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Los últimos meses se habían convertido en un infierno para Rogelio. Eran pocas las oportunidades laborales que se le habían presentado desde que lo habían recortado tres meses atrás. Las primeras semanas las tomó con calma, pues parecía que era cuestión de tiempo para encontrar una oferta aceptable. Pero las diversas propuestas que recibía no terminaban por ser de su agrado. En algunas le pedían que cambiará de residencia, en otras no le gustaba el puesto y en otras era muy poco lo que le pagaban. Poco a poco las ofertas se fueron haciendo más escasas hasta ser casi nulas. Al vender su carro Rogelio comprendió que tenía que encontrar algo aunque no fuera de su total agrado, al menos mientras encontrará algo que reuniera sus aspiraciones.

Cierta mañana mientras leía en el periódico una nota acerca de otro extraño caso de un hombre encontrado muerto con serias lesiones punzocortantes, recibió una llamada de una mujer. Se presentó como Claudia Montoya y le explicó que había encontrado su curriculum en una bolsa de trabajo por Internet y que la empresa que ella representaba estaba interesada en sus servicios. Sin dejarlo preguntar más detalles, lo citó para que se presentará a cierta dirección a las ocho de la noche de ese mismo día pues solo a esa hora podía atenderlo. Cuando colgó, Rogelio sintió que la espera había llegado a su fin.

Más tarde se dirigía en camión a la dirección que le habían proporcionado. Se vistió de traje y con corbata. Era importante causar una buena impresión y sobretodo mostrar un semblante relajado, si lograban darse cuenta que estaba desesperado por encontrar trabajo podrían optar por ofrecerle algo menor. Deseaba encontrarse con una buena propuesta y poner fin a una muy mala racha.

Momentos después caminaba hacia su destino, estaba cerca del domicilio que le habían proporcionado. Para su sorpresa era la mansión de los Mendoza, gente de mucho dinero, sin duda era un buen augurio lo que le esperaba. Había visto la casa cientos de veces, pero jamás imaginó que pudiera entrar a ella y, menos aún, hablar de una propuesta laboral. Rogelio sintió que la batalla estaba ganada, lo que viniera de los Mendoza debía ser algo sustancioso.

Le abrió la puerta un hombre corpulento, cuyo rostro, tenía una cicatriz de considerable tamaño en la mejilla derecha. Lo miraba fijamente, no parecía que lo fuera a dejar pasar. Pero finalmente le abrió el paso y le hizo un ademán para que entrara. Ya adentro, lo condujo a un estudio en donde se encontraba una mujer. Esta, al verlo entrar, se levantó, parecía muy contenta de que Rogelio hubiera llegado.

- Buenas Noches, llega usted muy puntual Señor Ramírez.– le saludo – Soy Claudia Montoya, sientese por favor.

- Gracias - contesto Rogelio mientras se acomodaba en un sillón para quedar de frente a la señorita.

- Le voy hablar sin rodeos, estamos muy interesados en su participación con nosotros, solo queremos que cumpla con unos exámenes físicos, aunque no creo que tenga problema, por lo que veo es sus actividades extracurriculares usted mantiene un alto interés en actividades deportivas.

- Así es, me gusta mucho el deporte, pero disculpe que puesto….

- Perfecto!, disculpe que lo interrumpa, es indispensable que lo lleve al gimnasio, ahí le harán una evaluación, es un primer paso que define un gran porcentaje en su contratación, …

- Esta bien, tomare la evaluación y luego tocaremos los detalles de la evaluación.

La mujer lo condujo hacia el jardín, siempre adelante de él dictando el camino, aprovecho esto último para contemplarla. Era una mujer con porte, hermosa, de ojos azules, pelo color negro largo y facciones notables, aparte de eso vestía de gala un poco exagerado para la ocasión según la apreciación de Rogelio. Pensó que todo esto último había influido un poco para que aceptará sin cuestionar los detalles para el que lo solicitaban. Aunque no le dió mucha importancia, pues tenía fe de que sus plegarias finalmente habían sido escuchadas y que todo lo extraño de la situación tendría un significado favorable.

Llegaron frente a una estructura de tamaño considerable, la señorita le explico que ese era el gimnasio y lo guió hasta el interior. Posteriormente le señalo el camino hacia los baños, ahí le explico que debía cambiarse con la ropa que le habían preparado para después proceder a realizar su examen a través de una puerta roja que encontraría desde los baños. Una vez adentro encontró unos pants blancos, parecía que era lo único que debía ponerse porque existían mas prendas que ponerse, se cambió lo mas pronto que pudo. Acomodó su traje lo mas ordenado que pudo y accedió por la puerta roja.

Para su sorpresa el interior no era lo que hubiera esperado de un gimnasio , parecía mas una arena, como en las películas de tiempos romanos. Escuchó que la puerta se acababa de cerrar detrás de él, comprendió que sería inútil intentar abrirla, tenia la certeza de que estaría cerrada. Aunque la puerta que le preocupaba era la que estaba diez metros delante de él, seguramente de un momento a otro saldría alguien. Sintió miedo.

No terminaba de analizar la situación en la que se encontraba cuando la puerta que temía se abriera dio paso al hombre de cicatriz que había visto con anterioridad al entrar a la mansión. Su aspecto seguía siendo serio, lo miraba sin parpadear, en su mano derecha portaba una pequeña espada. En ese momento, la gente enloqueció, gritaban lo que parecía el nombre del hombre, Golem.

De un segundo a otro el hombre que parecía cauteloso y serio se abalanzó contra Rogelio en una estampida frenética, se veía decidido a todo. Rogelio alcanzó a eludirlo, aunque sintió una sensación tibia en su costado derecho. Derramaba sangre, la espada lo había cortado. Cayó en sus rodillas, se cubrió la herida con su mano izquierda. El dolor era intenso. Logró escuchar que la gente gritaba una sola palabra : Muerte. Se percató de la sombra de Golem, estaba detrás de él. Iba a gritar cuando el Golem obedeció a los asistentes.

Texto agregado el 10-10-2003, y leído por 239 visitantes. (1 voto)


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