado, nunca dejo ver su sonrisa. Una corazonada hizo que una noche vigilara la licorería de Gustavo y espero por más de cuatro horas, sabía que ya estaba grande para estos asuntos, pero quería que resolver su último caso.

Casi a punto de dormirse en el carro, donde estaba escondido, vio a Gustavo llegar en su automóvil nuevo, un Seat 68. Abrió la puerta de su licorería y saco algo muy grande, como si fuera un costal, del tamaño de una persona. La oscuridad de la madrugada le impedía ver con detalles que era exactamente lo que metía con mucho cuidado a su negocio. Ni cinco minutos estuvo dentro y se marcho de ahí

Sigilosamente usando los trucos que tienen que aprender los detectives. Paúl abrió la puerta de la licorería, entro y con una pequeña lámpara empezó a alumbrarse, todo estaba en su lugar, se dirigió a la puerta del cuarto de las reservas de vino, abrió la puerta y solo distinguió once contenedores que supuestamente tenían el vino.

Paúl ya no sentía esas palpitaciones nerviosas que tenia de joven cuando realizaba estas cosas, ya nada le sorprendía pero parecía que estaba muy equivocado, porque cuando jalo la tapa de uno de los contenedores, sus ojos no concebían lo que estaba mirando, su voluntad lo traiciono y los nervios se asomaron otra ves en esa piel arrugada por los años. Empezó a respirar rápido, sus piernas le estaban temblando. Una mueca que pensaba nunca volver a hacerla, se dibujo por vez primera, al empezar a destapar los contenedores restantes, era una mueca semejante al tener una pesadilla.


Afuera Gustavo estacionaba de nuevo su carro entrando casi corriendo a la licorería cuando se dio cuenta que alguien abrió la entrada y por lo tanto lo más seguro que ese alguien todavía se encontraba adentro.

IV

Lo que vio Paúl fueron los once cuerpos de las personas que las daban como desaparecidas, al ver un mechón de cabello flotando en un contenedor de vino, lo tomo, y se dio cuenta que estaba atorado, jalo con mas fuerza para solo encontrarse con la cabeza de una mujer muerta, completamente desnuda, con la piel blanca y tiesa pero sin entrar en estado de putrefacción, tal vez por la acción del vino actuando como conservador, pero estaba grotescamente hinchada, sus pómulos a reventar por estar llenos de vino, y uno de sus ojos colgando de sus venas moradas.


Gustavo saco una navaja de su bolsillo trasero y entro a su negocio, prendió las luces percatándose que la puerta del cuarto de reservas estaba abierta, al entrar al cuarto, sintió el zumbido de un palo a punto de golpear su cabeza, pero con rapidez pudo esquivarlo, se abalanzó contra su atacante que era Paúl, forcejearon un poco, Gustavo trataba de enterrarle su navaja, pero a pesar de la debilidad de Paúl, aun luchaba por retenerlo, sin embargo de nuevo sus fuerzas lo estaban traicionando, ya no era igual que cuando estaba joven, creyó que la ironía se estaba apoderando de su vida.. y en el ultimo caso de su oficio, seria su muerte. Así que con todas las energías que le quedaban, que ya eran muy pocas, pero las suficientes para aventar con fuerza a Gustavo a uno de los contenedores.

El cuerpo de Gustavo movió el contenedor, que era tamaño un poco más grande que un refrigerador, y este lentamente fue cayendo, rápido se incorporo para evitar la caída de su objeto preciado, tirando la navaja para poder sujetar al contenedor a punto de caerse por completo, pero no lo logro y se estrello irremediablemente al suelo haciéndose pedazos, el vino se derramo por toda la habitación dando la impresión que era la sangre del cadáver acurrucado que se encontraba dentro, que funcionaba para añejar el vino, y darle ese delicia incomparable.


Gustavo estaba atónito, bajo sus pies yacía un muerto, y su exquisito vino yéndose a los agujeros de los ratones, Paúl aprovecho su distracción, y con un pedazo de madera del contenedor roto, le dio un golpe en la cabeza, desmayándolo instantáneamente.


V

Al día siguiente, de el pueblo cundía una vez más en alboroto, como suele suceder en los pueblos chicos, el negocio de Gustavo lo habían clausurado mientras terminaban las investigaciones. El cura empezó a decir que siempre sospecho de ese hombre tan repugnante. Cuando en el periódico local apareció el reportaje, sobre un hombre loco, dueño de una prestigiosa licorería que hacia añejar su vino con cadáveres humanos, muchos vomitaron de horror. Encontrando como evidencia diez contenedores con diez cuerpos, uno de ellos, roto en el piso junto con su cadáver


No supieron nada de Gustavo, si sobrevivió al golpe que le dio él detective cuando descubrió su horroroso secreto. Pero yo creo que nadie quería acordarse de él, y como siempre, el olvido engaña a las mentes de las personas.

Paúl, estaba completamente cansado, pero a la vez satisfecho, todo volvía a la cama y la gente estaba olvidando o mejor dicho, intentaba olvidar el sabor del “vino de la vida”, la que alguna vez llamaron la sangre de Dios, Paúl había resuelto el caso de las personas extraviadas, así los familiares de las victimas pudieron llorarles como se merecen y sus respectivos funerales. Que a mi parecer solo cambiaron de ataúd, creo que estaban mejor flotando en ese elixir. ¿Quién no, desea estar toda la eternidad en el vino?

“¡Mejor hubieran sido verdad, esas fugas de los amantes que tanto hablaban al principio!” Decía Paúl con tristeza, mientras se servia vino en una copa, de un extraño contenedor que estaba en la oscuridad de su sótano; deleitándose con ese sabor singular, que por fin lo pudo revelar… era el sabor a dolor, pesadilla y muerte, que tanto gusta y da placer al paladar de los hombres…

Texto agregado el 29-09-2005, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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